CUENTO(s) DE NAVIDAD
“Con este fantasmal librito he procurado despertar al espíritu de una idea sin que provocara en mis lectores malestar consigo mismos, con los otros, con la temporada ni conmigo. Ojalá encante sus hogares y nadie sienta deseos de verle desaparecer. (…)” Diciembre de 1843. (Charles Dickens)
Hay muchos “Cuentos en Navidad”, tantos como escaparates en los centros comerciales, como comedores sociales repletos de gente –Unas 200 personas han cenado la pasada noche buena en la cocina económica de la calle Tantín, en Santander-.
Hay tantos cuentos como personas sin hogar a la entrada de un cajero, a la salida de un supermercado o viceversa. Ellas seguirán en el mismo lugar, con la mano extendida y su vida resumida en un trozo de cartón. Son los “tuit” de Los Nadie. En menos de 140 caracteres desnudan su vida ante mí.
Mientras, mi realidad virtual me parece cada vez más real. En ella me enfado, me frustro, me pongo contento, divertido o me emociono, hasta dejar caer alguna que otra lágrima, ante imágenes acompañadas por una música de fondo elegida para tocar la fibra más sensible. La vuelvo a ver, en la pantalla de móvil, mientras salgo con la compra del supermercado. No puedo evitar emocionarme. Y me propongo ser más solidario, fijarme más en ese tipo de realidades. Tomar partido de una vez por todas. Le doy al “me gusta” y sigo caminando.
He pasado por delante de ella, sentada con la mano extendida y su “tuit” de cartón, y ni siquiera la he visto. Sigo caminando y, como si de un fogonazo en el paladar de la conciencia se tratara, me detengo. Doy unos pasos y trago saliva. Aprieto los puños y decido que no, que no puede ser así. Que una imagen tan desgarradora, cosida a la rutina del día a día, se merece algo más. La busco entre toda esa amalgama de rostros que se acumulan en un iris rasgado por la indiferencia.- ¡No!, repito en voz alta. Algo así se me merece más. Y tras encontrarla, de nuevo, la miro emocionado y borro el “me gusta” para sustituirlo por “me emociona” o “me entristece”, o “o me enfada”. Son demasiadas emociones que no caben en una sola.
Mi iris rasgado se desangra. Un perro ladra a lo lejos junto a lo que parece, no acabo de verlo muy bien, un desconocido con la mano extendida. Quizás me esté saludando. Alzo la mano y dubitativo devuelvo el saludo. Y es que me cuesta mucho recordar una cara. Me pasa con todo.
“Jamás le paraba nadie en la calle para decirle con alegre semblante: «Mi querido Scrooge, ¿cómo está usted? ¿Cuándo vendrá a visitarme?» Ningún mendigo le pedía limosna; ningún niño le preguntaba la hora; ningún hombre o mujer le había preguntado por una dirección ni una sola vez en su vida. Hasta los perros de los ciegos parecían conocerle; al verle acercarse, arrastraban precipitadamente a sus dueños hasta los portales y los patios, y después daban el rabo, como diciendo: ¡Es mejor no tener ojo que tener el mal de ojo, amo ciego!” (Fragmento de Cuento de Navidad).
Al protagonista de esta historia le pasa algo peor que al señor Scrooge, cuando gritaba exasperado ante la desgracia ajena: ¿No hay asilos? ¿No hay prisiones? O quizás lo mismo pero visto desde un ángulo diferente. Se ha quedado ciego, ha dejado de ver y, por más que ladre ese perro andaluz, su iris permanecerá rasgado. Llorará lágrimas de sangre para estigmas virtuales de una realidad de sustitución. Aquella hecha a la medida de su ceguera. Y no hay ningún ensayo que lo acompañe. Dicen que es contagioso. Me miro al espejo. Con la punta de los dedos levanto los párpados y los coso a las cejas mientras exprimo una naranja de manera mecánica. Mi iris está rasgado y no recuerdo ni cómo, ni cuando, ni donde fue el tajo. Estoy tan acostumbrado que ni siquiera duele cuando sangro. Estoy tan acostumbrado que ni siquiera duele cuando sangras.
Decía Saramago: “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”. Y en el caso de nuestro joven Scrooge “que solo ven lo que quieren ver” como decía mi madre.
No hay portales en Belén. Han saltado por los aires y ya no queda un refugio libre para dar cobijo a una de tantas familias expulsadas del Sistema. Se repiten tanto las malas noticias que eructamos Indiferencia. Pero el mal sabor de boca ya no nos lo quita nadie.
Volver a hablar de desplazamientos forzosos, de vallas de concertinas, de infiernos como el de Calais, en el corazón de la vieja Europa, resulta cansino. Ya no es nada nuevo. Y si no es nuevo no lo compro.
El fantasma de las navidades pasadas vuelve a visitarnos, como cada año, con la esperanza de mostrarnos las secuelas de un tiempo inacabado. Y de nuevo creemos que hay algo más que egoísmo en nuestros corazones, que podemos cambiar las cosas. Ojalá.
Lo pondré de estado de Facebook a ver cuántas “reacciones” provoco.