Foto: El Faradio

Acabo de volver de Estados Unidos y no paro de acordarme del primer sitio donde nos alojamos, en el hotel Doubletree de Boston, al lado de la biblioteca JFK. Y allí enfrente, camino de la estación, una gran oficina del Banco Santander. Luego vimos que también tenía un rascacielos en pleno Freedom Trail. Y sucursales cerca del FMI y el Banco Mundial, en Washington. Y al final de nuestro viaje, también, damos fe de la potencia del Santander en Nueva York,  que para los asuntos de dineros es la ciudad de Wall Street.

Así que en la East Coast (no así en el Pacífico, no todavía) todo el mundo conoce nuestra ciudad, para bien o para mal. Hasta el punto de que, cuando te preguntan de dónde vienes y respondes que de una pequeña ciudad del norte de España que se llama Santander, ellos responden: “¡Como el Banco Santander!”. Y uno contesta: efectivamente, antes de empezar con todos los matices sobre el banco y el banquero.

–          ¿Cómo se llamaba el equipo de Santander?

–          El Racing.

–          Eso… Allí jugó Canales, ¿Verdad?

–          Exacto.

Santander -el Banco- y Canales, como único recuerdo de nuestra ciudad en Estados Unidos. Algo es algo, que en Little Italy igual no se acuerdan de Oviedo. Recuerdo que en Kosovo, en la parte Serbia, conocían Santander por Zigic. Y hasta en Sierra Leona. Ahora gana el banco en identificación.

Salta a la vista: el Santander está donde tiene que estar cualquier marca de proyección internacional: en Nueva York, en Washington, en Boston. En Times Square, en la Quinta Avenida, en cajeros ATM dentro de los Wallgreens, que son como los Lupa americanos.

En octubre de 2013 se compró lo que poco que le quedaba de Sovereign a su gran fusión noreteamericana e hizo lo que hace un depredador como él: engullir y no dejar ni rastro. Como primero había hecho con el Central Hispano; como eliminó el rastro de Marcelino de la Fundación Botín, para ampliar su ámbito de actuación, de Cantabria a España.

Carteles que publicitan cuentas de ahorro para los americanos, al 0,90% de interés medio anual, medio punto por encima de la media nacional. Para los americanos.

Es la herencia del Banco Santander de Botín, que tampoco está precisamente sólo en Nueva York. Hay un Zara de Amancio Ortega en cada esquina de nivel, y en la Quinta con Broadway anuncia su próxima inauguración Porcelanosa.

Son las marcas de España y uno, inevitablemente, tiene que pensar que a la clase alta del IBEX le ha ido muy bien con la crisis financiera global, mientras su país se desertiza sin más remedio que mucha propaganda mala.

Y todo esto por la visión audaz de gente como Don Emilio, que le llevó a vender todos sus inmuebles en el pico alto de la burbuja inmobiliaria. Todos.  44 edificios relevantes por toda España y sus 1.200 oficinas de la red a excepción de su sede central en el paseo de Pereda de Santander, por un importe de 4.000 millones de euros.

Qué tío. Su rival en España, el vecino BBVA, optó por lo contrario, por comprar. Y el BBVA no está en Broadway.

Aquel mismo año se lanzó a la compra del holandés ABN AMRO, en la operación Valores Santander – valores se tenía que llamar-. El banco de Botín le pedía a sus clientes sufragar el coste de la compra de ABN. En total, 129.000 ahorradores invirtieron en este producto 7.000 millones de euros, para una compra que finalmente pudo asumir.

Lo que no pudo fue cumplir sus compromisos con sus clientes. Las aportaciones se convertirían en acciones del Banco, a una cifra establecida que luego resultó ser inferior. Y antes de morir, Botín ha recibido varias sentencias en contra por sus Valores Santander, frente al mantra de que los excesos en España fueron en exclusiva de las Cajas.

Y todo esto lo lanzó el Banco Santander un año antes de la quiebra de Lehman Brothers, porque Botín tenía una visión audaz (que lo dice el New York Times).

Del relato filántropo ya hablan todos los demás. Puso dinero en Valdecilla, en la neocueva de Altamira y recientemente en el Centro Botín, con apropiación incluida de los Jardines de Pereda. Pero esa es otra historia.

Ha muerto Botín, el personajazo que hablaba inglés con acento de Potes y recibía, en el hall de su hotel de Brasil y en pantalones cortos de color rojo, al mismísimo Rey de España. Fue cuando empezamos a sospechar que el Rey era Botín.

Luego, en sus ratos libres lideraba, con el mismo nombre de nuestra ciudad, lideraba una de las mayores expansiones de la banca mundial. Y, que me gustan a mí las paradojas, ahí quedará que Emilio Botín fue el presidente de un banco español que fue banco del año para Euromoney, mientras en España lo único que se expandía era la pobreza. Cosas de la filantropía postmoderna.

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