El Museo errante (la prehistoria de la prehistoria)
Cantabria es referente en cuevas. Eso está claro. Tenemos la cueva de Altamira y hasta diez grutas (grutas, sinónimo recurrente de cuevas, qué haríamos los periodistas cántabros sin la palabra gruta) que son patrimonio de la humanidad. Ojo, que lo dice la UNESCO, que nosotros no tenemos necesidad alguna de inventárnoslo.
Y a diferencia de otros sectores en los que en Cantabria cada año o dos años nos da la moda y lo cambiamos (energía eólica, drones, teleféricos, smartismo en general, startup israelíes –esa es la última-), uno diría que el tema de la prehistoria no va a experimentar mucha más evolución ya.
Porque si algo tenemos claro a estas alturas de la vida es que las cosas de la prehistoria, la policía y los impuestos son asuntos que tienen vocación de eternidad.
Entonces uno diría, que vista la importancia de la prehistoria, que es algo que no va a cambiar mucho a estas alturas, que los fondos de prehistoria tendrían desde hace un par de décadas una sede fija y digna.
Pues no.
-Inaugurado en 1926 por Alfonso XIII en el Santa Clara, sí, en el Santa Clara, lo hemos conocido en los bajos de la antigua sede de la Diputación Provincial, en Puerto Chico, el edificio derribado para levantar uno que luego no se levantó y cuya maqueta es ya prehistoria de las maquetas cántabras. Molaba: presentabas una alegación a una multa, pedías un certificado y, en la otra ventanilla, veías un lábaro.
–Y después qué hicimos, cuéntame más.
Pues lo partimos en dos cachos. Nos llevamos uno al Mercado del Este (tapas, cuadros y calizas, que suena hasta a nombre de bar, Caliza’s).
-Y el otro lo llevamos a un sitio que llamamos Centro de Investigación de la Prehistoria que no está en el centro (aunque admitimos que esto lo hemos forzado un poco), y que la parte de investigación era porque estaba enfrente de la Universidad de Cantabria.
Eso es, las fotocopias, el Kiss y un local que hay al fondo de la calle con barra americana (nos han contado) son investigación, también.
Y no hay lugar más adaptado para acoger fondos de investigación que una tienda de muebles que pertenezca a un compañero de partido.
Se está mejor en casa que en ningún sitio.
-Fue horrible, fue un infierno. La oposición tiró con ello un par de años, porque lo cierto es que había carnaza. Todavía estábamos en la prehistoria de la corrupción española, y ellos –en el nunca olvidado desayuno de las dos horas– atacaron con el concepto-palabro “corrupción moral”.
-Era lo peor que nos podía pasar, por eso lo mantuvimos cuando llegamos al Gobierno.
Encontramos tiempo para echar para atrás los proyectos de Comillas y anular una menudencia como el contrato de Valdecilla, y de anular el contrato del Puerto de Laredo, cerrar consejos asesores varios y mostrar nuestras reticencias (fundadísimas, por otra parte) al plan eólico, todo apelando al ahorro del dinero, pero lo de Perojo no lo usamos ni para la herencia recibida.
ES QUE NO QUERÍAMOS ABUSAR DEL TÉRMINO.
No sé, puestos a cebarnos podemos recordar el fin del mundo que suponía la división en dos del Archivo de Salamanca y el mantenimiento de la división del archivo de la mismísima prehistoria en la que basamos nuestra identidad muchimilenaria.
-Pero tranquilos, que todo está OK. Que mientras tanto teníamos otra maqueta muy chula, esta ya para el Museo. Simulaba los Picos de Europa.
La hicieron Tuñón y Mansilla (que, como Milly y Vanilly, y Ortega y Gasset, son dos personas).
Y tenía una gran particularidad: era móvil, como una peli manga japonesa que se llamaba el castillo volador, digo errante. Empezó al principio de Las Llamas, y poco a poco se fue moviendo hasta acercarse a Bezana. Se desplazó tanto que se salió del mapa y acabó en el mismo yacimiento arqueológico que el proyecto Moneo.
-Diréis que es todo una pasada y que hasta aquí hemos llegado. JA. Luego quisimos llevarlo al Banco de España. Que está frente al Centro Botín, que sigue sin existir, por cierto, un par de años después.
Estábamos desatados, nos daba igual todo, que el proyecto de adaptación no respetara la normativa o los tremendos cambios que habría que hacer para convertir en un museo –o sea, un venirse gente- un edificio en el que no hay mucho interés en que vaya gente –lo que viene a ser un banco-.
-Hicimos definitivamente provisional lo provisional y pusimos una instalación bastante digna (con un proyecto museístico interesante que merece la pena que visiteis) en lo que, según observamos, seguía siendo un sótano en el Mercado del Este (cuadros, cañas, Caliza’s). Sí, lo más digno que hemos encontrado no dejaba de ser un sótano que inauguramos mientras pensábamos en el Banco de España.
-El frenesí proyectador fue a más, no os creáis. Teníamos ahí, el Banco de España (a lo mejor no lo sabiáis, pero tiene una leyenda negra de piratas y reyes presos). Y puestos a poner cosas “en el mapa”, dijimos: venga, subo con una oficina de la UNESCO.
-Algo pasó ahí que nos perdimos, porque en Cantabria sucede que se abandonan los proyectos y nadie lo dice oficialmente, de forma que vivimos en los años 90, cuando no había Internet y las series que nos gustaban se iban aplazando a la madrugada, de forma que nunca supimos ni cómo acababa Melrose Place ni que se nos había pasado el trámite de pedir el cambio de uso del edificio o que el Moneo y la torre bioclimática de La Remonta (se habló de eso, no digas que fue un sueño) no se iban a hacer.
-Y llegó el (anuncio del) Archivo Lafuente, un centro asociado al Reina Sofía que no es del Reina Sofía y que no tiene presupuesto ni convenio firmado. Lo vendimos, pese a todo, en FITUR, días después de discutir con el secretario de Estado (porque, como todo el mundo sabe, los proyectos privados se discuten con los Ministerios).
-Allí. En el Banco de España donde iba un centro de la UNESCO donde iba a ir el Museo de Prehistoria que, tras un confuso episodio con unos Picos de Europa que se alejaban constantemente, se acababa de inaugurar en el sótano del Mercado del Este después de estar en un local que no nos gustaba pero que mantuvimos porque tiramos el edificio donde medioestaba para levantar una sede que no levantamos.
-Nos cogió el toro cuando la gente empezó a preguntar. ¿Pero aquí no iba un museo? Digo, ¿un centro de la UNESCO?
No pasa nada, dijimos después de tres días cuadrando agendas. Vamos a ampliar el Museo de Prehistoria ocupando todo el Mercado del Este.
¿Sorprendidos? No tanto como el vendedor de kebaps delikatessen que tuvo la primera noticia de su inminente mudanza leyendo el periódico. Tanto tiempo cuadrando agendas, no encontraron un minuto para avisar a los inquilinos. Tal vez por ese ataque de sensibilidad el proyecto de ampliación pasó a dormir el sueño de los justos.
En Cantabria, de momento, las cuevas sólo sirven para que en el 112 rescaten espeleólogos perdidos y los yacimientos para retrasar obras porque aparecen animales del pleistoceno.
-Tenemos un Instituto Internacional de Investigaciones Prehistóricas del que es muy posible que no hayáis oído hablar mucho no porque no hagan nada, sino porque bueno, es complicado. A quién le importa.
-Descubrimos las posibilidades de El Soplao. Nos gustó tanto una cueva con recursos arqueológicos, formaciones excéntricas, su propio ámbar de parque jurásico e historia detrás que pensamos que los más apropiados para gestionarla eran… una constructora. Piedras, ladrillos.
-Lo de Altamira lo vieron claro el bisabuelo de Botín y Antonio Banderas, pero nosotros no íbamos a ser menos. La reventamos a visitas.
Y luego hicimos una réplica que no es que estemos vendiendo mucho. Queriendo subastarla, sí. Pero venderla, no.
Que no atrae turistas, porque, qué coño sabrán en Francia de lo que son réplicas con visitas que emocionan. En un sitio sí van, en otro no. Tal vez haya algún factor diferencial en que esto suceda. No sabemos, tal vez sea el factor Cantabria.
-No huele a cambio de política ni en el Patronato de Altamira ni en el Museo de Altamira: en los últimos 20 años hemos visto cambiar papas, reyes, e incluso presidentes de la Junta de Andalucía pero hay que remontarse al mesozoico para encontrar un cambio de director.
-Pero claro, es una comunidad autónoma que aún no le ha puesto una calle o nombre de instituto a los ya fallecidos Joaquín González Echegaray, o a José Luis Casado Soto, el tándem de arqueólogos responsables de muchos de los hallazgos, continuadores de la labor del Padre Carballo que tampoco os sonará (calle, instituto, etc…)
Lo que sucede es que la arqueología es ciencia, y que no nos gusta la ciencia lo sabe Augusto González de Linares, que tiene una calle transveral por Fernando de los Ríos que desde luego no es principal en la ciudad ni grande porque es de presuponer que lo de introducir las teorías de la evolución en España y crear el Instituto de Oceanografía no es mérito suficiente comparado con matar santanderinos.
Está claro: estamos así, sin apostar por poner en valor nuestro patrimonio más rico, porque lo cierto es no tenemos conciencia de que la prehistoria realmente haya acabado.
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