Barrio(s) para el Buen Vivir
En “Memoria y sueño de la ciudad vivida”, una iniciativa para repensar y reflexionar sobre el espacio habitado, llevada a cabo por la asociación Palabra Itinerante, sus autores rebuscan en la memoria vivida de ese barrio que llevamos dentro, que permanece como poso de un tiempo que se fue pero que aún permanece vivo en nuestra memoria. Una memoria urbana, colectiva y personal de lugares que marcaron nuestra vida.
Esa geografía de las emociones a la que volvemos cuando nos sentimos perdidos, cuando la brújula pierde el Norte y se vuelve loca.
Son los itinerarios del refugio, las cartas de navegación del salvavidas. Son simplemente el camino de vuelta para no olvidar, parafraseando a Siniestro Total, quienes somos, de donde venimos, a dónde vamos. Y a partir de ahí (re)construir a golpe de latido.
Hace unas semanas “La rampa”, el artículo escrito por el periodista cántabro Javier Gómez Santander, se hizo viral. Entre tantas noticias mutiladas por golpes de vista virtuales, de las que leemos apenas el titular o un fragmento deliberadamente escogido para ser premiado con uno de esos “likes” de humor cambiante, su historia captó nuestra atención, fijó nuestros sentidos, detuvo la maquinaria de unos tiempos modernos convertidos en tiempos virtuales. Donde el tiempo pasa de forma diferente y aún no sabemos medirlo a ciencia cierta.
Algo tan sencillo, tan cercano, tan profundo, tan doloroso, tan hermoso, tan humano, hizo que volviésemos a la lectura pausada, sin prisa. A masticar, interiorizar, sentir cada palabra leída. A emocionarnos, a sorprendernos, a caminar de la mano de quien la escribía: A llorar con él, a rebelarnos con él, a tener esperanza con él. A reencontrarnos con esa parte de nosotras aún desnuda, aún expuesta, aún libre. A (re)vivir su barrio.
La emoción contenida en un acto lleno de simbolismo, de ese valor cotidiano que no aparece en los libros de historia, que no viene acompañado de gestas heroicas con heráldica pose. Que pasarán desapercibidos, salvo honrosas excepciones. Que Nadie pondrá en un lado de la balanza como contrapeso a tanta frustración por mirar a otro lado.
Es ese coraje de lo cotidiano, de la normalidad, del sentido común, de acciones llevadas a cabo por personas inmersas, quizás, en un día a día que no les da para más. En esa totalitaria cotidianidad que hace que te olvides de lo que te rodea para centrarte en “tus historias”. En ese “bastante tengo yo con lo mío”…
Una rampa construida para rebelarse contra ese maldito mantra del “no se puede hacer nada”. Contra todas esas veces que quisiste hacer algo pero no lo hiciste, por mil razones, o por ninguna. O simplemente porque es tu vecino y le conoces. Y eso es suficiente motivo.
Un rampa que luche contra la sinrazón de ese “porque sí” que nos acompaña desde pequeños para callarnos la boca y convertirnos en meros espectadores de lo que pasa a nuestro alrededor. Porque se puede elegir como afrontar esa Nada. Se puede incluso mandarla a la mierda. Es el valor de un gesto que adquiere valor en sí mismo, que se convierte en multiplicador, en referencia moral para el siguiente paso. Porque la razón no siempre lo explica todo, no solo…
Partiendo de la lógica que acompaña a este tipo de acciones, como generadores de identidad y conciencia de la cultura del barrio en las ciudades, en los pueblos, quizás nos permita dotarnos de las herramientas necesarias para ponerle corazón a tanta lógica deshumanizadora. Para integrar en la diferencia, para proyectar, a través de esta geografía evocada, esa ciudad o ese barrio que queremos construir. Barrios, ciudades con rostro humano donde reconocernos, donde recuperar nuestro derecho a habitar el espacio, participar de él, en lugar de recluirnos en jaulas de cemento que miran con recelo al inquilino de al lado. Un espacio que abre las puertas, que no es desahuciado.
Un espacio habitado por seres humanos -y no por extractos bancarios- que responden desde ese principio primario de solidaridad, reconocimiento y apoyo mutuo. Que colaboran y se entienden en la diferencia para solucionar problemas comunes.
Barrios como espacios de democratización en torno a los que articular proyectos que den respuesta a los retos de una sociedad desmembrada por un individualismo que hace oídos sordos a los gritos desde el otro lado de la puerta. Que sube el volumen del televisor, se pone los cascos para encerrase en su zulo protector: “corazón que no siente, razón que no ve”.
Los barrios como espacios de humanización y democratización de las relaciones sociales en el contexto del plebiscito cotidiano que la convivencia demanda. Callejeros de pedagogía democrática para la resolución de conflictos. Para intentar entender a quién piensa diferente a como yo pienso. Para desarmar prejuicios, para convertir las rampas en puentes de entendimiento. Un primer paso para generar una cultura cívico democrática de lo cotidiano, que nos permita dar el siguiente, sin atajos, sin miedos.
No parece descabellado intentarlo, acostumbrados como estamos a nuevas comunidades virtuales de “vecinos a la carta”. Incomunicados en vidas hechas a la medida.
–Rodeada de gente nunca estuvo tan sola-