De cómo Fidel conoció a Satanás
Entre los participantes en la regata Mini Transat 2015, cruzar el Atlántico en solitario en barcos de 6,5 metros de eslora, hay gente con patrocinios importantes y un gran equipo de apoyo de tierra, mientras otros, con presupuestos mucho más humildes, deben ejercer de MacGyver, como es el caso del camargués Fidel Turienzo, que se formó en la escuela de regatas del Centro Especializado de Alto rendimiento (CEAR) de vela de Santander.
En estos momentos Fidel ha terminado la primera etapa de la regata y se prepara para salir el 31 de octubre en la segunda.
Fidel, según nos contó en una entrevista previa a la regata, conoció los barcos clase Mini con 14 años y como dice él “flipó” con los regatistas solitarios.
Y a los 18 años, se quedó impresionado al pasar por la Bretaña francesa, lo que él denomina el paraíso de la vela oceánica, y se dijo así mismo que tenía que encontrar la forma de navegar en esos barcos, bien construyendo su propio barco o comprando un barco viejo y reparándolo.
Dicho y hecho. Trabajando en Santoña con 15 años se plantea arreglar un barco semihundido en el puerto que había naufragado en la regata Transgascogne de 2007. No fue posible.
Después intentó de todo: comprar un barco brasileño parado en Santander, pero el propietario estaba inmerso en un proceso judicial con el mercante que le rescató.
Se pasó meses pensando en cómo realizar su sueño, y navegaba horas y horas en internet viendo planos y construcciones de barcos de la clase Mini. Hasta viajó a Bretaña en busca de viejos barcos para arreglarlos. No tuvo suerte.
Y cuando menos se lo esperaba, en primavera de 2013, se le presentó la oportunidad de hacer su sueño realidad: Fidel acostumbraba a darse una vuelta por Marina del Cantábrico, el puerto deportivo que tiene más cerca de su casa, y no le había pasado desapercibido un Mini que estaba en una de las naves. Pensaba “vaya pepino, vaya cacharro guapo”, pero tenía dueño: Gonzalo Botín.
Resulta que Fidel, además de formarse en el CEAR, trabajaba en el centro como monitor, donde está entrenando Diego Botín, regatista formado en la misma escuela e hijo del dueño del barco.
Ni corto ni perezoso, un día que Fidel se cruza con Diego le pregunta:”¿tu padre qué va a hacer con el barco? ¿No te lo deja para dar una vuelta?” Y ante su sorpresa Diego le contesta “pues lo vende”. Poco tiempo después el barco tenía nuevo dueño y se llamaba Fidel Turienzo.
Fidel, pese a su juventud, lleva ahorrando casi 10 años para hacer su sueño realidad. De hecho el primer dinero que ganó fue con 13 años, le dieron 50 euros por lijar el casco de un optimist.
Pero como él mismo reconoce, “no era el mejor momento para meterme en este proyecto porque la Escuela de Vela de Santander pasaba por un futuro incierto y yo no disponía de todo el presupuesto necesario pero me dije a mi mismo que si esperaba a que todo esté perfecto no lo voy a hacer.»
«Así que me arriesgué. Compré el barco sobre el 22 de julio y durante agosto estuve trabajando en él. Nadie sabía que había comprado el barco. No se lo dije ni a mis padres ni a mis amigos. Recuerdo que eché el barco al agua a principios de octubre con Alex Pella y Pablo Santiurde”, nos cuenta.
SATANÁS Y EL DIABLO
Y es que el barco de Fidel tiene historia. Se llama “Satanás 304” y tiene 15 años. Pero lo curioso es que tiene un hermano gemelo, se construyeron a la vez, que se llama “Diabolo 303”.
Nacieron en el año 2000 y en el 2001 ya corrieron su primera regata Mini Transat, ganando la regata el “Satanás 304” y quedando tercero “Diabolo 303”.
El primer dueño, Yannick Bestaven, se lo vendió a otro francés, Frederic Duval, que tuvo que dejar el barco en Canarias por una rotura. En 2003 lo compra Gonzalo Botín y, después de navegar varios años, lo ha tenido guardado casi 10 años de forma impecable en la nave del puerto santanderino donde lo conoció Fidel.
Además el Satanás del año 2015, respecto al del año 2000, cuenta con notables mejoras: nuevos tanques de lastre, palo y quilla de carbono, electrónica nueva, nuevos cabos y velas, etc. Fidel también ha implementado el nuevo sistema de dos timones, ha trabajado mucho la quilla laminándola y reforzándola.
Ha invertido sobre todo en la fiabilidad y él mismo hace todos los trabajos que requiere la puesta a punto: composites, trimado, reparaciones, soldadura, carpintería, etc. Un barco es un agujero sin fondo. Como el mismo nos comenta “un barco es susceptible de cambio y mejora hasta la total ruina del armador”.
FIDEL, DE LA CANTERA DEL CEAR
El caso de Fidel no es el más habitual pero no es el único que se lo hace todo uno mismo. Muchos regatistas buscan patrocinios, otros piden préstamos y para devolverlo venden el barco y pagan de su bolsillo la parte restante. Los menos tienen un padrino que consigue un sponsor principal que corre con los gastos del barco y de la regata y que además paga sueldos.
Algunos pueden permitirse un equipo detrás apoyando en todo lo necesario: un entrenador para preparar la parte deportiva de la regata, y un técnico que haga la puesta a punto del barco. En el caso de Fidel, él es su propio equipo.
Como el mismo Fidel nos relata “una de las claves de la regata Mini es saber hacerte tu todo en el barco y solucionarte los problemas que vayan surgiendo.
Además es la mejor forma de garantizar que logras el principal objetivo de la regata, que no es otro que acabar.” Hay mucha gente que no sabe hacer cabos, composites, pintura, etc., y luego no es capaz de solucionar los problemas que se encuentra en la regata.
En la primera etapa que acaba de finalizar, Fidel ha sido el único capaz de finalizar de todas las embarcaciones a las que se les ha roto el palo.
Fidel se ha formado en la escuela de vela del CEAR y como él reconoce todo lo bien que lo haga se lo debe a los instructores que ha tenido.
“Yo he aprendido allí sobre todo a ser humilde y a trabajar, a trabajar mucho. Saber trabajar más que los demás. Aunque sepas que para llegar al mismo sitio tienes que dar dos pasos más que los demás, los das.” comenta Fidel, que nos explica qué significa para él el llamado Espíritu Mini.
«En una regata como esta respetas a todos los contrincantes que realmente son compañeros. Este tipo de regatas son muy duras. Las comodidades son mínimas. Son barcos para ir rápido, ir al límite y no están hechos para el confort del regatista. No tienes un sitio para dormir, no hay cama. Aquí te juegas el pellejo y la actitud de la gente cambia. Ante todo lo primero es la seguridad de las personas. Si alguien tiene un problema lo primero es ayudarle aunque tú tengas que parar. Hay un compañerismo brutal en la Clase Mini.”, relata.
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