¿Dónde estabas entonces?
Lo confieso: empiezo a estar harto de las menciones autocomepollas a Spotlight y el periodismo. De que se ponga como ejemplo de investigación, de lo bueno que es el periodismo. De lo muchísimo que investigamos todos.
Porque yo he visto la película, y sólo pensaba en una cosa: en que cada dos por tres hay menciones a que esa durísima historia sobre los abusos sexuales de sacerdotes católicos se había denunciado previamente ante ese mismo medio, y que había acabado en un cajón.
Hay un momento en que lo brama uno de los protagonistas, mitad perdón (un “admitió” de libro) mitad reproche: oye, ¿dónde estabas tú? ¿dónde estábamos nosotros?
Porque seamos francos: ahora salen más cosas porque es más fácil, y, sobre todo, porque nos han hecho buena parte del trabajo los jueces al recopilar los datos en los sumarios. Y probablemente no pueda ser de otra forma: nadie como ellos tiene tanto acceso a la documentación.
Yo creo que a todos nos ha pasado: veíamos cosas raras, un amigo nos hablaba de sus oposiciones, esa empresa siempre se llevaba todo, en ese barrio crecía la maleza en los solares…
Pero no teníamos activado el chip de que lo que nos sonaba raro fuera noticia: era normal. Yo lo tengo claro: fue muy fácil estar en el deterioro urbanístico del Cabildo, las superadjudicaciones a Fraile o la venta de las preferentes de nuestra Caja cuando ya había pasado. No estuve ahí. Lo intenté compensar luego, esa es mi penitencia.
Esa es la pregunta que nos tenemos que hacer todos, preguntarnos dónde estuvimos. No lo hacemos porque la respuesta no nos va a gustar. Entre otras cosas, porque no dependía de nosotros. Nos mandaban a hablar del AVE. E íbamos.
Porque al final, se trata de lo que debiera ser el objetivo principal de un periodista: tener tú el control de la agenda. Mirar alrededor, ver cómo funcionan las cosas, señalar un fallo, algo que te llame la atención, o lo contrario, algo que te parezca lo más normal del mundo y no lo es, y contarlo.
No siempre tiene que ser ilegal. Estamos acostumbrados a que se nos responda ante las informaciones que todo es legal, como si la legalidad fuera el criterio de lo que es noticia, como si la ley no se pudiera cambiar y lo que sea legal o ilegal (el voto de las mujeres, el acceso igualitario de las personas de otras razas al autobús….) cambia con el tiempo.
Son legales los sobrecostes, son legales los contratos fraccionados y son legales las bajas temerarias. Es hasta legal adjudicar siempre al mismo, perdonarle multas y modificar planes generales a la carta. Todo es legal. Eso no significa que esté bien, que no sea noticia.
Más aún: que no nos roben las palabras: que algo sea frecuente no significa que sea normal.
No somos Marty McFly, no podemos volver a los alegres 90 en los que incubamos todo. No podemos estar todo el día flagelándonos por lo que no hicimos. Pero sí podemos ahorrarnos sucesivos viajes en el tiempo e intentar elegir lo que hacemos ahora. Podemos estar ahora, para no tener que volver a ganar un Oscar, para que nadie nos pregunte dónde estábamos ahora.