El paisaje del Parlamento puede sufrir algún cambio en algunos meses. En el sprint final de la legislatura, todos miran de reojo las encuestas que pueden cambiar la proporción de escaños en una cámara en la que un ‘puñao’ de diputados pueden servir para darle la vuelta a un Gobierno, o incluso, abriendo las miras, podrían entrar nuevas formaciones (Izquierda Unida, UPyD, Podemos), cambiando, ya sustancialmente el paisaje.

¿Y cuál es el paisaje que caracteriza ahora la Cámara autonómica? Tres partidos, los del tripartidismo, que han pasado ya por Gobierno y oposición en casi todas las combinaciones posibles, salvo el pacto PP-PSOE.

Legislatura más, legislatura menos

¿Y esto que significa? Pues que se conocen todos, que tienen sus rencillas, que se conocen los pufos que se dejaron los unos a los otros o las trabas de los otros a los proyectos de unos, y que han gastado ya los argumentarios de ida y vuelta.

Y así está bien. Mejor que todo quede en casa. Estos de la oposición son unos petardos pero son “nuestros” petardos.

Se conocen, y las peleas dentro de casa son más llevaderas, como prueba el memorial de agravios en forma de pactos contra natura al hilo sobre una propuesta sobre la mal llamada elección directa de los alcaldes.

Y ahí están: exconsejeros como el de Obras Públicas y Ordenación del Territorio (José María Mazón, regionalista), reprochándole a su sucesor, Javier Fernández, que le haya copiado una ley (de protección del paisaje, que superaba este lunes una enmienda a la totalidad del PRC), mientras que el partido en el Gobierno, el PP, le recordaba, la sucesión de planes que dejó por hacer y los incumplimientos de su mandato. Es cómodo, como la rutina. Es sencillo. Es fácil.

Y así, sin darnos cuenta, entre la defensa del legado y la crítica de la herencia recibida se nos ha casi pasado la legislatura. Otra, y otra, y otra.

Y parece que fue ayer cuando se sembró la primera sentencia de derribo en Cantabria, pero han pasado más de 20 años, han crecido y han formado un bosque denso, con ramas difíciles de desenmarañar. Un problema que, lamentablemente, forma parte ya del paisaje de la comunidad autónoma, tan enraizado e histórico casi como la celebración de las marzas.

Y también en esto hay reproches: el PP recuerda que la mayoría de las sentencias se produjeron con Revilla como responsable de Obras Públicas y presidente de la Comisión Regional de Urbanismo (en gobiernos presididos por los ‘populares’, esto lo recordamos nosotros), mientras que Mazón, puestos a recordar, esgrimía que los ayuntamientos en los que se dieron sentencias (más de 500) eran del Partido Popular.

La protección del paisaje político cántabro pasa por el rechazo a todo lo que huela a “populismo” (anatema, tabú), y tratar de situar en él al adversario al que interesa marcar, que es, sin lugar a duda, el regionalista, y, sobre todo, a Revilla. Pasa por prolongar estas luchas un pleno más, y otro, y otro.

Cruzándose acusaciones de demagogias mutuas en un agrio debate que vuelve a dejar al margen, y sin protagonismo pese al empeño que sí ponen algunos de sus diputados en tener mensaje propio, al PSOE.

Así se han pasado las legislaturas, sin conseguirse en ninguna avanzar en la solución a los derribos, aunque dando significativos pasos en la creación de nuevos problemas en ese empeño de incumplir las sentencias; sin aprobar instrumentos que tal vez ayudaran, como el Plan Regional de Ordenación de Territorio.

Pero da la sensación de que, en un momento en el que el único paisaje que debería importar es el de después de la batalla, los reproches compensan más que las soluciones, y por eso el debate se mueve en un eterno retorno en el que, por volver, han vuelto hasta las carpas para sensibilizar sobre el medio ambiente. Esas sí que son un clásico del paisaje político cántabro.

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