Chebú celebra su cumpleaños en una montaña rusa
Chebú suena elegante pero eso no significa que sean suaves. Porque hay versos en los que Yenia te sube a una montaña rusa que combina susurros con espirales de frases firmes.
Chebú parte de una pareja pero con la nueva incorporación, Iván Velasco, son cinco.
Como cinco son los años que han cumplido, y en los que, en su particular cruce del Rvbicón, han decidido tomar dos caminos: un nuevo disco y la reinvención de sus primeras canciones, que, para ellos y para su gente, son ya sus clásicos.
Pero reinventarse es actual, porque resulta que su primera canción conjunta, el piano de Nahúm y las letras de Yenia, habla de la despedida del que se va fuera, algo que ella tenía reciente, y que ahora vale todavía más, ahora que somos nosotros los que nos hemos ido fuera. Ahora que en el Rvbicón, como en todos los bares a los que íbamos en pandilla, guardamos una silla vacía para que los del exilio vean los conciertos con nosotros.
Chebú suena sencillo pero te quedas con la sensación de que más que músicos con partituras son arquitectos con planos: tú ves el edificio y te parece sencillo, pero detrás esconde una compleja sencillas de tramas, sones e instrumentos. Son como Nahúm: discretos, pero marcando el ritmo.
Es un universo suave, duro como las almohadas húmedas, que te canta al oído dos segundos después de decirte firme que te vayas.
Avanza la noche y tenemos calor. Suena el piano, encendemos el aire, y tal vez sea por eso que alguno tiene los ojos húmedos en una canción que hable de rupturas. Porque Yenia juega con su voz casi tanto como contigo.
Es santanderina, nadie se lo puede negar ya a la cara amable de un sitio tan de aquí como el Rvbicón, que ha convertido a las palomitas en algo tan santanderino como las rabas o usar mal el condicional. Pero la oímos divertirse en inglés, sentir en español y sufrir en ruso.
Chebú suena a sofá, aunque el mejor lugar donde oírles sea en un bar. A sofá porque les quieres para ti sólo, y en un bar porque quieres compartirles.
Y sobre todo porque allí, después de que te acabe sometiendo a un vaivén de tonos, imponiendo una escalada de ritmos, entre chupito y chupito, cuando te tiene agotado, cuando ya no puedes más, puedes ver a una tímida Yenia sonreír.