CAPÍTULO 4: LA INAUGURACIÓN

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Asdrúbal recibió a Marina en su despacho en el Centro Global de Convenciones Mundiales. Estaba visiblemente molesta por ir allí. “He hecho algunos cambios en tu despacho, espero que no te moleste. Sobre todo teniendo en cuenta que no lo pisarás jamás en tu vida. Sé lo de México”. Marina palideció. “Sé que te encargabas de una gran competición, sé que estabas en un momento de gran tensión personal, sé que tu pareja de entonces te dejó porque te encontró con otro. Sé también que te pudo la presión y el día de la regata inaugural, falló algo y tu pareja murió ahogada porque te quedaste paralizada. Y sé que tuviste una reacción psicológica que te bloqueó: desarrollaste miedo al mar. Por eso nunca has querido montar en barco desde que estás aquí. ¿Te lo puedes creer? ¿Una directora de un Campeonato Mundial con miedo al agua? Si tenías alguna esperanza de volver, se ha acabado. Porque esta noche en la inauguración estará toda la prensa, y me voy a encargar de que se enteren. Me harán caso porque me he hinchado a darles publi, así que prepárate para ser portada”. Marina sintió que le faltaba el aire.

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Las autoridades fueron llegando al gran barco atracado en el muelle anexo al Centro Global de Convenciones Mundiales. Era una noche cálida, y al otro lado del Golfo de Santander se veía la Montaña de Dunia, la gran obra símbolo del Campeonato Mundial de Vela, cuya inauguración suponía también el comienzo de las competiciones. El momento más especial, y lo más granado de la sociedad local iba en ese barco, junto a los deportistas, todos listos para presenciar un espectáculo de luz y sonido acompañado de la música de los mejores representantes del Festival Mundial de las Artes Musicales de la ciudad, encabezados por Tara Malician.
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Sergio acudió rápido a la llamada de Marina. “Saben todo lo de México, y lo van a utilizar”. “Mierda”, respondió Sergio. Él también estuvo allí y recordaba con claridad todo lo que pasó, y todo lo que ellos dos nunca contaron a nadie. “Pues tenemos que impedirlo”. “Sabes de sobra que no puedo subir a ese barco. A ningún barco”. “¿Te queda otra opción?”
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El alcalde saludó a Anselmo Fernández de la Barca, pletórico. “Parece que todo está saliendo bien, ¿no?”, dijo el patriarca. “Bueno, no te creas, últimamente están surgiendo algunos… contratiempos”. “Hablas de los sabotajes, supongo”. “Y no sólo eso. Me cuenta la policía que los activistas también preparan algo para la inauguración, se vienen con varios barcos, para hacer un Rodea la Montaña, creo que lo llaman”. Anselmo siempre había sido muy pragmático: “Eso no tiene por qué ser malo. Hace muchos años, en otro barco, aprendí que se pueden convertir las desgracias en experiencias ventajosas. Déjame darte un par de ideas…”
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Jacobo y Susana irradiaban felicidad. Los dos subieron al barco de la mano. Sabían que en la inauguración iba a estar toda su familia, así que querían aprovechar la ocasión para contarles las buenas nuevas. Su futura boda. Era un día por especial. El teléfono de Jacobo sonó. Era el portavoz de la Asamblea de Anselmo, preparando su protesta. Él les contaría algún detalle desde dentro. Colgó. “¿De qué te ríes tanto, Susana?” Ella arqueó una ceja. “Yo también tengo una sorpresa. Pero luego te la cuenta. Voy a dejar el abrigo en el guardarropa”. Cuando llegó al lugar, allí no había nadie. Era una habitación pequeña, llena de abrigos, visones y bolsos de lujo. “Bueno, lo dejaré yo misma”. Susana entró en la habitación. De repente, empezó a oler raro. A quemado. La temperatura empezó a subir.
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También subieron juntos, pero con otro semblante, Sergio y Marina, que todavía no se atrevían a cogerse de la mano. Sergio aún sentía dolores por su accidente en lancha durante la persecución a Veli. Le costaba andar, y caminaba apoyado en el hombro de Marina. Marina Montes-Valdivia estaba preocupada. Miraba por la borda con temor. No parecía que fuera a ser una noche. “Tenemos que buscar a Asdrúbal e impedir que hable con la prensa”. “Es mi hermanastro, le conozco bien. Apuesto doble o nada a que está en el photocall”.

Pero no estaba allí. A Asdrúbal siempre le había gustado controlarlo todo y venderlo todo. Por eso fue a visitar al capitán del barco, un antiguo compañero de sus años de internado. Lo bueno de ser élite es que siempre acabas coincidiendo con gente como tú. Se hicieron una foto para la prensa y luego tomaron una copa por el reencuentro, antes de su gran momento. Cuando el concejal dejó el puente de mando, el capitán se dispuso a tomar el timón. Y tomó otra copa, y otra, y otra….
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Al salir, frente al bar, Asdrúbal se tropezó con Sergio. “Hombre, el hijo pródigo. Tranquilo, que cuando acabe con tu nueva familia también tengo para ti, campeón”. Sergio quiso pasar de largo, pero aún le costaba moverse rápido y su hermano le impedía el paso. “Espera, ¿esto no va más rápido de lo normal?”.

De pronto, todo se tambaleó. Los dos cayeron al suelo. Desde allí abajo empezaron a escuchar los primeros gritos. Asdrúbal estaba inconsciente. Sergio trató de levantarse para ayudarle. Cuando lo consiguió, una de las estatuas que decoraban el salón cayó sobre él…
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Un barco tan grande y tan lujoso… y tan pocos baños. En otro de ellos coincidieron Astrid, la mujer de Fernando Montes-Valdivia; y Gladys, la segunda esposa de Anselmo Fernández de la Barca. Se detestaban. Ahora. “Siempre me resulta gracioso verte con perlas y visones, Astrid. No te pegan”. “Ya no soy aquella chica hippie, está claro. Pero tú también has cambiado, querida. No sé cómo pudimos ser amigas, Gladys”. “Y las mejores, te recuerdo, desde que pasaste aquel año de intercambio en mi país”. “Nunca pensé que fueras capaz de todo lo que has hecho. Aquella noche, en la balsa…. Puedo entender la ambición por el dinero. Pero, eran personas, por Dios. Aquel pobre hombre. Y la madre de Sergio…, lo que la habéis hecho no tiene nombre. Gladys, todo lo que tienes es tan falso y artificial como tu bótox”.

Gladys no pudo resistir aquello. Sabía que su antigua amiga tenía razón. “Tienes tanta razón. Me siento atrapada. No sabes las cosas que ha llegado a hacer Anselmo. Hay noches que no duermo pensando en esa mujer, encerrada en el psiquiátrico… Tienes que ayudarme a ponerle fin a esto”. Se oyó un ruido y se apagaron las luces. Sonaron sirenas de emergencia. Intentaron salir del baño, pero la puerta se había quedado trabada. Estaban encerradas y no sabían lo que había pasado.
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Frente al escenario en el que comenzaba a tocar la orquesta, se encontraban las principales autoridades y personalidades de la ciudad. La música empezó a sonar. Anselmo, ayudado de su bastón, salió a la cubierta a fumar un cigarro.

“Hombre, viejo amigo”. “¿Qué haces aquí, Fernando?”. “Mal que te pese, sigo siendo un hombre importante en esta ciudad. No pudiste conmigo aquella noche y tampoco podrás ahora. Te queda bien poco”. Anselmo levantó el bastón amenazante. “Escúchame bien, Fernando. Ya no soy aquel muchacho de la balsa. Aquel día aprendí lo que es necesario hacer para conseguir tus objetivos. Ya sabes que puedo pasar por encima de ti como pasé por encima de él”. Se acercó hacia Fernando, cuando el suelo se partió en dos y el vació se abrió bajo ellos.
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Desde alta mar, los activistas contemplaban todo. El barco en el que se encontraban las principales personalidades locales impresionaba. No sólo por su tamaño. Era todo: la noche, la superluna que justo había salido esos días, los fuegos artificiales y la música de ópera que coronaba el espectáculo mientras la embarcación se acercaba al Monte de Dunia. “Tened cuidado, creo que nos viene siguiendo una patrulla marina, quieren impedir la protesta.”, expuso uno de ellos al portavoz. Los tenían al lado. “Pues vamos a tener que correr. Apagad las luces. No hay tiempo para debatir este punto en la asamblea”. “No creo que sea muy seguro”, le dijo otro, “no hay nada de luz”. La patrulla marina saltó a su barco y comenzó a esposarles y pegarles. Mientras era aporreado y su propia lancha perdía el control, el portavoz se dio cuenta de que, efectivamente, no había nada de luz. “Ni siquiera está encendido el faro. No ven por donde van. ¡Van a ciegas!” La embarcación se acercaba peligrosamente rápido al Monte de Dunia. Entonces fue cuando se oyó el ruido y todos miraron horrorizados la escena. El barco partido en dos, vías de agua entrando por todas partes, mientras los fuegos artificiales lo iluminaban todo y la orquesta seguía sonando sin conseguir acallar los gritos de los pasajeros.

FIN DE LA TERCERA TEMPORADA

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