Mujer(es) Rural

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Mujer en el campo. Obra del pintor Julien Dupré

Mujer rural. Obra del pintor Julien Dupré

No te paras a pensar en lo rápida que pasa la vida porque no paras ni un momento. Tienes tantos nombres, rostros y cuerpos como esa tierra en la que  hundes las manos para sacar patatas, para escarbar en ella y buscar lo que queda del tiempo. Suena Blowing in the wind, (flotando  en el viento) de Bob Dylan, pero para ti la respuesta no solo está en el viento, sino en la tierra, en esa tierra en la hincas la rodilla para sacar adelante a tu familia. En esa tierra de la que tantos hablan, de la que tantos se apropian sin conocer siquiera la profundidad de sus raíces, el recorrido de una gota de sudor. Por la que tantos luchan sin entender que no es más que un terruño duro sino lo siembras, si no lo riegas, si no lo cuidas. Si no la entiendes. De esa tierra que no sabe de símbolos o banderas, sino de surcos y sábanas tendidas, zarandeadas por un viento caprichoso. De esa tierra que vive al margen de los discursos que la nombran, y que escriben sobre ella un relato al servicio de sus “cuentos”.

Porque la tierra que tú conoces, la tierra que tú masticas, la tierra que tú peleas cada día, solo es eso, tierra. Es la tierra que cubre la sepultura de tus vecinos, de tus seres queridos. Es la misma tierra que ha visto crecer a tus hijos. La misma tierra que les ha dado calzado, vestido y esos estudios que a ti te negaron. Es una tierra que encoge corazones, que dobla la espalda, que arrastra albarcas, botas de lona, katiuskas o alpargatas.

 

Mujer con cuévano en San Sebastián de Garabandal ( Fotografía: Manuel de Cos)

Mujer con cuévano y azada,  Lugar: San Sebastián de Garabandal ( Fotografía: Manuel de Cos)

 

La tierra donde se celebraba la fiesta del pueblo y moceabas,  bailabas una jota, o un pasodoble no muy agarrao por lo que pudieran decir. Es esa tierra mojada en otoño, de nueces y castañas, de rocío y caracoles, de verdes caídos en ocres y amarillos tan vigorosos como pálidos. Una palidez  que se resiste a morir. De robles, hayas y castaños, de vacas recogidas en “casa” para el invierno. De Septiembres caídos sobre mochilas llenas de libros y vuelta a la escuela. De madrugones, arreglar el ganao, desayuno y caminata antes de coger el autobús. Y así cada día. Levantarte antes y acostarte más tarde para dejarlo todo preparado. Como lo hacía tu madre, como lo hacía tu abuela. Y su madre también, y la madre de su madre. Siempre ha sido así.

De primeros copos bañados en sonrisas y trineos hechos de sacos de pienso vacíos. De nieve y caladuras de agua mezclada con leche frita, de pan de maíz amasando tortitas. Tierra de ventiscas y ganado perdido en la montaña, de miedo a un lobo que no siempre llega pero que siempre está al acecho, o eso dicen las malas lenguas. De días incomunicados buscando el calor de la chapa, la estufa, o el radiador, antes de salir de nuevo. Donde el viento no flota porque es ventisca y te abofetea la cara hasta sonrojarte las mejillas para todo el año. Donde las noches son más largas y tapas el frío con “echa otra manta más”, pones a calentar la bolsa de agua o un ladrillo, envuelto en trapos,  en el horno.

 

Le jeune laitière. Obra del pintor Julien Dupré

Le jeune laitière. Obra del pintor Julien Dupré

 

De catarros y desvelos donde siempre es la misma la que se levanta, la que cura, la que calma, la que guarda un sueño de todos donde ella casi no duerme. Y así cada día,  levantarse la primera y acostarse la última para dejarlo todo preparado. Como lo hacía tu madre, como lo hacía tu abuela. Y su madre también, y la madre de su madre. Siempre ha sido así.

Una tierra de estorrengadas y primaveras, de lluvia y  vuelta a empezar, de hierba verde y olor a silo. De desnieve y regatos llenos de agua. De grillos, de bebederos y renacuajos aprendiendo a ser ranas. Del sonido de campanos al llevar las vacas al prao. De terneros destetados que no dejan pegar ojo. De olor a segado, a verano, a seca, a hierba, a coloños, a fardos y después a “bolas de plástico”. De acolecharse de tanto calor por el día como helada por la noche. De escarcha en las ventanas, en la piel, en la mirada. De caricias adornadas de callos y sabañones. De dureza, de ternura. De tiempo en las ojeras. De hijos que crecen, de hombre en el bar echando la partida. Y de Silencios que no siempre cicatrizan.

De cuidar a tus hijos, a tus mayores. De llevar el peso de una casa que a veces se te cae encima. Y así, cada día,  levantarte la primera y acostarte la última para dejarlo todo preparado. Como lo hacía tu madre, como lo hacía tu abuela. Y su madre también, y la madre de su madre. Siempre ha sido así. Pero no tiene por qué ser así. No debe ser así, la escuchas, insumisa, decir NO.

Quizás los tiempos –siempre- estén cambiando, te dices o,  como dicen en el pueblo está de cambio, y solo hay que saber por dónde pega el aire, para respirarte LIBERTAD.

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