El orgullo racinguista sale muy fuerte de Anoeta
Ese último cuarto de hora de Anoeta no lo olvidará el racinguismo. Nunca, jamás. No tiene nada que ver con las opciones reales que tenga el Racing de pasar la eliminatoria, que tienden a cero. Tiene que ver con la identificación de todo un pueblo con un equipo que no tira la toalla, que no se rinde ante los poderosos, los arrincona, les mete el miedo en el cuerpo y les saca todos los fantasmas. Ese Racing que deja en el vestuario todas las miserias de la institución y sale al campo, sin excusas, para dar lo mejor y hacer sentir muy grande a toda su gente, un poco más orgullosa hoy de sus colores, de su tierra. De ser de aquí y de ser del Racing.
Merecen un monumento. Por haber enchufado otra vez a tanto desafecto al fútbol. Comprensible desafección, cuando impera la ley de los indignos, la tiranía de los secuestradores de un sentimiento. El sentimiento. Ese es el contexto del gol de Koné en Anoeta, en el 38 de la segunda parte.
El partido había empezado mal, peor imposible. La Real Sociedad se toma muy en serio esta Copa del Rey. No pisaba el escalón de cuartos desde los años 80 y en el minuto tres ya estaba por delante en el marcador. A la media hora 2-0, también de Mikel González, un central. Y al tercer error de la zaga racinguista, un poco superada por el escenario y las dimensiones del campo, podía haber caído el tercero de los locales. Fue poco antes del descanso. El gol anulado y el intermedio sólo podía ser bueno para un Racing digno pero inofensivo.
Sacó el equipo de Paco Fernández más raza en la reanudación, levantó la cabeza y se fue a buscar a la Real Sociedad a su campo. Lo bueno era que Iñigo Martínez empezaba a dar síntomas de exceso de superioridad. Lo malo es que al intercambio de golpes la Real es un peso pesado y el Racing un superligero. El campo se le hacía demasiado largo al Racing, el partido se volvía loco, un correcalles que pintaba más a goleada que a machada . Y por ahí quedó suelto al segundo palo un centro de José Ángel que no tenía más peligro, pero que cogió a la defensa mal colocada, otra vez. Carlos Vela no tuvo ningún problema en convertir el 3-0.
La fiesta racinguista corría peligro. Había cierta angustia, sobre todo por los jugadores, de que quedara un pésimo recuerdo donde no cabía más que el homenaje a un entranador y una plantilla que ha devuelto el fútbol a la ciudad. La tuvo Seferovic, varias veces, la tuvo el Chori Castro. Tuvo muchas la Real para cerrar la goleada y amargar el viaje de vuelta a los 700 racinguistas que se pusieron en carretera para calarse los huesos en el diluvio de Anoeta.
Los cambios le sentaron muy bien al Racing, los de la Real también. Entraron fríos, congelados Zurutuza, Griezman y Rubén Pardo. Y salieron a escena Durán y, sobre todo, Mariano. Son los protagonistas de esta Copa para el gran aficionado al fútbol en España, ese que vio varias veces el resumen de Almería y pensó: santos golazos del Racing.
Mariano es el nombre de esta edición de la Copa del Rey. Con él en el campo el equipo recuperó la alegría. Los verdiblancos – de negro otra vez, como la noche mágica de Almería- cogieron tono, toque y hasta ritmo. La presión era más alta, la posesión duraba más. Y sobre todo, se concretó la única esperanza que le quedaba al Racing, la clave: que la Real Sociedad se relajara, con la eliminatoria sentenciada. Se veía venir.
Al poco de entrar en el campo emergía ya la figura de Mariano, balón de oro, el futbolista que mejor representa los valores de este Racing y del de siempre. Contundente, bregador, inteligente, empezó a sacar de su sitio a la defensa realista. Desde la banda derecha, con la misión de llegar y sorprender, volvió a ser esa sensación de peligro que le había faltado al Racing en todo el partido.
Y de la mejora del juego verdiblanco llegó un cambio de orientación que acomodó Iñaki pegado a banda izquierda – de lo mejor del Racing hoy-, para poner un centro medido, tocado, tenso a la cabeza de Koné. El marfileño se coló entre los centrales, ante la pasiva arrogancia de Iñigo Martínez, para conectar un potente cabezazo y romper la red de Zubikarai. El gol se cantó en Cantabria como una clasificación para la final, esa que siempre se le ha negado.
Y quedaba lo mejor: ver cómo el Racing iba a morir como los grandes, cerrando a la Real en su propia área. Anoeta se frotaba los ojos. El nudo en la garganta de Guipuzcoa era la piel de gallina en Cantabria. En cualquier momento el Racing hacía el segundo y se metía de lleno en la eliminatoria. Pudo haber llegado, estuvo muy cerca. Otro centro desde la izquierda voló hacia al área, medido a la cabeza de Mariano, lanzado en carrera hacia el balón, de nuevo ganándole la posición a Iñigo Martínez. Otra vez como Luca Toni, o como Mario Gómez. En realidad fue el segundo gol del Racing. La gente lo vió dentro, se cantó. Pero no entró.
El beso al poste del cabezazo de Mariano fue el intento más cercano de una arremetida que dejó el mejor sabor de boca a la afición del Racing. Hubo córners – como decía mi abuelo, medio gol en los viejos Campos de Sport-. Disparos, centros al área. Mucha casta, mucho orgullo.
El 3-1 final es un resultado teóricamente remontable en una eliminatoria con la vuelta en casa. Es el mismo resultado de aquella semifinal del Getafe que tiñó de verdiblanco una ciudad que, antes y después de aquello, es más azul clarito que otra cosa.
Pero sin engaños, sin falsas ilusiones: la eliminatoria está casi imposible. La distancia entre plantillas es sideral, la Real tiene el caudal de juego del Ganges y el Racing es muy bonito, pero no deja de ser un río Pas.
Limitadísimas opciones para soñar, pero el jueves habrá que ver el partido, por si en uno de esos giros de guión tan suyos el fútbol nos deja otro desenlace increíble. Que hay una opción, por remota que sea, lo saben en San Sebastián y en toda España.. Y lo mejor, lo saben Paco Fernández y sus hombres. Los hombres de Paco, unidos en matrimonio con una afición que ha sido, es y será de primerísima. Pocas veces una primera plantilla del Racing fue tan protagonista de una temporada de fútbol en España. Años y años, 100, tantos en Primera División que somos ese histórico-clásico-absoluto del fútbol español. Aunque tantas y tantas temporadas navegando en zona de nadie, casi irrelevantes, intrascentes para el planeta fútbol.
Como en política, hay victorias amargas y derrotas dulces. Si el gol del Racing hubiera sido en el minuto 3 y después el chaparrón de la Real hubiera dejado el marcador en el mismo 3-1, el estado de ánimo sería bien distinto. Pero gracias a cómo ha sido el orgullo racinguista sale mucho más fuerte de Anoeta. Quién lo iba a decir, cuando más baja estaba la autoestima del racinguismo llegó la Copa. Es un auténtico milagro.
No os perdáis la entrevista a Andreu Guerao al final del partido. Habla el Racing sensato que enamora.