Colombia: devolver las tierras para garantizar la paz
En ‘Cien años de soledad’, llega un momento en que la todopoderosa compañía bananera abandona Macondo tras haber exprimido todos sus recursos. El libro de García Márquez recurre al exceso para acabar contando algo muy real.
Es la esencia misma de Colombia, donde todavía hoy se lucha para compensar la financiación a los paramilitares, que vino de las grandes compañías bananeras, las mismas que todavía acaparan gran parte de una tierra que en realidad no es suya.
Muchos años después, ante una grabadora, el guerrillero Gerardo Vega había de recordar aquellos años de conflicto, pero sobre todo, sus efectos contra quienes menos tuvieron que ver.
En una entrevista con El Faradio, Vega, ahora en la asociación Forjando Futuros, nos cuenta una de las partes menos conocidas del conflicto que desangró Colombia, y los proyectos que junto a la ONG Asamblea de Cooperación por la Paz tratan de reparar las heridas.
Es un programa, con aportaciones desde Cantabria y que esta semana se presentaba ante el Ayuntamiento de Santander, que tiene mucho que ver con la paz en Colombia, devolviendo derechos y yendo a las causas.
De hecho, el tema de las tierras es uno de los puntos más importantes de las negociaciones que mantienen en Cuba el Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC.
Las conversaciones lograban esta semana un avance fundamental: se reconocía el derecho a la participación política del grupo en cuanto dejen las armas.
Una negociación que para Vega es una “oportunidad enorme” que, tras 50 años de conflicto, permitirá “cambiar los tiros por votos” y hacer que los protagonistas “salgan a un proceso electoral” y comprueben “si sus ideas son respaldadas por el apoyo de los ciudadanos”.
SIN TIERRAS, SIN DERECHOS
Al final, como pasa en muchas guerras, aquellos que no estaban en ningún bando, aquellos a quienes no les iba nada en la historia, resultaron ser los que más perdieron.
En Colombia, donde nunca se hizo la reforma agraria, un campesino no tiene mucho. Su familia. Y su tierra. Suficiente para autoabastecerse. Desde esa perspectiva, perder la tierra es perder un mundo.
Eso fue lo que les pasó a seis millones de campesinos. Fueron expulsados de sus tierras. Por la fuerza, con violencia, secuestros, asesinatos y violaciones.
Durante la entrevista, caen unas gotas, menos que en el capítulo de ‘Cien años de soledad’ en el que se pasa un año entero lloviendo, y Gerardo Vega nos cuenta que la expulsion de sus tierras fue sólo el primer capítulo.
Exiliados, los campesinos llegaron a las ciudades. Allí eran los últimos en llegar. Los más pobres, los más desprotegidos, en situaciones “de miseria, sin ningún apoyo estatal” y sin recursos para alimentar a sus familias.
PAZ, TIERRA, DERECHOS
Llega 1991, y con él una nueva Constitución que provoca que guerrilleros como Gerardo Vega dejen las armas.
En su caso, el nuevo camino le llevó a pasar por la política y a situarse en otro bando: el de los que luchan por reparar los daños y lograr la reconciliación, a través de la asociación Forjando Futuro.
Llega 2011 y se aprueba una ley que establece la necesidad de restituir derechos a las víctimas, incluyendo como derecho la devolución de las tierras.
Es una ley especial. Excepcional. Para casos a partir del año 91, y con una vigencia temporal: sólo 10 años.
Y con dificultades para aplicarse, las que se oponen desde la legalidad y los intereses económicos de quienes resultaron beneficiados por las expulsiones, o de quienes se oponen al diálogo. Y las de quienes rechazan el proceso por otras vías, las de la violencia y los asesinatos.
En la ecuación del estudio de los cambios de propiedad se cruzan en esos territorios las fuerzas paramilitares, el narcotráfico y políticos vinculados a esos grupos ilegales.
De momento se ha logrado documentar 550 casos, en un intenso trabajo previo que se traduce en un expediente, el resumen de toda una historia ligada a la tierra que acaba llegando al juez especial para las restituciones de tierra.
También se ha identificado el contexto, es decir, “por qué las personas fueron desplazadas o perdieron la tierra; qué grupos estaban allí, quienes causaron el daño y quienes causaron la violación de los derechos humanos que hizo que la gente se desplazara”.
Un trabajo de investigación en el que se ha contado con el apoyo de Asamblea de Cooperación por la Paz en lugares como Barcelona o Málaga.
De momento, de 395 sentencias emitidas por los jueces a los que han llegado los expedientes, el 95% han sido favorables a las víctimas.
El proyecto presentado esta semana en Santander da un paso más: tras la documentación de los casos, se trata de acompañar a las –ya consideradas así—víctimas: la mayoría de los campesinos que, por sus escasos conocimientos jurídicos y por el propio desconocimiento del problema, no tienen quien les escriba.
UN SALTO EN LA COOPERACIÓN
Ahora el exguerrillero ha venido a una ciudad que se llama igual que la región más grande de Colombia para presentar al Ayuntamiento (“la municipalidad”, como dicen allá) los avances dados hasta la fecha y comprometer su apoyo para los siguientes pasos.
El programa se complementa con acciones para la vivienda y con la creación de microparques en el Barrio Obrero de Urabá (en la región de Antioquía): donde antes había tierras abandonadas y maleza se levantan parques, espacios verdes que construyen los propios vecinos y que constribuyen a crear puntos de encuentro en esas comunidades.
Desde ACPP (Asamblea de Cooperación por la Paz, la ONG que colabora en este proyecto), José Carlos Ceballos se detiene en un aspecto importante: no es una iniciativa que únicamente trate de minimizar las consecuencias de una injusticia, sino que va directamente a las causas para tratar así de “sentar las bases de una nueva Colombia”.
Para Gerardo Vega, el siguiente reto, aún más transcendental, es “que las leyes se cumplan”. Porque más allá de las compensaciones económicas, se trata de “resarcir derechos”, y si no pasa esta vez, se producirá una gran “frustración”.
En definitiva, de conseguir una “verdadera democracia” en Colombia, y que se pueda “garantizar que esto no vuelva a pasar” para conseguir cambiar lo escrito de modo que esas estirpes de campesinos finalmente sí tengan una segunda oportunidad en la tierra.