El uso populista de populismo

Tiempo de lectura: 10 min

||por RAMÓN QU||

Las palabras tienen su historia y mucho dice de nosotros la evolución del significado y uso de determinados términos.

Porque si la historia la escriben los vencedores, el diccionario también tiene dueño, y los curas y mandarines de la lengua introducen matices y pulen aristas de forma y manera que a ciertas voces no las reconoce, como decía aquel, ni la madre que las parió.

La semántica es campo de lucha ideológico, y si por algunos vocablos como “mesa” o “gato” no se batalla nada, por otros como “libertad” o “igualdad” las plumas se llenan de tinta y con facilidad destilan sangre. Y es que con las palabras se predica, y el poder solo quiere predicar a su manera. Tomemos por ejemplo, porque a eso íbamos, el término “populismo”, penúltimo caso de la semántica a martillazos y significante utilizado con fruición peyorativa de norte a sur y de este a oeste por los astutos tirios en contra de los malhadados troyanos.

Cuando la voz “populismo” no estaba en todas las bocas, en todas las tertulias televisivas y radiofónicas y en todas las discusiones de taberna, primos, cuñados y concuñados, era un concepto que solo utilizaban los politólogos.

Con él, la historia del pensamiento político se refería principalmente a los narodnik, movimiento revolucionario ruso de la segunda mitad del siglo XIX, cuyo nombre derivaba de la expresión “Yendo hacia el pueblo”, que era precisamente lo que hacían los revolucionarios de la ciudad que se dirigían al campo y a los campesinos para predicar una especie de comunitarismo agrario.

Conviene destacar el juicio generalmente positivo que este populismo – y su primo hermano del otro lado del atlántico: el agrarismo norteamericano – tuvo en Europa, al punto que fue elogiado por gente como Isaac Berlín o Albert Camus.

LOS POPULISMOS EN LATINOAMÉRICA

Como apunta Francisco Fernández Buey, el giro hacia la demonización del término vendría con el surgimiento en Latinoamérica de movimientos de defensa de la identidad nacional y la comunidad campesina, frente a los estragos de la globalización neoliberal y de sus elites corruptas.

En sus propias palabras: “(Estos movimientos) tienen más puntos de contacto con el narodnikismo (y tal vez con el primer populismo agrarista norteamericano) que con el tipo de populismo en que habitualmente se piensa cuando nombramos a Álvaro Obregón (en México), a Getulio Vargas (en Brasil), a José María Velasco Ibarra (en Ecuador) o a Juan Domingo Perón (en Argentina).”

Sin embargo va a ser en la dirección del caudillismo o cesarismo hacia la que los curas y mandarines de la lengua empujen el término “populismo”, en la confianza de neutralizar los movimiento de rebeldía latinoamericanos acusando a sus dirigentes (Chaves, Morales, Correa) de oportunistas, demagogos y dictadores, esto es, “populistas”.

EN EUROPA

Por su parte, en Europa estalló la crisis. Tras el susto inicial – ¿Recuerdan el “Hay que reformar el capitalismo” de Sarkozy? –, las clases dirigentes aclararon sus ideas. Objetivos prioritarios: rescatar a la banca, recuperar tasa de ganancia y competir en los mercados internacionales.

Medidas: trasvase de fondos públicos al sistema financiero, equilibrio presupuestario, recorte de derechos sociales y económicos al trabajo, adelgazamiento del estado de bienestar, liberalización del mercado. En definitiva, el fin del pacto social construido después de la segunda guerra mundial.

Los de arriba, pues, se lanzaron a la lucha de clases; mientras tanto, los de abajo tardaron en reaccionar. Sin embargo, poco a poco comenzaron a surgir respuestas sociales y políticas a esta estrategia de descargar los costes de la crisis sobre las espaldas de la clase media y trabajadora.

Los movimientos fueron diversos, contradictorios  , incluso opuestos, pero parecieron tener un factor común: se situaban en las fronteras de los sistemas políticos europeos, más allá del reparto de papeles bipartidista (lib y lab, liberales y laboristas) que había estabilizado el sistema de dominación política en las democracias parlamentarias de Europa, y al que criticaban por haber mutado en casta vampírica y corrupta. Estos movimientos acabaron dando lugar a partidos o coaliciones, que se presentaron con suerte varia a las elecciones de sus respectivos países.

Algunos de estas nuevos sujetos políticos hablan de la identidad nacional y de los valores de la patria preteridos por el pernicioso multiculturalismo; de la decadencia de occidente fomentada por un absurdo complejo de inferioridad de la gran Europa frente al medieval Tercer Mundo; de la tiranía del pensamiento políticamente correcto, instituida por buenistas, feministas, homosexuales y lesbianas; de la necesidad de paz y orden menoscaba por la falta de disciplina, de moral y de verdaderos principios; del rearme del hombre medio, juicioso, honesto y trabajador, y del resurgimiento de la mayoría silenciosa y silenciada frente a los políticos: liberales o socialistas, de derecha o de izquierda, de centro o mediopensionistas, que tanto montan, montan tanto unos como otros, igualados por su pertinaz mentir y su perenne robar. Son xenófobos, machistas y autoritarios.

Sus líderes, arribistas de clase media y alta, quieren ser mandarines en lugar de los actuales mandarines, aprovechando el descontento y el miedo de los siervos. El Califa los observa con una mezcla de recelo y envidia. Recelo por el rechazo que puedan provocar entre los de abajo; envidia por decir libremente lo que él calla por prudencia, pero realiza en secreto. En definitiva, los comprende. Después de todo son de los suyos.

Otros movimientos también hablan de pueblo y soberanía nacional pero su semántica es distinta. En lo social defenderían la urgencia de un rescate de la parte de la población más afectada por la crisis y que ha caído o está a punto de caer en la pobreza. Este rescate social incluiría medidas como: derecho universal a la salud, blindaje del derecho a la vivienda o un plan de rescate energético por el que nadie podría ser privado del acceso a la electricidad, gas o agua.

En lo económico propondrían una vuelta a las políticas redistributivas del pasado, una fiscalidad progresiva, la introducción de la renta básica y el derecho al trabajo digno. Para ello emplearían unas herramientas fiscales y económicas que, si en la actualidad suenan a radicales en los oídos de algunos, eran norma en las ya casi olvidadas socialdemocracias de los cincuenta, sesenta y setenta.

En la gobernanza lucharían contra la corrupción y las puertas de giratorias, y buscarían un mayor control de las instituciones y sus cargos. En lo político potenciarían la democracia participativa, la iniciativa popular, el referéndum constitucional y el empoderamiento ciudadano. Ideas todas ellas que serían celebradas por un politólogo tan poco sospechoso de populismo como el Kelsen de “Esencia y valor de la democracia”.

En definitiva, son movimientos defensivos de los de abajo, liderados por intelectuales de clase media que tratan de reestablecer un mínimo de soberanía nacional que permita volver a políticas keynesianas y redistributivas que, como ya apuntamos, no solo no hubieran asustado a un Olof Palme o a un Willy Brandt, sino que incluso les hubiesen parecido débiles y tímidas.

LA REACCIÓN A ESTOS NUEVOS MOVIMIENTOS

Hasta ese punto ha triunfado el pensamiento único y políticamente correcto neoliberal y se ha deslizado hacia la derecha el espectro ideológico en las democracias del mundo desarrollado. Estaríamos hablando de movimientos como el Syriza de antes de su apuñalamiento por Bruselas y del actual Unidos Podemos en España.

Dicho lo anterior, no parece que haya muchas similitudes entre los tipos de movimientos acabados de describir, salvo – tal vez – que ambos están de acuerdo en que dos y dos son cuatro y que la ley de la gravedad es una de las cuatro interacciones fundamentales observadas en la naturaleza.

Sin embargo, más allá o más acá de estos parecidos obligados por la matemática y la física, el Califa y sus curas y mandarines encuentran otras afinidades más perversas y comprometidas, en las que los números enteros se hacen primos y la manzana de Newton serpiente. Primos y serpientes que, más que semejanza o “aire de familia”, implicarían identidad.

Y así, proclaman a los cuatros vientos verdades incontrovertibles como las que siguen y nos persiguen. A saber: una, ambos “populismos” se aprovechan de la crisis para medrar; dos, fomentan la división de la sociedad recurriendo a la diabólica y schmittiana dialéctica del amigo/enemigo; tres, dicen lo que la gente quiere oír; cuatro, son maniqueos y simplistas; cinco, proponen medidas imposibles; seis, tiene el plan oculto de destruir la democracia. Conclusión: son sofistas, demagogos, totalitarios, aún más, fascistas.

Muchos – o pocos, dependiendo del humor – son los comentarios que se podrían hacer al respecto de estas “sabias” opiniones, pero por razones de espacio nos limitaremos a una única glosa: cree el ladrón que todos son de su condición.

Porque si nos ponemos en este plan y utilizamos estos criterios, el Califa y sus curas y mandarines serían los populistas por antonomasia. ¿O acaso ellos no se han aprovechado de la crisis para recortar derechos y libertades y hacer de nuestra capa su sayo y tentetieso?

¿Acaso no han profundizado las diferencias sociales utilizando la dialéctica del trasvase de rentas de abajo hacia arriba, y han abierto así un abismo entre una minoría cada vez más rica y una mayoría cada vez más precarizada? ¿Acaso no gritan día sí y día no en las orejas caídas de los ciudadanos que la recesión ha terminado y el crecimiento económico se eleva en el horizonte como sol de su agosto?

¿Acaso no son, ya no maniqueos, sino “uniqueos” al pontificar desde estrados, tribunas y televisiones que únicamente su mundo es posible y que para ellos la vela y el viento y para nosotros el palo y los huracanes? ¿Acaso no resulta ya evidente el fracaso de la política de austeridad llevada hasta la fecha y la imposibilidad de que su economía del “trickle down” o goteo hacia abajo genere riqueza para todos, pues de la mesa de su banquete apenas nos caen migajas?

¿Acaso no tienen, más allá de proclamas, declaraciones y manifiestos, el plan oculto de la jibarización del estado de bienestar y la ruptura del pacto social constituido después de la Segunda Guerra Mundial?

Pero no nos engañemos, todas estas opiniones, consignas y desvaríos pertenecen al aparato de desmovilización y propaganda del Califa y sus curas y mandarines.

He aquí, pues, el uso “populista” del término “populismo”: identificar a los movimientos neofascistas con los movimientos de resistencia popular, aglutinarlos en una sola y totalitaria familia, fundirlos en el confuso magma del término “populismo” con el objetivo de llamar a engaño y al redil a la gente y, de esta manera, contener, reconducir y neutralizar las mareas de protesta e indignación que han provocado las políticas explotadoras y liberticidas del neoliberalismo europeo, capital Berlín.

Confunde y vencerás. En definitiva, este es el “populismo” del Califa y sus curas y mandarines: el recurso a la demagogia, la mentira y la manipulación para llevar al pueblo adonde no quiere ir.

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1 Comentario

  • sam
    25 de noviembre de 2016

    El populismo en América Latina se basa en dos preguntas ¿Que hizo? ¿Y por que es tan popular?

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