Siete apellidos industriales cántabros
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. No son los enanitos de Blancanieves sino los consejeros que en los últimos quince años han ocupado la cartera de Industria en los sucesivos Gobiernos de Cantabria.
Y eso que no se nos ocurre un ejemplo mayor de política que requiera continuidad y estrategia de futuro
A dos por año, prácticamente, en una media de cambios que revela la fragilidad de la política industrial en la comunidad autónoma en un contexto de cambios extremos y elevadísima competencia nacional y, sobre todo, global.
José Ramón Alvárez Redondo fue el primer consejero de Industria que he conocido desde que empecé a trabajar en medios, hacia el año 2000, y aunque entonces no sabía todos los detalles, recuerdo que le vi caer fruto de las peleas internas dentro de su propio partido, el Partido Popular.
Le sucedió Pedro Nalda, dentro de los intentos del presidente Martínez Sieso de tener su propio equipo en el Gobierno y en el Partido, en lo que, por cierto, fue un significativo caso de puertas giratorias que todavía no han terminado de batir: ha estado yendo y viniendo desde la empresa privada a instituciones como la Delegación de Gobierno (fugazmente), la patronal cántabra con Gema Díaz y, ahora, concejal en el Ayuntamiento de Santander.
DE LA INESTABILIDAD AL DESARME DE IDEAS
Después se produjo el cambio de Gobierno y quien gestionó esa cartera fue el Partido Socialista en una etapa marcada por la inestabilidad en esa área.
Miguel Ángel Pesquera impulsó una etapa marcada por una visión internacional que muchas empresas en realidad ya practicaban, caracterizada también por un exceso de filosofía y una desgana hacia lo real que le ha llevado a ser inhabilitado para la dirección de empresas.
Sumado todo un no disimulado desdén por dinámicas institucionales como la transparencia o rendición de cuentas, en unos momentos en los que, justo es decirlo, no eran valores en la agenda pública.
Se marchó y llegó Javier del Olmo, enérgico, decidido y con cierto sectarismo de clase, que reestructuró las empresas públicas.
Pero que acabó agobiado por el marrón de GFB y sepultado por su propio mal genio y por una gestión anterior en el Puerto que se saldó con una condena judicial. Dimitió, y eso que sí que eran otros tiempos en cuanto a grado de exigencia.
Y después llegó Juan José Sota, tan versátil que lo mismo sirve de senador que de eterno portavoz en la oposición que de director general de Administración Local o, después de su paso por la Consejería, asesor en el Parlamento y, esta legislatura, consejero de Economía.
Para entonces los carteles publicitarios de las empresas de cabecera ya tapaban del todo los escasos metros cuadrados de suelo industrial, mientras Sodercan elevaba a la categoría de endémico el descontrol directivo y se había incubado un plan eólico que acabó como se dijo que iba a acabar: anulado por los tribunales.
Con la paradoja de que el proceso le acabó resultando altamente rentable a alguna empresa, tal vez a algunas personas concretas.
La legislatura de Diego ha sido más estable en cuanto a la consejería, con un Eduardo Arasti que asumió también el turismo, que volcó su intensidad en sus intervenciones parlamentarias y a quien le tocó materializar la renuncia del PP a su supuesto ideario liberal, convirtiendo a Cantabria en socia de todo tipo de empresas (con su propio fiasco, Néstor Martin) y financiadora de teleféricos
Eso no quiere decir que la estabilidad fuera total, con sucesivos cambios al frente de la empresa pública Sodercan, que se ha revelado como un voluminoso e incontrolable instrumento.
LAS LECCIONES DE PACO
Y ahora el nuevo consejero será un universitario Paco Martín cargado de paradojas, que fue titular de Medio Ambiente con el PSOE y que ahora será responsable de Industria con el PRC, un participante entusiasta de la orgia publicitaria (con agencias que le llegaron incluso a definir las políticas, no ya los campañas de una consejería entregada al reparto de perlizadores y bombillas como principal emblema) de los últimos años de PRC y PSOE
Aunque, por lo menos, da la sensación de haber aprendido en su regreso al mundo exterior.
En su primera entrevista, en El Diario Montañés, demostró saber ya, después de veinte años de errores en los sucesivos gestores, que, oh revelación, el Gobierno es un mal empresario.
Es una lección que está por ver si el partido que le nombró le permite desarrollar y que tendrá que hacer un ejercicio de coordinación con un Sodercan separado de su consejería natural, Industria como consecuencia de la negociación del pacto,
También deberá coordinarse con un área de Economía e instrumentos vinculados (como el Instituto de Finanzas) que dependerán del PSOE: por primera vez en Cantabria el mismo partido no gestiona Industria y Economía.
Le toca mirar a un sector que reclama más protagonismo y menos intervencionismo, que quiere un plan claro para ponerse a trabajar, cansado de ayudas públicas sin control ni criterio, y en guardia ante un proceso de desindustrialización, un cambio de modelo en el que Cantabria no tiene la compettividad que requiere un sector en ocasiones demasiado atado a la nostalgia.
¿CAMBIOS O CONTINUIDAD?
En principio podría parecer que la sucesión de siete (siete) personas al frente de la consejería que más debería marcar la economía productiva real de Cantabria ha supuesto un cambio constante en las políticas.
Y tampoco es así: dando un paso atrás para mirar, lo que se percibe es una serie de líneas comunes: el sobredimensionamiento del sector público empresarial y la apuesta casi religiosa por determinados proyectos industriales a la larga frustrados.
Lo que sí se ha producido con cada cambio es un constante volver a empezar, una nueva ronda de reuniones con los interlocutores del sector, un adanismo constante que ha llevado a reinventar las ideas y a planificar desde fuera del mundo de la empresa su destino, en un intervencionismo en el que cayeron el PSOE del Plan de Gobernanza y el PP de un InverCantabria del que sus impulsores ni siquiera se atrevieron a hacer un balance al final de la legislatura.
Así que los constantes cambios en la Consejería de Industria no han supuesto sino nuevos y reiterativos primeros pasos de la misma estrategia en unas políticas a las que miran unos destinatarios que temen que en Cantabria el marcador se haya vuelto a poner a cero otra vez y que saben que el gato ya ha agotado todas las vidas que podía usar. Porque la próxima caída ya no será de pie.