Hoy, 18 de diciembre, es el Día Internacional del Migrante, un día que nunca había estado marcado en mi calendario y que ahora, que estoy en Bélgica, está señalado con luces de neón y colores fluorescentes y no hago una fiesta porque todos los confetis se los compró la exministra Ana Mato, responsable del Apartheid sanitario que deja sin cobertura a miles de migrantes, como yo, que no tuvieron la suerte de nacer en España y que han huido, huyen y huirán, como yo, de sus respectivos países.

Ellos, buscando una vida lejos del hambre, las guerras y el saqueo; yo, dejando atrás la precariedad, la corrupción y el saqueo (en esto coincidimos).

Mientras, el ministro del Interior (y/o de lo Anterior), en un ejercicio de responsabilidad (católica, apostólica, romana y demagógica) se defendía hace unos días de las acusaciones de diversas organizaciones que han criticado lo inhumano e ilegal de las devoluciones en caliente de migrantes (como yo), contestándoles «Que me den la dirección y les enviamos a esa pobre gente».

Claro, señor ministro, y nos encargamos también de sus olvidados (que no nuestros) pacientes (o quizá para usted clientes) de Hepatitis C y les damos nosotros el tratamiento (y el hígado, por qué no) que precisan y ustedes les niegan. El Apartheid sanitario no sólo aparta a los (in)migrantes. Tiene otros olvidados. Muchos. Demasiados.

Ahora que llega la Navidad, ese período en el que las sensibilidades por los que no están (y quizá nunca vuelvan) están a flor de piel, esa lágrima de la madre que añora a su hijo, o viceversa, es explotada en pro del consumismo para vender turrones o para hacer grandes audiencias de TV.

Raro es el caso en el que en estos espacios se va más allá del reencuentro a cámara lenta con música «creallantos» y aplausos enternecedores. Raro es el caso en el que se va a la raíz del asunto, a los quién, qué y dónde, a los cuándo, cómo y por qué, esas preguntas que el periodismo nunca debe sustituir por efectos visuales y sonoros.

Y de eso quiero hablar, precisamente de eso, de los motivos que llevan a un individuo o un pueblo a dejar su tierra y su familia. De eso es de lo que hay que hablar. De eso y de nada más.

El Roto.

¿Quién? ¿Quién se va? Miles según los datos del INE. Miles y miles según la realidad, porque las cifras están infravaloradas y sólo tienen en cuenta a los registrados en los consulados (por ejemplo, yo, ahora que escribo, todavía no formo parte de esas cifras). Miles, miles y miles de jóvenes y no jóvenes, muy formados o no tanto. Somos miles, miles, miles y miles de muy diferente condición.

¿Qué? ¿Qué ocurre? Lo que ocurre es que España no es país para jóvenes (uno de cada dos no tiene empleo) y no jóvenes, que hacen que más de 5 millones de trabajadores y trabajadoras carezcan de empleo. Que no haya empleo, no quiere decir que no haya trabajo.

¿Dónde? ¿Dónde nos vamos? Los últimos datos dicen que los países receptores de nuestro volumen de plusvalía son, en este orden, Reino Unido, Francia, Ecuador, Alemania, Estados Unidos,  Colombia, Suiza, Venezuela, Bélgica (ay, este me suena) y Argentina. Aunque quizá la pregunta sea «¿dónde no?» pues todos conocemos a alguno que se ha ido a Canadá, China, Arabia Saudí, Australia o cualquier lugar remoto en los que escuchar español por las calles es cada vez más frecuente.

¿Cuándo? ¿Cuándo nos vamos? El gran flujo migratorio hacia el exterior comienza con el inicio de la estafa, mal llamada crisis, y aunque nuestro presidente (sí, es nuestro presidente, disfrutad lo votado) diga que esta época se acabó, me vais a permitir que lo dude y discrepe. Han sido tantas y tantas mentiras, tantos y tantos desprecios, que uno se vuelve escéptico en grado superlativo y hace como que no oye ciertas cosas para no acordarse de la madre de nadie. De la mía sí que me acuerdo. Nos vemos pronto, mamá. 😉

¿Cómo? ¿Cómo nos vamos? Depende. Obviando el estado de ánimo que hace que los aeropuertos sean algo así como nuestra criptonita, lo cierto es que algunos tenemos la suerte (¿he dicho suerte?) de irnos con un trabajo «de lo nuestro» esperándonos mientras que otros van en busca de (su) El Dorado, que en muchos casos resulta ser una cadena de comida rápida, TRABAJO HONRADO como el que más.

¿Por qué? ¿Por qué irse? ¡Hay tantos motivos! Antes he mencionado la precariedad, la corrupción y el saqueo, con los que he intentado sintetizar la situación.

Una situación en la que una minoría acapara la mayoría de los recursos mientras una mayoría sobrevive con las migajas, dentro de un sistema capitalista agotado que en lugar de parar, resetear, repensar, reconfigurar y rehacer otro sistema más social, equitativo y justo, donde se respeten los derechos y libertades de los individuos y de los pueblos, se da una patada hacia delante esperando que otros se encuentren el marrón (el mismo marrón del que los pateadores son responsables y del que parece que no se acaban de deshacer).

Una vez las preguntas han sido contestadas (o al menos, intentado), concluyo. Concluyo diciendo que de nada sirve que llores o nos añores en tu casa. Sal a la calle, organízate y lucha para que volvamos, para que tu hija, hermana, madre, nieta, sobrina, amiga, novia o conocida no se vea en esta situación. Para que nadie tenga que elegir entre el falso dilema de paro, precariedad o exilio, entre «¿qué prefieres, esto o nada?».

Por último, te pido que hagas un ejercicio. Te pido que apliques las seis preguntas a todos los migrantes, tanto los que se van de España como los que llegan, tanto los que se van en un vuelo como los que llegan en una patera. Porque su quién, qué, dónde, cuándo, cómo y por qué es tan importante como el mío, como el nuestro. Y recuerda, ¡NO NOS VAMOS, NOS ECHAN! ¡DERECHO A VOLVER!

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