La revolución comercial y empresarial que está sufriendo Santander es palpable en la cantidad de pequeños negocios que están surgiendo, buscando un nuevo mercado mientras ofrecen un modelo diferente.

En cuestión hostelera se está buscando una especialización, un modo de satisfacer al cliente más exigente. Entre estas propuestas hay una ubicada en la calle Santa Lucía, haciendo esquina con la pequeña calle San Simón.

‘Agua Salada’ es un pequeño restaurante de comida creativa, aunque tan tradicional como se podía encontrar antaño en casa, cuando se dedicaba horas a cocinar.

El cocinero es Carlos, un profesional con más de diez años de experiencia pese a su juventud, y con una clara vocación.

Desde pequeño supo que quería ser cocinero. “Ya con cinco o seis años ayudaba a mi madre, pringando toda la cocina”, confiesa mientras maneja con maestría el cuchillo con la verdura. Ella lo animó a cumplir su sueño cuando decidió que quería que ese fuese su medio de vida.

Trabajó durante años por cuenta ajena, y en uno de los restaurantes conoció a Pilar, su socia y pareja sentimental. Ella siempre se ha dedicado más a la gestión y al trato con el público, lo que les compatibiliza por completo en esta nueva aventura a la que se enfrentan.

Después de que Pilar tuviera que marcharse a trabajar al País Vasco, ambos tuvieron muchas dificultades para seguir viéndose. Quienes hayan trabajado en hostelería comprenderán la dificultad de sus horarios.

Carlos es el cocinero y co-propietario de Agua Salada.

Además, Carlos estaba cansado de los problemas que tenía para cobrar cada mes y frustrado de solo poder cocinar “fritos y entrecot”.

Así que fue Pilar la que insistió en ponerse por su cuenta. Él fue más reticente, pues ya contaba con una hipoteca y un hijo a los que no podía arriesgar tan fácilmente.

Pero, tras buscar insistentemente, por fin consiguieron dar con el local perfecto. “La idea era buscar algo sencillo, algo de lo que podamos salir si no nos va bien”, asegura. Juntaron sus ahorros, pidieron un crédito al banco y se lanzaron a la aventura.

UN RESTAURANTE MEDITERRÁNEO CON NOMBRE MARÍTIMO

El local ha pasado los últimos años de ser un bar típico de barrio, a un local de hamburguesas, después un bar de ‘calimochos’, The Corner, hasta que ha llegado a sus manos.

Fue Adrián, el hijo de Carlos, el que eligió el nombre de ‘Agua Salada’. Con la gracia e imaginación propias de la infancia, fue el título más evidente que se le ocurrió cuando les vio tratar de decidirse por un nombre para un restaurante mediterráneo.

Ese nombre inspiró a la decoración que posteriormente adornaría el local. El diseño de interiores lo pusieron en manos de Mercedes Rábago, quien le dio al restaurante toques marítimos en sus colores azules y verdosos, y en la decoración con muebles antiguos y artesanos.

El restaurante abrió el pasado 14 de julio. No hubo inauguración oficial ni nada ostentoso, solo familia y amigos, ya que no querían que la gente pensara que ya lo tenían todo “perfecto”, sino que fueron creciendo gradualmente.

Los hombres prefieren la cantidad en la comida, y las mujeres que no tenga grasa

Pero han sido muy bien acogidos. Tanto que en solo ocho meses ya pueden ganar suficiente para los dos y para dos empleadas más que vienen a ayudarles, sobre todo los fines de semana que tienen más trabajo.

“Es una suerte poder dedicarnos a algo que podemos hacer y que nos gusta”, asegura Carlos mientras prepara la sarda que se servirá en la comida. “Nuestro objetivo es vivir del negocio, no hacernos millonarios”.

MENÚ SENCILLO CON SABOR CASERO

La decoración del restaurante está hecha para recordar el origen mediterráneo de la comida.

Ahora que por fin es dueño de su cocina y puede elegir sus propios productos, Carlos siente predilección por el pescado y las verduras. “Cada noche llamo al pescadero y me dice qué tiene de fresco cada día”. Y es que contar con un producto bueno es la clave de todo “así no hay que enmascararlo”.

Confiesa que esos productos son mejor acogidos por las mujeres que por los hombres, por lo que son más en clientela. Y es que ambos géneros son muy diferentes en la comida. “Ellos prefieren la cantidad, y ellas que no tenga  grasa”, pero aun así asegura que “todos son exigentes” y que ninguno ha salido decepcionado del restaurante.

“La gente que come mucho fuera de casa sufre del estómago por los fritos y los recalentados”

Su menú del día es sencillo, con dos platos a elegir. “Me encanta la comida creativa, pero no tengo medios”. Aun así, Carlos insiste en que busca siempre “el sabor casero, sobre todo para el menú. En la carta ya le doy más mi toque”.

Lo importante de contar con un menú de toda la vida es que el propio cliente lo agradece. “La gente que come mucho fuera de casa sufre del estómago por los fritos y los recalentados”, dice Carlos, que ha convivido muchos años con esa problemática.

En los postres deja rienda suelta a su imaginación y los transforma en una explosión de sabores. “Me gusta mucho la mezcla de dulce y salado”, confiesa como pequeño secreto sobre un espectacular postre que combina sobao pasiego, torrijas y crema de orujo.

Y ese es el resultado final del negocio: una mezcla de tradicionalidad y creatividad que está adecuada a los bolsillos de la crisis económica, y apoyada en una decoración cuidada al milímetro.