La maleta
Una maleta abierta con la ropa esparcida por el suelo. Con la ropa y los recuerdos de unas vidas truncadas aferradas a dos fotografías que ya nadie podrá identificar jamás.
¿Quiénes eran? ¿Dónde están? Y ese porqué sin contestar que acompaña a cada tragedia, a cada ser humano reducido a cifras y estadísticas.
A unos metros una muñeca zarandeada por las olas se pregunta dónde estará la mano que la sujetaba, que la acariciaba, que cuidaba de ella.
Dónde estará…Y, de nuevo, esas dos fotografías pegadas a sus pliegues como memoria ausente de un pasado que queda atrás, de un futuro que la mar engulle. De un presente que sabe a salitre y muerte. ¿Por qué?
Una playa regada de cadáveres tan cerca que los puedes tocar, incluso fotografiar. Tan cerca y, ala vez, tan lejos.
Se presenta como una ficción. La teatralización de una realidad simulada para buscar respuestas en la mirada del otro. En tu mirada, en la mía, en la nuestra. Y, sin embargo, todo parecido con la realidad es desgarradoramente cierto.
El corazón, encogido en un puño, envuelto por el silencio de las olas repitiendo su letanía de pleamar. El clic de las cámaras, las pisadas de quien pasa de largo, las voces de quienes pasean a lo largo de la orilla. Una maldita alegoría del día a día, del día a día. Un montón de salvavidas amontonados convertidos en salva-muertos porque no queda nadie a quien salvar.
Y, sin embargo, tú solo escuchas el arrullo de las olas como réquiem de silencio. Y tus ojos cerrados contando cada segundo, zarandeado por el agua, tirada sobre la arena. Esperando ese salvavidas que no llega.
Se presenta como ficción y, sin embargo, todo parecido con la realidad es desgarradoramente cierto. Porque estamos tan acostumbrados a vivir la realidad como ficción que, por un momento, una “ficción” ha sido tan real que ha dolido. Y, sin embargo, yo estoy viva y ellos muertos. ¿Por qué?
Un juego de espejos a punto de romperse en pedazos: El pedazo del refugiado en la mirada de quien recrea su drama, en el objetivo de quien busca rescatar esa parte de la realidad que es negada. El pedazo de espejo de quien mira y no entiende lo que ha pasado con su tranquila mañana de domingo. Finales de Agosto en el Sardinero, una silla, un periódico y la vida, sin más pantalla que una retina maltratada por la Indiferencia, te convierte en espectador pasivo, en espectador ausente. Y, sin embargo, todo parecido con la realidad es desgarradoramente cierto. Y, sin embargo, yo estoy viva y ellos muertos. ¿Por qué?
El pedazo de espejo de quien camina y pasa por en medio, mirando sin ver, avanzando entre nuestros cuerpos y esos salvavidas vacíos convertidos en salva-muertos. Con la mirada puesta en su mañana de domingo, sin saber si esa Indiferencia es también real o simulada como la propia acción. En algún lugar alguien hace lo mismo, pero nadie actúa.
El pedazo de espejo de quien se detiene, reacciona y se tumba en la arena como gesto de espontánea solidaridad, de necesidad por mostrar una empatía que clama por salir y solo necesitaba una oportunidad.
El pedazo que nos muestra los límites difusos entre la denuncia, la información y el espectáculo en una sociedad donde se facturan emociones y sentimientos. Donde, con tanto cristal por el que mirar, corremos el riesgo de perder de vista lo importante. De no ver nada. De quedarnos ciegos. De ahí la importancia de no esconder el “objetivo” de la cámara. De mostrarlo, de invitarle a ser sujeto activo de lo que ocurre, a sentirlo, a reflexionar, a interrogarse, a desenredar una madeja llena de flecos para una misma mortaja. Porque no todo depende del prisma con que se mire. Porque los derechos humanos o son de todos o no son. Porque una democracia que no se cimente sobre ese principio no es democracia. Porque una sociedad que no entienda eso es una sociedad enferma, moribunda.
Y el pedazo de espejo de quien no mira, de quien no quiere ver, o de quien solo ve lo que quiere y aparta a un lado cada imagen molesta que le recuerde que algo está pasando. Un laberinto de espejos en los que la maleta del refugiado, del emigrante, del perseguido, deambula buscando una salida antes de romper en mil pedazos la córnea de nuestra conciencia:
«Porque hoy nuestros cuerpos son los suyos, porque siempre sus derechos son los nuestros, porque hoy son ellos y ellas y mañana nosotros«.
Conscientes de que es imposible ponerse en el lugar de quien vive este tipo de situaciones, la construcción simbólica de un espacio donde reconocerle, puede lograr, aunque solo sea lo que dura ese instante, romper esa barrera invisible, del ellos y el nosotros, levantada para impedir que nos miremos a los ojos. Puede ser el primer paso para hacer de ese espacio algo real. #SantanderCiudadRefugio
Porque quizás haya tantos intermediarios entre esa valla levantada sobre verdades a medias, y medias mentiras, que hemos decidido no creernos nada. Y, sin embargo, todo parecido con la realidad es desgarradoramente cierto. Y, sin embargo, yo estoy vivo y ellos muertos. ¿Por qué?
Video de Agustín Gándara Dueñas (Eclipse ciudadano en Youtube) sobre la performance «Lo que el Mar nos trae».