El pregón y la fiesta
Y hoy el noble y el villano, / el prohombre y el gusano / bailan y se dan la mano / sin importarles la facha.
Diferentes personajes transitan también la “Fiesta” de San Fermines de la mano del escritor norteamericano Ernest Heminway. Y quizás ellos también, al igual que los versos de Serrat, se dejaban llevar por esa ensoñación, de las celebraciones colectivas, que nos lleva a creer, aunque sea en fruto de los “malos hábitos”, que todos somos iguales, que todo va bien, que no pasa nada.
Lo que, a primera vista, podría ser considerado como una mirada frívola y despreocupada en el itinerario generacional hacia la madurez, hay quien lo considera como el contexto necesario para la reflexión crítica que subyace de esta novela y, por qué no, de una forma de entender la Fiesta. El de un modo de vida hecho a la medida del Yo; una oda al hedonismo de una sociedad que necesita disfrazar de celebración sus miserias, o sus pecados, en la medida que es incapaz de desprenderse de sus “hábitos” moralizantes.
Analizada dentro de “la teoría del iceberg”, una fórmula que se convertiría en uno de los rasgos característicos de su estilo narrativo, el autor nos muestra las diferentes capas en torno a las que se construyen sus historias. Tras esa apariencia superficial se esconde el espíritu atormentado de la que sería denominada como “Generación Perdida”.
Por eso quizás, un día, en el pregón de unas fiestas se hable de quienes recogen la basura del exceso, de quienes riegan las aceras tras el vómito desahogado, de quienes buscan refugio en el cajero donde otros consultan su crédito para una hora más, sin despertar, soñando que todo va tan bien como el saldo disponible. Y quizás algún día el pregón hable de esas cien familias, según datos del Banco de España, que pierden su vivienda cada día, o, en el caso de Cantabria, de la (pen) última familia desahuciada. Y quizás, un día, en el pregón se mencione a los vecinos del Pilón, del Prado de San Roque, de la calle Antonio Cabezón, de Cueto, Monte o San Román…
Y, quizás, algún día en el pregón se haga mención a la labor de colectivos como Las Gildas, Eureka, La Vorágine, LIBRES, La Libre, las PAH, la Plataforma Deba en Defensa de la Bahía, la plataforma de la Senda Costera etc… En definitiva, a las distintas personas, plataformas, colectivos, movimientos sociales y vecinales que forman parte de esa Santander que trabaja día a día por reinventarse, por democratizar y recuperar espacios, por repensarse en clave radicalmente democrática (donde radical significa ir a la raíz). Por mostrar lo que hay bajo la punta del iceberg.
Y quizás algún día en el pregón se hable de personas como mi vecina Lines, con metástasis en los huesos y que tiene que bajar 15 escaleras hasta el patio y otras 32 hasta la acera para tener la posibilidad de dar un paseo y “lucir” un pañuelo azul al cuello antes de cantar La Fuente de Cacho. O de Milagros, que vive en el tercero (sin ascensor), pequeñita, luchadora, octogenaria, de misa de Domingo, a cargo de su hermano, mayor que ella, ahora hospitalizado. Y a quienes, de momento, no les dan la opción de una residencia cercana por falta de plazas.
Y quizás un día en el pregón de estas fiestas se hable no solo de lo que se ve a simple vista, sino de lo que hay bajo “la punta del iceberg”.
Porque si no, con la resaca, vendrá el dolor de cabeza, las náuseas y los malos humores. Porque si no, con la resaca, llegará esa sensación de vacío que acompaña a la cruda realidad. (…)
“Y con la resaca a cuestas / vuelve el pobre a su pobreza, / vuelve el rico a su riqueza / y el señor cura a sus misas. / Se despertó el bien y el mal / la zorra pobre vuelve al portal, / la zorra rica vuelve al rosal, / y el avaro a las divisas. /Se acabó, /el sol nos dice que llegó el final, / por una noche se olvidó / que cada uno es cada cual. / Vamos bajando la cuesta / que arriba en mi calle / se acabó la fiesta.”
Porque, con la resaca, buscaremos nuevas e imaginativas formas de estar ensimismadas en nosotras mismas. Perseguiremos hologramas virtuales recorriendo callejeros punto cero que se superponen al trazado de nuestras vidas. En las que cada vez nos costará más distinguir la realidad de una ficción hecha a nuestra medida. Y no tendremos miedo a caer porque no veremos el precipicio. De tanto evitarlo acabaremos convencidos de que no existía. Porque, tal vez, al igual que en la novela de Hemingway vivimos unos tiempos en los que la identidad es un sujeto tan frágil que nos genera vértigo, tan perdidos que no sabemos ni encontrarnos a nosotros mismos.
Y, quizás, por eso acabamos recorriendo las calles de nuestras ciudades en busca de una sombra virtual, de un personaje de videojuego. ¿GAME OVER?