Miguel el torero
(Iniciamos con el realizador Manuel Ortega Lasaga un repaso a personajes muy conocidos de la ciudad)
Raro es quien vive en Santander y no conoce a este personaje infraurbanita, posiblemente el más popular de las últimas décadas en la capital cántabra. Aún así y para quien no sepa quién es, haré una introducción.
Miguel El Torero se podría definir como una fusión de juglar y bufón moderno, conocido principalmente por amenizar (molestar, para algunos) rincones de la ciudad con sus particulares expresiones artísticas, que van desde las canciones (en diversos idiomas imposibles) y los bailes hasta los chistes y la magia pasando por un amplio repertorio de su revista de variedades.
Son varios los apodos por los que se le ha conocido en la ciudad. Los más veteranos le recuerdan también como “el auriculares” por ir siempre cantando “a grito pelao” con unos cascos y un walkman. Algunos se referían a él como “Superman” por ir a menudo con el traje del mítico superhéroe.
Y es que se disfraza de personajes de cualquier índole: vikingo, gorila, Spiderman, romano, vaca, templario… o bien crea nuevos mezclándolos entre sí. Uno de sus trajes míticos y por el cual recibió su mote oficial, el de torero.
Cuando no va de carnaval fuera de temporada, suele combinar piezas de ropa aparentemente incombinables, obteniendo un estilo muy personal y bizarro.
Se le puede considerar anclado en el pasado o como un visionario adelantado a los modernillos que hacen gala de un forzado estilo retro.
Sea como sea, Miguel siempre ha introducido elementos de la cultura pop nacional, sobretodo de los 70 y 80: cine quinqui, canciones del grupo Parchís, Barrio Sésamo, Eurovisión, los payasos de la tele…
Es también una poderosa característica de su ser, su gusto por el folclore y lo referente a la iglesia y la religión, que tanto le marcaron en su infancia. No se pierde fiestas regionales como La Virgen del Mar o La bien Aparecida.
Incondicional de las fiestas de San Fermín, tampoco falta en Pamplona, ni la ocasión de salir por TV.
Con tendencias surrealistas y del absurdo, sus chistes, de construcción y contenido dadaísta, a menudo están protagonizados por curas, monjas, policías, zombis o borrachos y suelen tener una conclusión repentina e inesperada, haciendo del “sin sentido” su característica principal.
Sus espectáculos de magia lo mismo incluyen la desintegración de un papel en sus manos, el apagarlo en llamas con la boca o prender fuego a la suela de su propio calzado cuando lo lleva puesto.
Muchas veces, sus shows dan un giro de hilaridad involuntaria, gracias alenorme componente de improvisación, obteniendo a veces un resultado más divertido que el inicialmente pretendido.
Puede estar dando volteretas laterales en el templete de la Plaza Pombo y propinar sin querer una patada en la boca a un niño que se acercaba demasiado o en una performance playera pedir una silla al público y partirla en dos al hacer el pino sobre ella.
La Navidad es su festividad predilecta. No falla nunca en esas fechas por las calles de Santander, ambientándolas con villancicos, juegos y bailes, vestido de Papá Noel o de Rey Mago (a su manera).
Recuerdo una cabalgata de Reyes en la que estrechó la mano a Melchor y no la soltaba. Ésto desató la ira del Rey Mago, quien se vio obligado a abandonar su papel por unos segundos y pasar a un tono de voz agresivo y amenazante mientras forcejeaba para liberarse. Todo esto, claro, delante de los niños. Momentos mágicos que nos ofrece la Navidad santanderina.
Siempre de buen humor, entrega gratuitamente (algunas veces a cambio de la voluntad) grandes dosis de situaciones cómicas, hilarantes y entretenimiento. Es el espectáculo por el espectáculo.
Querido por unos y odiado por otros, no está libre de detractores que crean bulos destructivos, que en mi opinión son aquellos que no soportan ver que alguien que aparentemente no tiene nada, exteriorice felicidad a raudales y desee compartirla con los demás a través de la expresión de su extraño arte.
Mi atracción por este tipo de personajes periféricos y marginales es innata.
Posiblemente venga de familia por parte de padre ya que tanto él cómo mis tíos comparten este tipo de fascinación.
Mi primer recuerdo de Miguel se remonta a mi infancia: siendo yo muy pequeño en Navidad, subí con mi hermano a un templete donde había un “Papá Noel” (él), ante el que te presentabas y en lugar de darle una lista con regalos, te silbaba una melodía y si la reconocías, te llevabas una piruleta. No adiviné la canción pero igualmente me regaló el dulce y mi hermano me echó en cara no haber acertado. Por lo visto era un tema conocido.
Siempre lo encontrabas en plazas o parques, improvisando concursos y juegos para todos los niños. Con él, el entretenimiento estaba garantizado.
Es significativo que con el paso de los años, algunos de los niños a los que solía divertir, se convirtieron en despreciables adolescentes con ganas de reafirmar su virilidad y qué mejor modo para ello que humillar al desamparado Torero, insultándole, escupiéndole y cosas peores para crecerse ante los indeseables de sus amigos.
Mientras muchos se divertían a costa de insinuar la inferioridad del bueno de Miguel, mi fascinación crecía al comprobar que era un tío que insistía en dedicarse a hacer lo que más le gustaba: ser un showman sin importarle lo que de él se dijera.
O su empeño por hacernos creer el miedo que sentía cuando pasaba noches en los cementerios y veía levantarse a los “chombis” o sus contactos con los “taterrestres” que venían del “espacior”.
Con una cámara fotográfica como herramienta, comencé a retratar a todos los personajes populares de la calle que conocía pero Miguel, al dar mucho juego, requería algo más que registrar únicamente su imagen y había que dar uso a la cámara de video.
Me parecía un personaje tan interesante que años más tarde acabé presentando en la facultad un montaje de varias grabaciones en video sobre su figura y que fue exhibido en la sala de exposiciones del BBVA en Bilbao. Más adelante, incluí cameos de Miguel en el mediometraje “Muerde el ladrillo” en 2005 y en el cortometraje “Dientes de Otro” en 2013.
Para finalizar, pedí a Laura García Pérez que escribiera un párrafo sobre «El Torero» y ella ha escrito algo con lo que no podría estar más de acuerdo: “Para mí, Miguel es un niño grande. O un adolescente grande. Un Robin Williams en «Jack». Alguien que no ha perdido la ilusión por jugar, expresarse y vivir plenamente, disfrutando de la improvisación, la magia y la fantasía. Un ser diferente, un incomprendido cuyo brillo en una ciudad tantas veces opaca, deslumbra a quienes desprecian modos de vida que no encajen en su grisura, a quienes se ven amenazados por los atrevidos, los valientes, los imprudentes, los joviales, los FELICES.”
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