La ciudad habitada
“Más adentro de las cajas, más adentro de los cables, busco la placa de la última emoción. Y si los huesos están quietos, ¿mueves tu objetivo así sale movida nuestra foto de los días?” Dice el poeta argentino Edgardo Dobry.
Mas adentro de sus fachadas, más adentro de sus huellas dactilares y de sus calles transitadas por calles, calles y más calles con finales en leyes mordaza o en plenos municipales del ¿por qué no te callas? Más adentro hay quienes buscan esa placa de la última emoción. Esa placa que haga justicia a la memoria arrebatada. Esa placa colocada en cada mancha de delantal, en cada mirada curtida, en cada desvelo, en cada madrugón, en cada batalla cotidiana que se le gana a la vida.
Más adentro de proyectos urbanísticos de escuadra y cartabón que no ven la casa donde te criaste o la senda costera por la que caminabas de la mano de La Mar. Más adentro de maquetas a escala deshumanizada que borran de un plumazo los recuerdos posados en un banco del paseo, junto a una grúa de piedra. Más adentro de las cajas de cartón donde duerme quien no tiene donde dormir. Más adentro hay quien busca algo más, quien necesita algo más, quien denuncia, quien crea, quien se empeña en “habitar” los espacios. En dejar esa huella de la vida, de la que nos habla el filósofo austriaco Ivan Illich y que el cemento entierra, como si nadie hubiera estado allí. Porque, como decía Illich «Sólo los hombres pueden habitar. Habitar es un arte. Únicamente los seres humanos aprenden a habitar«. Porque hay personas que no quieren vivir en una ciudad construida para ellos, sino en una ciudad hecha por ellas.
Y es que frente a la imagen ausente de la ciudad como pieza de una modernidad fragmentada, de un rompecabezas que nadie entiende, donde nos tropezamos sin reconocernos, donde demasiadas veces desviamos la mirada para no detener el paso. Donde nos parecemos cada vez más a ese hombre de la multitud, del relato de Poe, que se deja llevar fagocitado por la muchedumbre.
Frente a esa ciudad se levanta otra. Una en la que se impulsa el cambio legal de la ley de garantías de demora para la reconstrucción mamaria. Y así el sesgo del espejo deje espacio para otra mirada de esperanza. Una donde se estrecha el cerco judicial a quienes mercadearon con los ahorros de toda una vida. En la que se le pone freno a la patada en la puerta con forma de desahucio. Y una familia se permite sentir el alivio necesario para seguir adelante, para no rendirse, para poder ver futuro. Una ciudad en la que parece difícil encontrar miradas que vayan más allá de vulvas y penes pero, que con el desarrollo de leyes para la igualdad LGTB, empieza a ver como normal lo que siempre ha sido. Sin miedo a ser señalado con el dedo de la intolerancia. Porque cada gesto cuenta…
Son tantas, cada vez más, las iniciativas que surgen para demostrar que para que algo empiece a cambiar el primer paso es intentarlo que, quizás, la “otra ciudad” sea, cada vez más, esa ciudad donde lo raro es no hacer nada y conformarse, no hacer nada y mostrarse indiferente, no hacer nada y dejarse llevar.
Donde, quizás, caminar contracorriente sea la única manera de caminar y, de repente, la dirección prohibida sea la dirección más transitada. Y ser vecino sea algo más que coincidir en el ascensor y hablar del tiempo, o esperar un poco para no tropezarte con el del tercero al bajar la basura. Sea reunirte, cuidar y velar por los intereses de tu barrio, dejarte contagiar por el virus de la “plataformitis”, el único capaz de curar el síndrome de la piel de asfalto que te hace insensible a todo menos al dinero.
Una ciudad donde el arte no necesita de la aprobación de ningún tribunal de sabios, sino del talento y la voluntad de “Unos cuantos”, cada vez más, que ven una oportunidad para hacer de la calle el escenario de la vida, para cambiar las témporas y lograr que la primavera de la solidaridad llegue en Octubre. En la que las “castañas” sean algo más que un fruto seco de un árbol, a la venta en pintorescas puestos con forma de locomotora, y empoderen a aquellas mujeres que luchan el doble para que no se les considera la mitad de…(nada ni de nadie.)
Son personas que entienden el lugar donde viven como ese espacio habitable resultado de la construcción continua. Porque una sociedad viva siempre está en constante cambio, y a medida que se transforma, el entorno y las personas, cambia la manera de habitarlo. Cambia porque está viva.
Quizás algo parecido vio Jose Hierro al preguntarse por las nubes:
“Nubes que eran ritmo, canto, sin final y sin comienzo, campanas de espumas pálidas, volteando su secreto, palmas de mármol, criaturas girando al compás del tiempo, imitándole a la vida su perpetuo movimiento. Inútilmente interrogas desde tus párpados ciegos. ¿Qué haces mirando a las nubes, José Hierro?”