Geografía del vacío en El Cuco
En el municipio de Piélagos había una montaña que hace casi una década desapareció ante nuestros ojos.
Y después vimos crecer pequeñas casas, pequeñas urbanizaciones, sobre la falda de lo que un día fue el monte del Alto del Cuco.
Lo vimos levantarse desde la autovía cuando íbamos a trabajar y nos sonó bárbaro incluso a los cántabros, que estamos acostumbrados a que se acumulen sentencias de derribo (más de 600) en municipios costeros. Era demasiado hasta para Piélagos, que suma los dudosos honores de ser el ayuntamiento con más extensión y también con más sentencias. No quedaba más sitio para construir en la playa y el siguiente paso fue dar licencia para construir en el monte, aunque estorbara el propio monte.
Pero pasear por la falda del monte es ya otra sensación. Es un recorrido por la irrealidad, una inmensa urbanización piloto con una caseta de venta desvencijada y chalés que miran de reojo al monte que antes fue, con desigual suerte: casas listas para recibir visitas en breve y otras de las que sólo dio tiempo a construir un armazón, un sobrecogedor esqueleto gris o naranja.
Del vacío al vacío, el Alto del Cuco recibía este viernes de lluvia de agosto la inusual visita de un Gobierno de Cantabria que ‘inauguraba’ las obras de derribo y posterior restauración ambiental seis meses de obra y un coste de 3,7 millones de euros para las arcas públicas.
La vicepresidenta y responsable de Urbanismo, Eva Díaz Tezanos, presumía del cumplimiento de las sentencias judiciales –porque lo cierto es que en Cantabria muchos gobernantes han contemplado como opción no cumplirlas y hemos llegado al punto de que cumplir con la ley es algo de lo que se presume– y cargaba contra el Partido Popular, responsable del Ayuntamiento de Piélagos durante décadas y que despidió con un homenaje público –con asistencia del líder de su partido– al alcalde que dio las licencias del Cuco, condenado por prevaricación por otros asuntos.
Pero desde el Gobierno de Cantabria, entonces en manos de PSOE y PRC, se emitió un informe de impacto ambiental favorable, que contradijo a otros informes de la CROTU: la disparidad de criterios no ayudó a evitar la obra, que sólo pudieron detener los tribunales, a las más altas instancias, tras denuncias presentadas por la asociación ecologista ARCA a la que se acabó sumando el Ejecutivo autonómico.
El Cuco es el vacío, la nada: el monte que desapareció, las casas que no tuvieron habitantes, el empleo que no se creó, el sector en el que por la ausencia de ideas y ganas de esforzarse se confiaba para generar riqueza y que acabó lastrando las cuentas familiares y públicas de todo un país. Fue un boom. Literalmente.
Sucee que el mapa que recorre los pliegues del silencio es impredecible: el urbanismo es tan caprichoso que hay casas en El Cuco que son legales y tienen en el porche vistas al vacío. Desde la entrada de su casa ven cada día un gigantesco cuadro de los efectos de la España del ladrillo. Un fresco que no apetece ver en ninguna barbacoa de clase media que progresa(ba).
En Cantabria hay seiscientas viviendas con sentencia firme de derribo, pero fue el Cuco el que más visibilizó el problema a nivel nacional. No hace tanto: fue hace una década, cuando la burbuja estaba a punto de estallar, y le estalló a la propia Fadesa, promotora del proyecto y una de las primeras grandes del sector en entrar en concurso de acreedores.
Sí, amigos. Cantabria por fin había conseguido hacer realidad ese eslogan que todos los que alguna vez han ido a alguna inauguración o acto con políticos: por fin estábamos en el mapa. Con permiso del Puerto de Laredo, situado allí, en la otra esquina de la geografía del vacío.