Ya no es lo que era
Mi otra mitad está que trina. No todo el rato, claro. Solo cuando pasamos por la zona de San Martín.
-¡Qué poca cabeza, a quién se le ocurre!– dice cada vez que se asoma y mira, nariz arrugada, como que huele mal y constata que su querida bolera no está donde estuvo toda la vida.
Porque, lamentablemente, la bolera de San Martín ya no existe. Con motivo del Mundial de Vela 2014, al Ayuntamiento de Santander le pareció buena idea hacer de este espacio una explanada, con un banco corrido hecho del más gris y crudo hormigón, desde el cual observar la Bahía. Bueno, también puso un cachito de prao. Gracias.
Me pregunto cuántas personas se han sentado aquí desde que se construyó este mirador. Cuánta gente ha llegado, ha visto y ha disfrutado. Cuántos niños han jugado en este sitio, cuantos ciudadanos -que son quienes hacemos ciudad- se han sentado a leer, a charlar o a admirar la Bahía. Sí, vale, desde aquí se ve, pero también desde cualquier otro punto del Paseo Reina Victoria. ¿Era realmente necesario quitar esta bolera? ¿Lo era?
Mi otra mitad critica duramente esta decisión y considero que lo hace con razón. Cuatrocientos años de historia de este juego, con una primera referencia en 1627, curiosamente, un bando que prohibía jugar en la ciudad. Y de ahí, a su reciente declaración como Bien de Interés Cultural Inmaterial de Cantabria, o BIC, que suena como con más prestancia.
Tengo curiosidad por saber si alguien de la Federación Cántabra de Bolos tal vez le dijo al alcalde de Santander algo así como “mira, Iñigo, que esta bolera tiene su historia, por aquí pasa mucha gente y se queda mirando desde la barandilla, algunos preguntan por qué hay un bolo más pequeño que los demás o por qué se dibuja una raya en el suelo, para qué queremos un mirador Iñigo, tal vez en otro lugar…” o si calló y no dijo ni “este emboque es mío”.
Que por criticar no es, la verdad. Pero creo que esta es una de esas decisiones que se toman desde la comodidad de un despacho, sin sentir, SENTIR de verdad lo que se decide, sin pensar en el futuro, o tal vez, por capricho. Quién sabe…
MI VECINA FINA
Dice mi vecina Fina que esta es la ciudad más bonita del mundo. Y me hace gracia cuando le oigo decir esto, porque resulta que la mujer, a sus setenta y pico años (¡cómo se entere de que desvelo su edad, tira la pelusa de la escoba por la ventana y me pone la ropa del tendal hecha un asco!) apenas sí conoce Cantabria, deja ya España y menos aún, cualquier otro país.
Pero, como esto va de quereres, la buena de Fina insiste y dice que como Santander no hay ningún otro sitio en todo el mundo, que nuestro alcalde es el más guapo y el más alto y que ella siempre va a votarle porque hace las cosas muy bien.
A ver, que no seré yo quien le lleve la contraria a Fina, en cuyo pequeño cuerpecito cabe mucha y muy mala leche. Sí quiero decir que también me gusta Santander y que, efectivamente, es una ciudad maravillosa donde me encanta vivir. Pero que a mí, que no me ciegan ni los odios ni los amores y no digo que a mi vecina Fina sí, me gustaría que la ciudad fuese más “mía”.
Y no es porque lo diga mi otra mitad, ni mucho menos (¡a ver si va a pensar que estoy dándole la razón y después, cualquiera le aguanta!) pero también me joroba un pelo eso de que hayan echado abajo un cacho de Historia para poner lo que han puesto. Que se hayan deshecho de algo tan cántabro como es una bolera y en una zona tan increíble y “bien plantá” como es San Martín, para levantar algo que muy poca gente utiliza –bien común, lo denominan- y por lo que parece que nadie siente interés alguno.
Y ya puestos, confieso que yo misma estoy un poco resquemorizada por no poder tirar más bolas en esa bolera (oye, que al pulgar ni tan mal, aunque, cuando birlo es como para que me detengan) ni sentir los ojos de los transeúntes en la nuca, ni murmullos tipo “buff, parece complicado” cuando viene de alguien de fuera o “ni tan mal que lo hace la chavaluca, eh?” cuando es alguien de casa. Y yo, of course, hinchada como un pavo.
En fin, que para mi vecina Fina ésta es la ciudad más bonita y maravillosa del mundo. Para mí y para mi otra mitad también, aunque desde el Mundial de Vela 2014, como que le falta algo, un no sé qué, un qué sé yo, que a ambos nos pone la mirada cabreada y medio triste cada vez que pasamos por San Martín.
Y ahí vamos otra vez…
– Qué poca cabeza, a quién se le ocurre!
Jose
Que gran artículo, enhorabuena, a partir de lo cotidiano realizas una profunda y equilibrada reflexión crítica, con lo complicado que, en mi opinión, es eso …bravo Azucena Valdés…
Azucena Valdés Llama
Muchas gracias, Jose. Saludos!!!