La Avenida de Amparo Pérez: el vial que nos unió
Unir. Los viales, los puentes, los túneles, las carreteras. Los proyectos se hacen para unir, para coser ciudad.
No ha sido así con el vial de la S-20, otra de las conexiones transversales entre esa autovía y el centro de la ciudad.
Un proyecto que lo que ha hecho es generar una cicatriz urbana, una brecha, otra, entre las instituciones (en este caso el Ayuntamiento de Santander) y los ciudadanos.
Un vial que construirán Copsesa, la empresa del alcalde de Ramales de la Victoria, del mismo partido que el de Santander y adjudicataria recurrente en la ciudad.
Un vial del que nos tememos que tendrá los mismos sobrecostes injustificados que tuvo otra de esas conexiones entre una autovía que no está, ni mucho menos, desconectada del centro urbano.
Ese vial, el vial de Amparo, el mismo vial que ha distanciado a los ciudadanos de la administración, ha conseguido otro efecto por el otro lado: ha acercado posturas, luchas y sensibilidades.
Sobre el papel uno diría que la historia de Amparo es simplemente la historia de Amparo. Y que ya está. Pues no.
La lucha de Amparo Pérez por defender su casa de una expropiación injusta, innecesaria y desproporcionada es mucho más que eso.
A partir de ahora, hay un camino en Santander que empieza a partir de ese vial, de esa historia.
Antes del vial eran los tiempos de la ciudad desconectada.
Los barrios de los que sólo podían hablar sus vecinos y las asociaciones que van conducidas un mando a distancia. Los de las causas que no importaban a nadie. Las de los colectivos que clamaban en el desierto, y que ahora se han convertido en el prólogo de algo, como la familia Colmenero en el Cabildo de Arriba, DEBA o la PAH de Santander.
(Por favor, vosotros, sí, vosotros, no os carguéis la PAH. Repetimos: no os carguéis la PAH)
Pero Amparo empezó a recorrer el vial y de repente se dio cuenta de que no estaba andando sola ese camino. Que a su lado no iba sólo su familia, como es normal en algo que hubiera convertido su asunto en un problema privado.
De repente, al mirar a ambos lados, sus nietos Marco y Mar comprobaron que al lado de ellos había gente que no conocían. Primero fueron los de la PAH, la plataforma de afectados por las hipotecas. No era un desahucio, pero daba igual. Era una causa por la que merecía la pena luchar. Y empezaron las acciones, y resulta que en ellas había muchas caras nuevas, de gente que nadie conocía. En el comienzo de las fiestas en el Ayuntamiento, en las casetas, en la acampada…
Recorrieron ese camino mientras miraba la ladera de una ciudad llena de pisos nuevos y vacíos que nadie compró porque las cuentas del crecimiento de la ciudad se hicieron como el culo. Lo transitaron, descalzos, mientras escuchaban, atónitos, descalificaciones de los mismos políticos que financiaban esos proyectos gracias al dinero de sus propios impuestos, y que además habían jugado con ventaja porque habían fijado ellos los precios de su terreno.
Y mientras se seguía avanzando por la Avenida Amparo Pérez, de pronto, se empezó a incorporar más gente.
Los del Prado San Roque y el Río de la Pila, que también les van a expropiar y encima ya no es ni por un vial o un parque, es para hacer unos pisos que nunca serán los suyos.
O los de la senda costera, cerquita de Amparo, que vieron como a un camino natural le empezaron a crecer puentes de madera y hormigoneras.
Y los del parque de la Marga, que empezaron a defender los árboles de su zona de un proyecto caro, excesivo y del que nadie les había consultado nada.
Mientras recorrían el vial de Amparo, sucedió algo: empezaron a mezclarse, a hablar unos con otros.
Y se dieron cuenta de que sus causas tenían mucho en común:
-de que sus problemas los había causado la administración y habían tenido que ser ellos quien se constituyeran para arreglarlo
-de que las asociaciones de vecinos oficiales habían permanecido mudas sobre cada uno de sus problemas…
-… y que cuando habían hablado lo habían hecho para defender a una institución poderosa que, francamente, ya tiene suficientes defensores.
-resulta que nadie les había informado, para nada, de proyectos que les afectaban –y que estaban pagando ellos, que es que los están pagando ellos-.
Y quedaron en visitar cada uno el barrio del otro, el ir a la reunión del otro, en lugar de una conexión transversal más, prefirieron tirar de la Avenida de Amparo y sus conexiones con los caminos vecinales para desafiar así esa teoría que tantos compran de que un santanderino sólo puede opinar de lo que ve desde su ventana.
Sobre todo, mirando desde el vial a la ciudad, se dieron cuenta de que en la ciudad estaba pasando algo.
Volvían las hormigoneras y las grúas, volvían los hombres grises con maletines, en definitiva, volvía el ladrillo.
Y al ladrillo le estorbaban los vecinos (el ladrillo tiene especial inquina a jóvenes y a mayores), al ladrillo le gustan los pisos nuevos, le gusta jugar al golf, y necesita para crecer que haya muchos camareros y dependientes, que cada uno vaya a su bola y que nadie se entere de sus planes.
El ladrillo quiere construir un Nuevo Santander y de momento le está yendo bien.
Llegó un momento en que Amparo dejó de andar. Pero los otros siguieron caminando y buscando a más gente. Santander era suya, ahora lo sabían.
(Esta opinión es libre y sin presiones gracias al apoyo de nuestros socios)
paco gómez
Qué bueno que existan. Bien atado