Capítulo 2: Jugando a la ruleta
Previously on A TODA VELA: Marina regresa a Santander tras años de distanciamiento con su familia para hacerse cargo de la dirección del Campeonato Mundial de Vela, una cita que se va a celebrar de forma inminente . Pronto empieza a darse cuenta de que no va a ser fácil. Y la familia Fernández de la Barca no va a ayudar precisamente…
Ir a una fiesta en el Casino era lo que menos le apetecía a Marina en esos momentos. Quedaban tres semanas para que comenzara el Campeonato del Mundo de Vela y todo eran problemas: las obras no estaban terminadas, los primeros deportistas que empezaban a llegar no hacían más que quejarse y en el Consorcio no había personal suficiente para todo el trabajo que empezaba a acumularse.
“Pero tienes que ir. La fiesta está convocada desde antes que llegaras. Será tu presentación en público ante todos los que tienes que convencer de que el evento va a salir bien: empresarios, inversores, el alcalde, el arquitecto que ha diseñado la Torre de la Vela y los medios de comunicación… “. Su amiga y ayudante, Susana, le ayudaba, como siempre, a ponerse en situación.
Y efectivamente, bajo la impresionante lámpara que presidía el salón principal, todos los ojos observaban a Marina, la directora del Consorcio para el Campeonato, la hija de los Fernández de la Barca que se marchó durante años de Santander y que ahora volvía para hacerse cargo de una cita que los más cínicos decía que hacía aguas.
Saludó a todo el mundo, concertó citas y mostró su mejor imagen en medio de ese palacio decimonónico en el que se reunía todo el que quería contar algo en la ciudad.
Entre ellos, su propia familia, los Montes-Valdivia. Allí estaba su madre, Astrid, abogada de causas perdidas y profesora universitaria; su padre, Fernando, presidente de asociaciones de comerciantes y cargado de reproches tras la precipitada marcha de su hija de la ciudad; y Jacobo, su hermano, el ex jugador del Running Club que de tanto salir de noche acabó colgando las botas tras las barras y acabó montando varios locales de marcha, muy conocido en la vida nocturna santanderina…y alguien que no era precisamente un desconocido en la sala de juegos del Casino en la que se encontraban.
De todos ellos se había marchado cansada de la eterna guerra que mantenían los Montes-Valdivia con los Fernández de la Barca, un conflicto cuyo origen desconocía pero que siempre conseguía atraparles.
Y ahí estaba, nuevamente enredada en él a su pesar: había aceptado una oferta de trabajo para dirigir una cita deportiva de alto nivel (algo que, dados sus antecedentes, simplemente no podía permitirse rechazar) en la que justo trabajaba uno de los hijos, Sergio; de la que estaba pendiente otro, Asdrúbal (que además era concejal) y de la que era un gran benefactor el patriarca, Anselmo, empresario y presidente de la influyente Sociedad de Amigos del Mar.
Precisamente allí, frente a ella, estaba Anselmo, con su bastón y su slam.
“Marina, qué ganas tenía de verte. Quien nos iba a decir cuando te veíamos de pequeña a la finca que acabarías ni más ni menos que dirigiendo toda una Olimpiada. Tenemos que vernos un día con calma para charlar, ya sabes que es un evento en el que tengo mucho… interés”. La voz de Anselmo sonaba gélida y, por alguna razón, nada amable.
Fernando, el padre de Marina, no perdió la ocasión de acercarse a ‘saludar’ a su viejo rival. “Hombre, Anselmo, cuanto tiempo sin verte. Te veo mejor de la cojera. Tranquilo, estoy seguro de que mi hija sabrá sacar adelante la Olimpiada. Cada uno en su lugar, ¿no?”. Y sonaba a advertencia.
Todo el Casino les estaba mirando. Marina estaba deseando que esa escena cargara de tensión pasara cuanto antes. Unos gritos y ruidos contribuyeron a ello. A la entrada se escuchaba un pequeño tumulto. Se temía lo peor, y, al acercarse, lo confirmó: allí estaba, su hermano Jacobo, envuelto en su enésimo pelea tras finiquitar su cuarto gintonic.
“Ah, la familia. Es entrañable, ¿verdad? Yo tampoco soporto a los míos, pero no me atreví a irme como tú. Ven, que creo que necesitas un rescate”, le dijo la voz de Sergio, que la cogió de la mano y la sacó de allí, en una visita guiada por las estancias nunca vistas del Casino. Se le reveló como un gran aficionado al arte y como un excelente conversador, lejos del tópico del niño pijo deportista que ella siempre había visto en él. Pasaron toda la noche hablando y recordando, y cuando amaneció, decidieron no parar y empezar su propia noche juntos, ahogados en una balsa de pasión…
¿De dónde vienen las rencillas entre los Fernández de la Barca y los Montes-Valdivia? ¿Afectarán a la relación que se inicia entre Sergio y Marina? ¿Qué quiere Anselmo de Campeonato?
CONTINUARÁ
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