«Adiós amigo del alma. Adiós Alberto. Adiós Hermano»
«Adios amigo del alma. Adiós Alberto. Adiós Hermano». Concluidas las palabras de Tomás López, carismático profesor de Filosofía e Inglés, ya jubilado, el Barrio Pesquero ha roto en un aplauso eterno que se ha escuchado en todo Santander, todavía con los ojos empapados por la pérdida irreparable: la de Alberto Pico, párroco, una obra social hecha persona.
Ha sido una despedida multitudinaria, con cientos de personas dentro de la Iglesia del Barrio Pesquero, claustrofóbica por momentos. Otras cuantos cientos se han quedado fuera, en el pasadizo que une el Colegio Miguel Bravo con la parroquia, capeando un día muy desagradable en todos los sentidos, y escuchando el funeral a través de los altavoces que la parroquia había dispuesto en las ventanas de la fachada principal.
El obispo de Santander, Vicente Jimenez Zamora, ha oficiado una ceremonia a la que han asistido vecinos, excompañeros del Instituto, exalumnos, autoridades como el consejero de Educación, Miguel Ángel Serna; el presidente del Parlamento, José Antonio Cagigas; diputados de la cámara regional; el presidente del Puerto, José Joaquín Martínez Sieso; concejales del Ayuntamiento… y santanderinos y cántabros tan diversos como la amplitud de las relaciones que Alberto Pico tejió desde su llegada a la ciudad en el año 1971, desde la Junta de Voto.
«EL ABUELO DE TODOS»
A Alberto le hubiera gustado más el final del funeral, menos protocolario, como eran sus misas. Un exalumno del Instituto y vecino del Barrio Pesquero, Roque Videchea, ha animado a «no estar tristes, porque a él no le gustaría; más bien nos tenemos que sentir muy satisfechos de haber compartido nuestra vida con la de Alberto Pico Bollada».
Era el «abuelo de todos», que generación tras generación le dio tanto cariño a los niños del barrio. Siempre tuvo algún detalle para ellos, «un libro, un pastel, un llavero». También recordaba Roque cómo les montaba en su coche y les llevaba a cualquier sitio, desde Secadura a Villatomil: «Los niños siempre nos hemos sentido especiales en compañía de Alberto».
Alberto Pico, su profesor «de Religión y de Vida», les acercó al mundo real: «nadie mejor que él para enseñar y transmitir a los adolescentes los valores de vivir en una sociedad justa y libre. No faltaba a su cita para apoyar a nuestros enfermos y sus familias en Valdecilla, siempre con su caja de bombones».
En Religión (y Vida), Alberto Pico siempre ponía un ‘Bien’ a sus alumnos, a todos por igual, salvo que alguno necesitara un empujón para subir la media en la evaluación final. Era un profesor poco ortodoxo, como sus misas. Se llevaba a los alumnos para ayudarle a llevar cosas a los presos del Barrio en la Calle Alta. Hoy sabemos que era parte de su programación curricular.
EL CURA DEL BARRIO DE LOS PESCADORES EXPULSADOS A LOS ARENALES
En nombre de los docentes, los excompañeros de Alberto Pico, ha tomado la palabra Tomás López, que ha emocionado a los asistentes recordando la esencia de Alberto, con cierta reivindicación de un barrio «discriminado» desde sus orígenes, en una historia de destierro que no está lo suficientemente contada.
Tomás López fue director del Instituto que nació como filial del José María Pereda, con un estatus mixto entre el Ministerio y la Iglesia, propietaria de los terrenos. Después, en Santander, el Pereda se trasladó a su ubicación actual, quedando desligado del centro el que pasaría a llamarse Santa Clara. Y más adelante, en los años 70, el Instituto del Barrio Pesquero – de aquella época también son el Villajunco y La Albericia- pasó a formar parte de la red del Estado, con el nombre de Instituto de Bachillerato Mixto Nº 3 Barrio Pesquero.
«Todo lo hemos aprendido aquí, fundamentado en el amor a los alumnos de una comunidad socialmente discriminada desde sus orígenes, expulsada del centro de la ciudad», ha arengado Tomás López.
Y ha sermoneado a los asistentes, entre los que estaban las autoridades: «Si no lo sabéis os lo cuento yo que lo he pateado: estos eran unos terrenos arenales ganados al mar, separados del centro donde vivían los pescadores, pero hay documentos que dicen que a algunos les molestaba su hablar soez».
Desde entonces, la reivindicación siempre ha estado presente en el Barrio Pesquero, como también se ha recordado en un funeral lleno de anécdotas sobre Alberto Pico. En tiempos protestó, en la misa de sábado, cuando la iluminación llegó por primera vez al barrio, pero sólo a la zona de los restaurantes, para los turistas. No podía con las desigualdades.
Frente a esos orígenes, López ha destacado el papel del párroco, que recibió el testigo de Miguel Bravo y Guillermo Altuna: «(Alberto) nos ha enseñado un camino hacia la convivencia igualitaria y la sabiduría, a saborear la existencia a través del amor a los demás».
Y ha finalizado, ante un auditorio congestionado por las lágrimas: «Adiós, amigo del alma. Adiós Alberto. Adiós Hermano». El aplauso es infinito.