Palo y zanahoria: Argumosa y el escrache a Ignacio Diego
||por RAMÓN QU, periodista y escritor||
Decía Manuel Sacristán que la política burguesa consistía en llevar a los pueblos a donde no quieren ir, y no deja de ser una verdad demoledora para las fuerzas de emancipación el hecho de que lo consigue en la casi totalidad de las situaciones históricas. Verdad demoledora que exige un análisis en profundidad de los modos y maneras que utilizan los de arriba para quebrar la voluntad de los de abajo y conducirlos al redil de sus intereses. Fue Gramsci quien más reflexionó en torno a este tema, elaborando para ello el concepto de hegemonía. La dominación de los de arriba sobre los de abajo no solo se basa en la represión, sino que requiere del consenso de los de abajo. Sin esta sumisión interiorizada por el pueblo, ninguna explotación del hombre por el hombre puede durar demasiado. La creación de conformidad, adhesión o indiferencia entre los siervos es fundamental para los amos.
Ocurre, sin embargo, en situaciones excepcionales, que esta dirección política y cultural de los de arriba entra en quiebra total o parcialmente. En dichos momentos históricos, y como dijera el viejo Ulianov, los de arriba no pueden mandar como mandaban y los de abajo no obedecen como obedecían. Ya no es tan fácil llevar al pueblo a donde no quiere ir: se resiste, se niega, incluso pretende ir a otra parte. Son las crisis de hegemonía.
LA CRISIS DE HEGEMONÍA
Uno de estos periodos críticos se abrió en 2008 con la crisis económica. No entraremos ahora a valorar si estamos ante una mera crisis financiera o es una crisis sistémica que afecta al corazón mismo del proceso de acumulación de capital, tampoco discutiremos si la crisis se puede dar por cerrada o nuevos episodios de ella nos esperan, tan solo diremos, y circunscribiéndonos a nuestro país, que el crack económico provocó una quiebra de legitimidad del sistema político español, una verdadera crisis de hegemonía (en nuestra opinión parcial, pero este debate tampoco es el momento de abrirlo).
La crisis económica y las políticas neoliberales implementadas para “salir” de ella rompieron el pacto social en el que se basaba la democracia demediada nacida de la transición: expectativas de ascenso social, participación en el consumo y estado de bienestar (o “medio estado”, si lo comparamos con la Europa desarrollada) a cambio de paz social, aceptación de la Monarquía y su turnismo PP/PSOE y ojos cerrados ante la galopante corrupción que un modelo de desarrollo basado en el ladrillo fomentaba en todo el estado. La clase media española, estrato social y base ideológica del régimen de dominación bipartidista, entró en pánico: se proletarizaba y sus expectativas de medro, en especial de sus sectores jóvenes, se estrechaban hasta casi cerrarse.
La clase obrera sufrió los efectos de la devaluación interna que significaron las políticas económicas neoliberales: pérdida de poder adquisitivo, crecimiento del paro, aumento de la tasa de plusvalía, reducción de derechos laborales. Por último, la fuerza de trabajo más joven, en realidad la casi totalidad de una nueva generación, cayó en manos de la precarización laboral, los contratos basura y la super explotación… o tuvo que irse a buscar la vida al extranjero o convertirse en un mueble más de la casa familiar.
LA RESPUESTA DE LOS DE ABAJO
Esta enorme presión ejercida por los de arriba sobre el nivel de vida, intereses y derechos de los de abajo acabó por forzar a estos últimos a movilizarse. El 15M y las mareas blancas y verdes simbolizarían toda una serie de protestas, manifestaciones y huelgas que salpicaron la geografía nacional durante estos años. Los de abajo empezaban a no conformarse, a abandonar su indiferencia, a no querer ser llevados a donde los estaban conduciendo. El consenso se quebraba y ya no había suficientes zanahorias para contentar al pueblo. Había que sacar el palo. Las leyes mordaza eran esa vara de avellano para arrear al burro que de pronto se mostraba protestón, recalcitrante y harto de dar vueltas a la noria del amo.
Esta reacción represiva del estado, este retroceso en derechos y libertades de nuestra democracia demediada, tenía pues como claro objetivo reprimir, contener y acabar con la rebeldía de aquellos que sufrían la crisis y las políticas neoliberales. La aplicación de la leyes mordaza ha sido a veces implacable, otras arbitraria, dependiendo del humor o ideología de jueces, fiscales, policías o delegados de gobierno, pero siempre se ha constituido como espada de Damocles sobre la cabeza de nuestros derechos y libertades.
LOS TRES CÍRCULOS
Tres son los círculos que pretende atravesar esta espada retrógrada y antidemocrática.
El primer círculo, el más exterior y amplio, comprende a esa mayoría de los de abajo que tienen baja o nula conciencia de su propia situación, o que están convencidos de la inutilidad de cualquier enfrentamiento con los poderosos o que creen que solo “los de siempre” pueden solucionar las cosas. Aún sometidos a la hegemonía de los de arriba, conviene sin embargo asegurar su completa adhesión. Catalogar a las manifestaciones como espacios de violencia, enfrentar la “coerción” de la calle y la pancarta a la “libertad” de la soberanía democrática del Parlamento, criminalizar las protestas con las leyes mordaza, embellecer los recortes de libertades con neo lenguajes de serpiente como “seguridad y libertad ciudadana” son muros que se elevan para impedir que estos sectores del pueblo sientan la tentación de unirse, o al menos comprender y no denostar, las mareas reivindicativas.
El segundo círculo está formado por esas personas con conciencia clara de lo que pasa, pero que no están organizadas, ni llevan a cabo una praxis política, sindical o reivindicativa cotidiana. Son gente que va a manifestaciones, participa en huelgas, firma cartas o apoya a ONG´s, pero que ni milita, ni puede ser considerada activista. Con la crisis económica este grupo se hizo muy nutrido.
Su crecimiento numérico, el prestigio social de muchos de sus miembros y su capacidad de atracción y presión lo hizo peligroso. La reacción coercitiva del estado tuvo también como fin diezmar a este segundo círculo. La insistencia gubernamental en la inutilidad de toda “algarabía callejera”, las amenazas de políticos y delegados de gobierno, las cargas indiscriminadas de la policía, el fomento de batallas campales en las manifestaciones y las astronómicas multas de las leyes mordaza buscaban a través del miedo alejar a los componentes de este círculo de la protesta socio política.
El tercer círculo es el más reducido y central, y está compuesto por militantes y activistas. Son los que dedican una parte de su tiempo y vida a las luchas colectivas. Fomentan, organizan y difunden las protestas sociales. Constituyen los cimientos de cualquier movimiento reivindicativo, su capital humano más preciado. Neutralizar este círculo significa un torpedo en la línea de flotación de la contestación política y social de los de abajo. Por todo ello se han convertido en la diana principal del giro represivo del estado español. Las multas, detenciones, juicios y condenas, facilitados por las anti democráticas leyes Mordaza, se han cebado en este círculo. Quebrar la columna vertebral que forman activistas y militantes supone romper el espinazo de la contestación politicosocial.
ARGUMOSA Y PREGUNTAR NO ES DELITO
Los ejemplos de Argumosa y los siete estudiantes del escrache a Ignacio Diego son una muestra más de las muchas que se podían poner del planificado ensañamiento del poder contra este primer círculo. Ni protestar, ni preguntar es delito, pero las leyes mordaza y la política represiva del gobierno Rajoy han salpicado de “delitos y delincuentes” la geografía española. Acabar con los movimientos reivindicativos, amedrentar a la gente, criminalizar la protesta social, fomentar la pasividad y la despolitización son los objetivos del giro represivo del estado español. Defender a los activistas de Argumosa y de Preguntar No Es Delito es defender el derecho de todos a la libertad, la democracia y la justicia. Las leyes Mordaza, sí son delito.