Una avenida. Un colegio. Un instituto. Una biblioteca. Una universidad internacional. En Santander, el nombre de Menéndez Pelayo es omnipresente. El nombre, y poco más.

Estatua de Menéndez Pelayo en los jardines del MAS

Porque si la omnipresencia está a la altura de una figura que fue referente en vida, también es grande el desconocimiento, más allá de la coletilla “polígrafo montañés”, apasionado del saber e interesado en su entorno (por eso hubo ese deseo de apropiarse políticamente de su figura desde el franquismo).

Su biblioteca personal está en la ciudad, desconocida para muchos, como su casa-museo, a la que amenaza un riesgo de cierre debido a problemas en el convenio con la Sociedad Menéndez Pelayo. Sorprende el contraste entre el supuesto peso que se la da a la figura de don Marcelino y el poco apoyo institucional.

Todo esto sucede, aunque no lo sepáis, en el barrio cultural de La Florida, un proyecto que se anunció en plena campaña electoral, con los habituales proyectos ambiciosos asociados.

¿Son necesarios nuevas infraestructuras o equipamientos? Siempre son bienvenidas, pero sorprende su planteamiento cuando en la misma zona están en riesgo dotaciones como la Casa-Museo de Menéndez Pelayo.

O cuando aún no han desarrollado todo su potencial otras como la Fundación Gerardo Diego o el MAS (es el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria, pero no le deis muchas vueltas a las siglas si no os coinciden) , como prueban las recientes experiencias de apertura del equipo del deacMAS o la alta afluencia de público a sus jardines en las actividades veraniegas de la UIMP.

Mientras llega a sus pantallas el barrio cultural de La Florida, anunciado en campaña electoral, lo cierto es que en la misma zona ya hay otra marca, el Barrio del Buen Vivir, formada por comerciantes que abogan por un estilo más sosegado de ocio y consumo.

Y lo cierto es que en ese entorno lo privado tiene mucho que decir: allí están la librería y espacio de cultura La Vorágine, la librería de Carmen Alonso o los cines Groucho.

Pero el vicio por el gran-proyecto-que-lo-cambie-todo ahí sigue, incluso en la mente del secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, que este fin de semana recopilaba en apenas dos páginas de entrevista todos los vicios históricos de la visión de la cultura local:

-responsabilizar de los cambios a pocas personas concretas en lugar de a todo un colectivo
-fiar el futuro a un proyecto externo y grande que lo cambiará todo (ahora, el Archivo Lafuente)
-la nostalgia por un pasado mejor (la fundacional Atenas del Norte)
-la descalificación de un sector de la población (las “boinas” de los que no quieren que la ciudad cambie).

Fiesta de la Primavera en la calle del Sol (Foto: Javier Vila)

Mientras, en la Atenas del Norte lo que pasa es que las grandes obras se retrasan mientras requieren cuantiosas inversiones o ayudas, económicas o normativas, a quien menos ayuda necesita , y la otra cultura, la más pequeña –la que más ayuda necesita-, va pasito a pasito, evento a evento, sumando apoyos del público o de entidades como la Fundación Santander Creativa.

Esa cultura es la del Blackbird, la de Eureka, la del Rvbicón, la de Gil, la de la Llave Azul, la de Miriñaque o Espacio Espiral, la de las bandas de música, la de las acciones poéticas, la que tiene claro que no neceista un único barrio ni un gran proyecto, y la que ya ha demostrado que es a ellos a quienes no se le caen los anillos.