Europa refugiada

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||por PATRICIA MANRIQUE, filósofa, activista en PASAJE SEGURO||

Una Europa se consume, dejando la sensación de que no será ya más que una zona geográfica.

Esto no es nuevo, ni lo pretende ser: la obsesión por la novedad, por cierto, es una de sus marcas. Se consume en el sentido de que se agota, llega a su cumplimiento… una vez más, siempre anda al borde. Me refiero a la Europa que convirtió en su religión el combo del mercado capitalista y la democracia liberal representativa, la Europa de la brillante Modernidad cuyas luces ha ya tiempo que sabemos que dejan sombras que se alargan hasta eclipsar toda idea de comunidad. Esa Europa de la tiranía de valores de unos pocos, la del imperio de la técnica, la de Auschwitz y los refugiados, morirá, aunque nos quede mucho que soportar. Y, si no muere pronto, matémosla, que diría Nietzsche.

Pero otra Europa está debajo de esta, eclipsada demasiado a menudo, la Europa de los pueblos.

Viñeta del Paisá sobre los refugiados

Esa que se construye desde abajo desde hace siglos, hoy con una noción de lo global nueva y ya irrenunciable, que hace del abismo de la mundialización un antídoto contra el falso tribalismo racista de una Le Pen o un bocazas de las Nuevas Generaciones del PP. Esa que exprime el lado constructivo de la imparable interacción que es signo de los tiempos, y lo emplea para poseer un ego poroso y, en consecuencia, generoso y abierto a la alteridad, colaborativo y solidario, inteligente al fin. Que conoce su historia, y por ello se coloca delante de los otros continentes con humildad y cierta vergüenza. Que vive ajena a onanismos hegemónicos, mientras construye realidad. Esa que es democrática porque es popular, y que asume la riqueza de una autorregulación anárquica de lo múltiple por la decisión mayoritaria, que es democrática… sin representaciones.

La Europa de Bienvenidos Refugiados, Flüchtlinge Willkommen, Refugees welcome… Porque refugiadas, háganse cargo, ya somos todas. Eso sí, unas más que otras.

Las cosas van mal, y pinta que irán peor. Es vital que entendamos la urgencia de un mundo en el que se entienda el imperativo contenido en la expresión “Bienvenidos refugiados”. Sin voluntarismo, por supervivencia: es la ley de la hospitalidad, esencial en las culturas indoeuropeas, por cierto. Y que se lo expliquemos al europeísta en chándal Rajoy o al promotor inmobiliario de los colegas Zoido: eso y que faltan 16.000 seres humanos para cumplir con la cuota de refugiados comprometida con ‘su’ Europa, y el plazo es septiembre.

 

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