Los vecinos de Cisneros acusan al Ayuntamiento de actuar con negligencia
El incendio del pasado día 15 que ocurrió en el número 24 de la calle Cisneros fue la mejor representación de una crónica ya anunciada. Los vecinos de este número y de los adjuntos del 22 y 26 ya llevaban más de un año alertando de los riesgos.
Y no solo de eso. El hecho de que antes hubiera denuncias previas alarmando de la situación es solo el comienzo. Lo que se ocultaba detrás es el calvario que han vivido los vecinos durante los últimos años.
Todo había ido bien hasta el año 2010, cuando fallecieron los dueños del entresuelo que ha ardido la pasada semana. Después de entonces, la titularidad del lugar pasó a ser difusa, y mientras que en el registro consta a nombre de una mujer, es otro hombre, cuyos apellidos coinciden, el que comenzó a ir al piso.
Sin embargo, pese a que este hombre se ha declarado siempre el propietario, los vecinos denuncian que siempre ha tenido que colarse, romper cerraduras o escalar los muros para acceder a la vivienda. «Si fuera suya tendría llave, ¿no?», se preguntan.
“Al principio noté que uno se colaba cuando yo abría la portilla para meter el coche. Una vez le pregunté que qué hacía y me respondió que a mi qué me importaba”, relata Mª Ángeles, vecina del bloque 22. A partir de entonces, asegura que aquello se volvió habitual. “Rompía la cerradura del portal y la puerta. Llamábamos a la policía, iban, si es que iban, y no hacían nada”.
Con él, llegaron después más personas a dormir en el entresuelo, la mayoría drogodependientes. La situación en el barrio se hizo insostenible, pero cuando este hombre desapareció por una temporada –los vecinos creen que estuvo en la cárcel-, el problema desapareció.
Pero todo regresó el año pasado. Los vecinos relatan cómo este hombre volvió, trayendo consigo a sus inquilinos. Todos son muy conocidos en el barrio, los vecinos te los van señalando por la calle, donde estos días se reúnen después del incendio.
“Son los mismos que estaban antes en las escaleras de la Iglesia de San Francisco, que vivían en los cajeros de Caja Cantabria y BBVA”, cuenta Mª Ángeles. “Si están aquí es porque el Ayuntamiento quiere, porque ha trasladado el problema hasta nuestros portales”.
UN LUGAR “INHABITABLE”
El problema no es tanto que se hayan instalado allí como lo que obligan a vivir a los pocos vecinos que quedan allí. Han convertido el barrio y el local en un punto de venta de droga y los vecinos denuncian que también se ejerce la prostitución.
“Al final se han marchado la mayoría de los vecinos”, cuenta Carmen, vecina del número 26, la única vivienda de las cuatro de su bloque que continúa habitada. “Había gente de alquiler pero los han echado. Lo han convertido en inhabitable”.
Son varias las veces que han llamado a la policía para que ponga solución, pero aseguran que las pocas veces que han ido, se han marchado sin hacer nada.
En una ocasión un joven que vivía de alquiler se encontró a un drogodependiente pinchándose en la escalera. “Cuando fue a apartarlo, casi se desploma de lo mal que estaba”, recuerda Mª Ángeles. “Cuando llamamos a la policía llegaron y lo sacaron a la acera. Con las mismas se marcharon y cuando les preguntamos si iban a dejarlo allí nos dijeron: ¿Y qué queréis que hagamos?”.
Han llegado incluso a ver cómo este verano sacaron el cuerpo de uno de los okupas que había fallecido de sobredosis. “La policía no decía nada, ni clausuraron el local ni nada. Cuando sucedió no nos querían contar a los vecinos lo que estaba ocurriendo y me quisieron despachar de malos modos. Si es que estamos rodeados de chulos”, se queja Mª Ángeles. «A ese chico lo mataron los que le vendieron la droga y le mantenían allí pero, ¿creéis que se ha hecho algo contra ellos? No», añade.
DENUNCIAS ANTE EL AYUNTAMIENTO Y LA POLICÍA
La primera denuncia registrado en el Ayuntamiento se interpuso en septiembre de 2015. En ella, una carta colectiva firmada por los vecinos de los bloques 22, 24 y 26, se alerta del “estado deplorable y en malas condiciones higiénicas” de la vivienda, que es un “posible foco de infecciones por la presencia de basuras y excrementos de ratas”.
También avisaban de que gente que no es propietaria del inmueble se colaba en la vivienda, que no tiene red eléctrica, por lo que encendían velas, candelabros o dejaban colillas sueltas. Los vecinos dejaron clara constancia de que el edificio es de madera antigua, y que debido al estado de la vivienda y de las personas que la frecuentaban existía “un riesgo real de incendio para los vecinos del edificio”.
Tras no recibir respuesta, en febrero de 2016 la asociación de vecinos Nueva Florida apoyó a estos vecinos y presentó de nuevo el mismo escrito en el Ayuntamiento. También se reunieron con representantes municipales, que parecieron mostrarse muy escandalizados pero que les dijeron que no podían hacer mucho.
Les dijeron que lo tenían en manos del departamento de Sanidad, donde a su vez les aseguraron que todo estaba en manos de un juez; pues sin su orden el personal de ASCAN no entraba allí. “Lo más indignante es que yo iba a quejarme y en el Ayuntamiento se burlaban diciendo que les gustaba el ambiente que daba, que si no estaba todo muy soso. ¿Es que creen que yo voy allí a divertirme? Que estoy denunciando cosas muy graves”, exclama Mº Ángeles indignada.
También recurrieron a la Policía Nacional, al Departamento de Atención Ciudadana. “Sí que es verdad que vino la Policía y se quitó el punto de venta que había en las calles, pero a costa de que se empezó a vender en el entresuelo del número 24”, puntualizan.
También en el número 26 han tenido que llegar a poner denuncias. Carmen cuenta cómo rompieron la cerradura del portal y entraban casi todas las noches al primer piso. Después de eso, se puso en contacto con el dueño, un anciano de 89 años que vive en la calle San Fernando y que tiene esta como su segunda vivienda. Lo denunciaron al día siguiente, pero no hicieron nada. “Nos dijeron que llamáramos si volvían”.
Ella ha tenido que poner de su bolsillo para arreglar los desperfectos. “Me gasté casi 100 euros en una nueva cerradura, porque este año ya la hemos cambiado tres veces. Pero según la cambiaban, la rompían. A veces les he visto hacerlo y he llamado a la policía diciendo que lo había visto personalmente, pero nada”.
Con todos estos antecedentes, no se explican que nadie interviniera para resolver la situación antes de que llegara a este punto. “Tendrían que haber intervenido por cuestiones de salud”, insiste Carmen.
“¿Cómo es que sabiendo que son edificios de madera, con un riesgo real de incendio del que les avisamos, no han intervenido antes?”, se pregunta Mª Ángeles. “¿No se supone que el Ayuntamiento está para auxiliar al ciudadano?”.
Para el colmo, aseguran que después del incendio no se ha tomado ninguna medida. “Tienen que ponerse en contacto con los vecinos y pedirnos perdón, a nosotros nadie nos ha llamado”. Actualmente Carmen, del número 26, está batallando su seguro. Casi estuvo a punto de perder su casa la noche del incendio, pues el empeño de los bomberos, a los que vieron sobrepasados por la situación, estaba en que el fuego no se trasladase al número 22.
“Me costó casi una hora que me hicieran caso. Casi se me quema mi casa, no se me ha quemado por pesada. Yo les decía que me salía humo de la escalera pero no me hacían caso, no me escuchaban. Cuando subieron tuvieron que entrar 7 bomberos de golpe a detenerlo”, explica. En su bloque, un gran boquete revela cómo el fuego traspasó el edificio y se coló por su escalera, acercándose peligrosamente su casa, que ha quedado muy dañada por el humo.
En el número 22 han tenido algo más de suerte. “Yo creo que nos salvó el portal, pero los bomberos llegaron a decirme que peligraba mi casa”, cuenta Mª Ángeles. También es de agradecer que no hubiera nadie más durmiendo en el número 24. “No quiero pensar lo que hubiera pasado”, aseguran las vecinas. El entresuelo ha quedado calcinado, el primer piso ha quedado dañado y el piso superior, que sí está habitado, no ha llegado a sufrir daños por poco.