Navidad de un cincuentón

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||por QUIQUE GORDALIZA||

Uno ya ha vivido los años suficientes para equivocarse, rectificar y volver a errar en casi todos los aspectos de la vida, y la Navidad no iba a ser menos. En todos estos años la he denostado y añorado, me ha divertido y aburrido…una época en la que mi estado de ánimo siempre ha tomado partido, y nunca fue el centro (político).

He estado seguro de que era un maravilloso sueño, que culminaba con la llegada de unos seres fantásticos y magnánimos, los Reyes Magos (¡qué tiempos!), hasta que un día, por azar, descubrí mi carta entre unos papeles de mi padre. Lo que fue mi primera decepción, con el paso del tiempo, se convirtió en motivo de admiración hacia unos padres que echaban el resto –no había mucho de donde tirar- para poner en aquel zapato, limpio por un día, un juguete.

Después, las ansias de hacerme mayor –menudo error- me llevaron a quitar importancia, incluso a despreciar estas celebraciones. No veía la hora en que acabase aquella cena familiar para salir de copas con los amigos. Sí, porque yo salía en Nochebuena. Éramos cuatros crápulas, ateos e irreverentes que se saltaban la costumbre de pasar la noche en casa jugando a la brisca. Hoy me debato entre el arrepentimiento por el tiempo perdido con los míos y mi impenitente costumbre, para muchos cabezonería, de apechugar con las decisiones tomadas.

Tras celebrar varios solsticios de invierno, llegaron mis hijas, y la Navidad volvió a ser un tiempo de ilusión. Aquel niño que pidió un Madelman a los reyes volvía a aparecer. Ahora con “Barbies”. Lo siento, no es sexismo, era lo que querían ellas. Está claro que la Navidad se vive en los otros, independientemente de las creencias, porque la Navidad, para mí, ya ha trascendido la religión. Por supuesto, todo mi respeto hacia quienes la viven desde la fe cristiana.

Los años siguieron pasando y a navidades tristes, por la ausencia de muchos seres queridos, le suceden navidades más alegres. En realidad, es la puta vida misma resumida en quince días. Las niñas que revivieron mi infancia ahora me recuerdan la juventud. Y cuando salen de casa, dedico unos momentos a recordar a aquellos con los que compartí las juergas navideñas. Luego sigo viendo el programa musical en la televisión con una copa en la mano. Supongo que esto mismo lo harían mis padres y, con el paso de los años, lo harán mis hijas.

Y así, queridos amigos, vive la Navidad un cincuentón. Como un tiempo para el recuerdo, que afortunadamente ya casi no es triste. Tuve la suerte de convivir con los mejores y por ellos brindo cada año. Hoy por hoy, no me preocupa la fe, ni tener más o menos sobre la mesa, ni si he llamado a fulano o no, ni –pensándolo bien- los reyes de Carmena. Mi motivación es explorar y disfrutar de esta década en la que están muy presentes los amigos. Y lo tengo que hacer porque en la siguiente, si la vida sigue su curso, volverá el niño de la mano de mis nietos. La vida siempre, siempre sigue.

Un abrazo y feliz Navidad a quienes creen, a quienes no creen, a borrachos y abstemios…a todos, coño, que podemos pasar un buen rato.

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