La quesada y los gusanos
En 1976 el historiador Carlo Ginzburg publicó su obra El queso y los gusanos donde narra la historia de un molinero en la Italia del siglo XVI. La vida de su protagonista, Menocchio, un molinero que nació y vivió, entre 1532 y 1601, en las colinas del Friuli, al norte de Pordenone, con vistas a los Alpes del Véneto, la conocemos gracias a las actas del proceso inquisitorial que padeció por su poco convencional concepción del mundo.
Creía Menocchio que el mundo no había sido creado por Dios, lo que no pasó desapercibido en una sociedad teocrática donde todo empezaba y acababa en Él.
De esta manera, a través de la experiencia y forma de pensar el mundo de Menocchio, Ginzburg rastrea el pensamiento popular vigente durante la Edad Media cuestionando esa “verdad” hegemónica hasta el momento. Consideraba el autor que, más allá de los grandes acontecimientos, el mundo podía ser interpretado a través de sucesos cotidianos. Poniendo el foco en aquello que parece irrelevante a simple vista. “La historia general, pero analizada partiendo de un acontecimiento, un documento o un personaje específico” en palabras de Giovanni Levi.
En la Cantabria del siglo XXI, donde se ruedan versiones de una Heidi posmoderna al servicio de un ideal costumbrista readaptado para el consumo y turismo de masas, donde los proyectos de smart city se cruzan con las pinturas de Altamira, y su propia versión cinematográfica, en modernos museos levantados junto a grúas de piedra. Donde vivimos a caballo entre un neo ruralismo de IPhone y una modernidad de ladrillo y asfalto que cubre las huellas del refugiado que fuimos para no ver las del refugiado que viene, Ángel madruga para enchufar la ordeñadora. Su móvil de última generación, con carcasa de vaca pinta, conecta, como pocos, pasado y presente, tradición y modernidad, lo que nos venden, lo que compramos, lo que somos y lo que fuimos, sin tener muy claro para qué sirve. No siempre hay cobertura en Soba.
Cansado de las vacas, porque son muy esclavas y no te dejan libre ni un fin de semana, decidió trabajar en la construcción. De lunes a viernes, bien pagado, vacaciones… ¿Quién iba querer encargarse del ganado teniendo esta oportunidad al alcance de la mano? Y, con ella, el pack completo: piso y coche con su correspondiente crédito hipotecario. Sin problema, decía el del banco. Pide un poco más, por si acaso. No te preocupes por nada, firma. -Si lo dice el del banco, que es quien sabe de esto… En casa siempre se había hecho así. Y Ángel firmó, como muchos jóvenes de su generación, de campo y de ciudad. Firmó porque todos firmaban, firmó porque era lo normal, porque no quería ser menos.
Pero nadie ve la letra pequeña y, de la noche a la mañana, la empresa cierra, Ángel se queda sin trabajo, no puede pagar la hipoteca y vende el piso, -otros no tuvieron tanta suerte-. Cambia el coche por una furgoneta de segunda mano y se vuelve al pueblo. No entiende nada; de pronto lo blanco es negro y lo negro más negro aún. No, si ya decía la abuela: nadie da duros a cuatro pesetas. En fin, de lo malo, malo, siempre quedarán las vacas, se dice Ángel medio esperanzado. Se empadrona de nuevo en casa de sus padres, como otros amigos suyos del valle y, como ellos, pide la ayuda de cuarenta mil euros para jóvenes ganaderos decidido a volver donde lo dejó con las fuerzas de un joven emprendedor.-Después de conocer la ciudad el pueblo no está tan mal, además…no queda otra.
Compra unas vacas pintas, maquinaria, adecua la cuadra a la normativa y va a alguna reunión para informarse de cómo andan las cosas: Incendios, el lobo, ayudas de Europa, las cuotas y el precio de la leche… Demasiada información y casi más tiempo en arreglar papeles que en arreglar las vacas. “Modernizarse o morir”, piensa Ángel mientras el politono de cencerros suena: Oye, que hoy tampoco subimos a recogerte la leche. Ángel no da crédito- a él tampoco se lo dan. El depósito de leche a rebosar y más facturas bajo un viejo candil, para ahorrar.
En la cooperativa recogen un 10% menos de lo que se recogía hace un año. Somos más y tocamos a menos. 15 céntimos, para eso mejor regalarlo, se dice Ángel desesperado. En buena hora me metí en este tinglado. Todos producen a destajo y claro ¿cómo competir con estabulaciones donde tienen las vacas enchufadas día y noche? Aquí arriba estamos tan lejos que ya solo nos queda convertirnos en decorado para una secuela de Heidi. Eso sí, todo parecido con la realidad será pura ficción.
Sentado a la entrada de la cuadra Ángel espera un camión que no llega. Su “mala leche” se transforma en crispación. La historia se repite. Venderlo todo para pagar las deudas de una letra pequeña que nadie entiende. Siempre podría hacer quesadas como se hacía antes, se dice Ángel, dispuesto a no resignarse. Hablaré con los de la cooperativa. Solo espero que no se las coman los gusanos…