El Central de Madrid vive una preciosa tarde de rugby familiar
Si todavía no ha introducido usted el rugby en su vida, está a tiempo de hacerlo. Las posibilidades de arrepentirse son pocas, se lo puedo asegurar. Y para vivirlo con intensidad, lo mejor es acercarse a él. Está muy bien verlo por televisión, sobre todo los grandes torneos, donde la realización está al nivel de los más grandes eventos deportivos del planeta, pero acercarse a los campos es poder meterse dentro de una familia muy especial.
El Campo Central de Madrid ha vivido una de esas expresiones familiares este sábado. Primero, con la Supercopa de España, que disputaban VRAC Quesos Entrepinares (campeón de liga y copa la temporada pasada) y Complutense Cisneros (finalista copero). Después, la familia alargaba la tarde viendo por diversas pantallas el Gales-Australia de ese Mundial de Inglaterra que está resultando delicioso en muchos momentos.
Llegar al campo y ver un montón de niños reconforta. Quizá nuestra sociedad, que muestra trazas de corrupción en muchos órdenes de la vida, tenga una oportunidad de mejorar. Si los niños se acercan a este deporte, hay una posibilidad. Porque el rugby pone los valores de vida a la misma altura que la actividad deportiva. Respeto, compañerismo, juego limpio… Estas son las señas de identidad.
Aparte de los niños, había que fijarse en otro detalle: había aficionados del Atlético Club de Socios con una pancarta que rezaba #fuerzaAlberto, el hashtag que ha girado por Twitter esta semana para apoyar a uno de sus jugadores, Alberto Alaiz, que sufrió una gravísima lesión en un partido de rugby. Sus amigos me contaron que se va recuperando (quien me lo contó, por cierto, santanderino), pero los daños son tan graves que aún está por ver si Alberto podrá hacer vida normal en el futuro, aunque ellos han elegido el optimismo para encarar la situación.
La pancarta estuvo en la presentación del partido de la Supercopa. La familia del rugby tiene muy en mente a Alberto. Fue un tema de conversación inevitable en el Central. La respuesta en las redes sociales ha sido formidable. Han creado un perfil de Facebook que se llama Fuerza Alberto y que ya tiene cerca de 2000 seguidores, además de ese hashtag de Twitter que ha sido recogido por diversos medios de comunicación, pese a que se trataba de un partido de cuarta regional de Madrid. Desde aquí nos sumamos a los mejores deseos para este amante del rugby.
Había más cosas en el partido. Dos aficiones, más numerosa la de Cisneros, como era lógico, pero se habían desplazado bastantes pucelanos al partido. El lateral donde está el palco estaba mucho más lleno que el otro y era muy mayoritariamente favorable al conjunto madrileño. En el otro, la mayoría era claramente quesera.
Dos aficiones enfrentadas, pero totalmente ligadas por el respeto y la camaradería, sin necesidad de que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado (parece que queda mucho más bonito que decir Policía) tengan que escoltar a nadie antes o después del partido. No se vieron ni amagos de problemas. Cada uno quiere que gane el suyo, pero ya está.
Sí, había más cosas en las que fijarse. El árbitro, comunicador, haciendo pedagogia. Se toma una decisión y, si algunos jugadores no la entienden el colegiado la explica, siempre teniendo muy presente el espíritu de este juego, donde se defiende con uñas y dientes, pero sin ninguna intención de hacer daño al rival, solo de quitarle el balón o, al menos, de evitar un ensayo en contra. Si se detecta mala intención, si se entra con excesiva dureza o si simplemente se pervierte dicho espíritu, la solución será una tarjeta amarilla que te manda 10 minutos al banquillo y deja a tu equipo durante ese tiempo con un jugador menos.
Y, por supuesto, mientras hay juego los protagonistas son los jugadores. A veces hay piques, un jugador en un determinado momento puede entrar demasiado fuerte, o que le piten una infracción en contra y no suelte el balón rápidamente, o se puede malinterpretar la intención de un rival en un momento dado. Lo normal es que los piques se solucionen deprisa y nunca salgan del césped.
VRAC, de nuevo vencedor
En cuanto al partido en sí, podemos recordar una famosísima frase futbolera del exjugador inglés Gary Lineker sobre en qué consiste el fútbol: «El fútbol es un juego de 11 contra 11 en el que siempre gana Alemania». En el rugby español, está muy claro que es un deporte de 15 contra 15 y siempre gana el VRAC.
El partido no tuvo demasiadas fases de brillo, pero el final fue no apto para cardiacos. En el primer tiempo, la sensación era de que no pasaba nada, pero el Cisneros estaba más cerca de hacer que pasara algo. Pero el juego en realidad estaba trabado, no había jugadas que se acercaran de verdad a un ensayo. El equipo castellanoleonés se encontraba cómodo defendiendo, porque no pasaba mayores apuros. Un golpe por cada equipo y el partido navegaba con un 3-3 que sabía a poco, lo deseable era que pasaran más cosas.
Y pasaron. VRAC no eligió la táctica de la cobra (ya se sabe, típica situación en que un hombre lanza un beso en los labios a una mujer y esta consigue esquivar el ataque y el hombre acaba dando un beso al aire, quedando francamente en entredicho su dignidad) sino la de la mamba negra, y dieron dos picotazos por banda derecha en los últimos cinco minutos de la primera parte para llevar el choque al descanso con un 3-15 que hacía pensar que no habría prácticamente opciones para el Cisneros. Guillermo Mateu fue el encargado de entregar el veneno en ambas ocasiones.
La segunda parte la vi con aficionados del VRAC. La idea era disfrutar, eran todo risas y ver lo que parecía una victoria segura de su equipo. Pero el Cisneros eligió la vía de luchar hasta el final, sabedores de que tenían rugby en sus cuerpos y mentes como para poder sobrepasar a los vallisoletanos en el marcador.
A base golpes de castigo no era posible. Uno de cada equipo y el marcador estaba en 6-18. El tiempo empezaba a galopar a favor del gran favorito, dominador absoluto del rugby español en los últimos tiempos. Debían dejar correr el reloj.
Pero el partido no era igual que en el primer tiempo. Al descanso, Daniel Vinuesa había hecho tres cambios y la dinámica había cambiado. Uno de ellos, Ángel López, recibió un placaje durísimo al poco de entrar al césped, mis compañeros queseros y yo empezamos a emitir onomatopeyas que querían expresar algo así como «si me hacen a mí ese placaje, me desmontan y me meten en una caja de Ikea». Medio minuto después del placaje, López ya estaba corriendo y recuperando su sitio de zaguero. Algún día nos dirán de qué están hechos estos señores, pero no puede ser el mismo material que el de un servidor.
Poco después, vimos la cara fea del deporte, cuando un jugador se ve obligado a decidir abandonar un partido por lesión. David Carretero, segunda línea del equipo madrileño, se retorcía de dolor sobre el césped. Al levantarse, estuvo a punto de seguir, pero no parecía lo más aconsejable. Se sentó en el banquillo y hundió su cara en sus manos, seguro que mezcla de haberse hecho daño y de no poder seguir ayudando a sus compañeros sobre el césped.
Cisneros movía mejor el balón, ensanchando el campo para poder encontrar un grieta. Y las encontró dos veces seguidas, aunque con un golpe de castigo de Gareth Griffiths por en medio que provocó que los queseros se quedasen por delante en el marcador.
El primer ensayo de Cisneros fue muy sufrido, parecía que no era posible, sobre todo con la perspectiva de los que estábamos al lado contrario de la jugada. Pero al llegar al costado derecho y volver un poco hacia el centro, Guillermo Espinos se vio al lado de la zona de marca y cayó a plomo hasta posar el oval.
El segundo fue de Íñigo Olaeta, el ala de Cisneros que tenía ganas de liarla en el partido. Estaba vigilado, pero tuvo su momento de gloria haciendo lo que define a un ala en ataque. Coger el balón e ir corriendo paralelo a la línea de cal, pero cerquita de ella, y acabar posando. Ahí se abrió el partido de par en par. 18-21 y un cuarto de hora por jugar.
Se podía cortar la tensión con un cuchillo. Pero no porque hubiera lanzamientos de objetos al campo ni la gente increpara la labor del árbitro. Todo el mundo estaba atento porque el todopoderoso VRAC estaba en apuros. No había colchón de seguridad, así que la idea era sumar puntos como fuera para no verse en una última jugada con opciones de perder.
Gareth Griffiths había tomado el mando en las patadas a palos, y puso el 18-24, pero solo un par de minutos después la falta la cometían los pucelanos y Norton colocó el 21-24. 10 minutos para el final. El Cisneros se fue a la carga, aunque cometiendo ciertos errores. Los nervios traicionaban a los dos equipos, que tomaban decisiones erróneas en cuanto al concepto de si elegir tirar a palos o a touche un golpe, por ejemplo. Cuando se tira a palos porque la patada es factible, son puntos que se suman y después el balón, sacado por el rival, volverá a tus manos si no ocurre nada raro.
El VRAC supo gestionar el agobio al que se vio sometido, sus hombres pesados habían sido sustituidos, por lo que el músculo del equipo había sido reforzado. Parecía que el partido terminaba, y de hecho los queseros se quitaron un balón de encima cuando el electrónico marcaba ya el minuto 80. Sin embargo, el marcador no va conectado al reloj del árbitro, que había detenido varias veces su cronómetro en los minutos finales por diversos parones del partido.
Era touche, porque no había terminado. Quedaba la última carga del Cisneros. Al correr la jugada por la banda izquierda, todos los que estábamos en ese lateral tuvimos que levantarnos de nuestros asientos para poder verla. El equipo universitario montó un maul descomunal para intentar meter a sus rivales en su zona de marca y hacer el ensayo de la victoria, pero la resistencia no era menor.
Y eso que VRAC se quedó con 14 en esa última jugada. Troy Mangan, que había salido en la segunda parte, vio la tarjeta amarilla y dejó que la última defensa, titánica, de sus compañeros fuera con uno menos.
Una fase tras otra, el equipo madrileño buscaba el agujero, más hacia el centro, y otro golpe de castigo. Había otras opciones posibles. Se podía lanzar a palos, que era patada muy cercana, sencilla, para empatar, mandar el partido a la prórroga y jugarla, al menos en su primera parte, con un jugador más. Pero decidieron jugar y morir en su intento de ensayar.
VRAC resistía, pero parecía que no podría hacerlo por mucho más tiempo. Percutir constantemente, lograr ver un agujero por el que colarse con fuerza. Lo malo es que cuando se ataca con tantas fases, tan cerca de la línea y sin fruto, las opciones de equivocarse por parte del que ataca aumentan. Y en efecto, eso ocurrió, un balón que se cayó hacia delante terminó con la jugada y el partido.
Pero, por muy dura que fuera la derrota, lo que se hace nada más terminar el partido es dar la mano a los rivales, y felicitarles si te han ganado. No hay más. La próxima vez se intentará revertir la situación, y ya está.
El equipo de Alberto Rodríguez ha conseguido su quinta Supercopa de España y su décimo título consecutivo. Es un dominio absoluto, aunque esta vez parecieron batibles, lo que puede ser un aliciente para que los rivales del futuro se motiven más para poder vencerles. De momento, han ganado los tres primeros partidos de División de Honor sin despeinarse y se han llevado un título. Este otoño-invierno jugarán la tercera competición europea, el siguiente reto de este equipazo. Enhorabuena al campeón.
El público tomaba el césped del Central, saludaba a los protagonistas. La tarde continuaba. Primero, con la entrega de trofeos. El VRAC, otra vez, saludaba a sus aficionados con una copa que ofrecerles. Ya es una sana costumbre para ellos. El estandarte más claro, deportivamente hablando, que puede enseñar Valladolid.
Y para seguir, un tercer tiempo viendo el Mundial
Había que moverse, dejar el campo para acceder a la zona de las pantallas, porque acababa de empezar una batalla espectacular: Gales-Australia. Duelo cumbre del grupo de la muerte, donde Inglaterra ha quedado por el camino, Fidji no ha pintado nada y Uruguay, la cenicienta, celebró con gran jolgorio sus dos únicos ensayos, precisamente frente a la fidjianos.
Los Dragones y los Wallabies se medían ante nosotros, pero ese rato fue mucho más. La familia del rugby disfrutaba de un tercer tiempo especial, viendo un partidazo, pero comentando todo tipo de cosas respecto a este deporte, nada mayoritario en España, pero que tiene una pequeña legión de fieles seguidores, enamorados de una determinada manera de entender la vida.
Pude conocer a gente de todo pelaje, chavales que están empezando en un equipo cadete, exjugadores de la selección española, un exjugador galés con el que acabamos hablando hasta de heavy metal (porque también compartimos esa pasión), entrenadores de equipos juveniles… Todo el mundo, sabiendo que soy periodista, se ponía automáticamente a mi disposición, y me traían una cerveza si no me quedaba, o yo se la traía a ellos si se les había terminado.
Pocas veces en mi vida he estado en un ambiente tan sano. El galés que estuvo a mi lado gran parte del partido del Mundial, y un buen rato después de él, me lo expresaba así: «El rugby es un mundo muy pequeño». Los que allí estaban, pocos centenares de personas, se conocían casi todos, al menos de vista. Otros son amigos desde hace muchísimos años, y hay pocas cosas mejores que coincidir con un viejo amigo para ver algo tan apasionante como rugby, primero la élite española y después la élite mundial.
En cuanto a ese partido en sí, la demostración de poder de los australianos fue tremenda. Esta fase de grupos parece que eleva a los Wallabies como poco al segundo escalafón de los favoritos, solo por debajo de los All Blacks, y quizá ya ni eso, porque la fortaleza de los de Michael Cheika es considerable.
Fue un partido sin ensayos, pero en absoluto fue un partido aburrido. Gales ha jugado quizá por encima de sus posibilidades, con varios lesionados ha dado un nivel impresionante en el campeonato, ganando a Inglaterra en Twickenham y poniendo toda la carne en el asador ante Australia, aunque finalmente no les fue posible vencer.
El marcador final refleja un 15-6, fruto de dos equipos que no dejaron apenas agujeros defendiendo. Por mucho que la primera línea o los tres cuartos percutieran, por centro o costados, siempre había una resistencia firme delante. El esfuerzo físico fue asombroso, muchas melés, muchos rucks y poniendo el cuerpo al límite. Se podría hablar de superhombres.
El momento más impactante se produjo en la segunda parte. Con 12-6 en el marcador, pero todavía más de 20 minutos por jugar, Gales fue con todo al ataque, arrinconó a los Wallabies, una cantidad de fases incontable, dos jugadores australianos vieron la amarilla, dejando a su equipo unos siete minutos con 13, pero aún así resistieron como si lo que hubiera en juego fuera la propia vida.
Allí seguíamos todos, la familia casi al completo, muchos con ganas de que los Dragones lograran remontar, pero nos acabamos rindiendo ante una exhibición defensiva de muchísimos quilates. No estuvieron todo lo finos posible los galeses, cometieron algunos errores por precipitación, llegaron a zona de marca alguna vez, pero un balón que se le escapó al tercera línea Taulupe Faletau y otras veces que un australiano lograba ponerse entre el suelo y el balón evitaron un ensayo que parecía cantado. Cuando recuperaron la igualdad numérica, ya no fue posible meterles mano. Bernard Foley anotó otro golpe de castigo (anotó todos los puntos de su equipo, y Biggar los seis de los galeses), que puso un 15-6 que ya hacía demasiado complicada la remontada.
El partido concluyó, Australia pasa como primera, se verá con Escocia, Gales tendrá enfrente a Sudáfrica en cuartos de final. Lo más apasionante del torneo está a punto de llegar ya. El próximo fin de semana se disputarán los cuartos de final.
Pero la familia, aunque se iba reduciendo, quería alargar un poco más el tercer tiempo que estábamos disfrutando, charlando de rugby, un servidor más aprendiendo que aportando, pero también remarcando a todos que es una maravilla poder disfrutar del deporte de esta forma tan bonita.
La noche caía ya sobre Madrid, componentes del club Cisneros seguían compartiendo con nosotros su predisposición y su trabajo, atendiéndonos en todo lo necesario y vendiéndonos unas cervezas más. No había ganas de terminar, pero cada uno tenía sus planes de sábado noche, ya fuera descansando en casa, saliendo a cenar a algún sitio o reuniéndose con otros amigos para continuar en otro lugar con la tarde de fiesta que habíamos vivido.
Aún había gente que proponía pachangas improvisadas de rugby, e invitaban a todos los que quedábamos allí a guardar silencio si alguien iba a lanzar a palos, aunque en vez de un oval el balón fuera un simple botellín de agua.
Cuando el servicio de cerveza terminó, más de cuatro horas después de que comenzara la Supercopa de España, fuimos abandonando el Campo Central, personalmente con una felicidad desbordante por haber estado allí. Fui solo al partido, pero no me sentí solo en ningún momento. Y me marché solo, con una sola cosa en la mente: el deseo de repetir la experiencia cuando sea posible.