Normalidades revolucionarias
Hay veces que el gesto más cotidiano se puede convertir en algo extraordinario. Quizás algo así nos recordaba el escritor británico George Orwell cuando nos advertía que “en una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionaria”.
Algo así debió ocurrirle a Rosa Parks en 1955 al negarse a ceder el asiento a un blanco y moverse a la parte trasera del autobús, como marcaba la ley. La verdad de Rosa Parks era una verdad que no entendía de prejuicios, de intolerancia, o de discursos del odio. Una verdad que no segregaba por el color de la piel, por el credo, por pensar de una u otra manera, por venir de otro lugar, o por sentir(se) de una forma u otra.
Una mirada que no veía la diferencia que se construye para alimentar el miedo, el odio, y el rechazo. Que se construye para levantar muros, para cavar fosas, para justificar la tortura, el tiro en la nuca o el coche bomba. Para llenar de concertinas las fronteras o simplemente para mirar con desprecio, superioridad, o indiferencia a quien no forma parte de un determinado club. Y hay muchos clubs, de todas las formas y banderas. De todos los credos y colores. Tras cada símbolo convertido en dogma de fe. En fetiche a gusto del consumidor.
Son gestos que, quizás para quienes los llevan a cabo, nacen de una convicción que no comprende precisamente lo contrario; “normalizar la barbarie”. Una barbarie tan presente que casi olvidamos el horror que la provoca. El horror que nos debería provocar. Tan accesible, a golpe de tuit, de noticia, de teletipo, de comentario en la oficina o tras la barra del bar, que se ha vuelto demasiado familiar y pasa a formar parte de ese “hablar de algo” en el que nos refugiamos cuando nos asusta el silencio. Hablar del tiempo es otra opción: “Está de cambio” me decía el otro día una vecina a la entrada del portal mientras en la radio, volvía a sonar “The times they are a-changing” de Dylan. Quizás, la contesté yo, siempre está de cambio, ojalá sea a mejor…Y su media sonrisa venció esta vez a su otra media…
Porque, de vez en cuando, recuperamos esa media sonrisa. Y viene en forma de incontestable gesto. De verdad revolucionaria, de normalidad insumisa. Para Parks lo normal era sentarse donde había un sitio libre. Al igual que para Begoña y Mikel, los dos activistas vascos detenidos en Grecia por intentar ayudar a un grupo de refugiados, lo era el hacer lo que hicieron ¿Cómo no hacerlo? Sería la pregunta. Igual que lo era para Ignacio, el bombero de la Diputación de Bizkaia que, al negarse a participar en el envío de un cargamento de armas con destino a Arabia Saudí, corre el riesgo de perder su puesto de trabajo. Conocedor, por cierto, de que el Parlamento Europeo había aprobado una resolución para suspender la venta de armas a dicho país, debido a la crisis humanitaria de Yemen.
Y con esa normalidad revolucionaria se graduaba este viernes 26 de Mayo en el Instituto Leonardo Torres Quevedo de Santander Izabelle Marqués, y lo hacía vestida con los colores de la bandera arcoiris para visibilizar algo para ella tan normal como que el amor o la identidad sexual va más allá de vulvas o penes, con esa normalidad con la que cientos de jóvenes se reunieron en la Plaza del Ayuntamiento de Santander para ‘hacerse oir’ frente al bus del odio.
Y demostrando que hay una sociedad civil despierta y atenta frente a quienes se empeñan en atentar contra principios y derechos humanos que deberían ser pilares básicos en la construcción de una sociedad democrática que aspire a definirse como tal.
Una sociedad civil que no entiende que una institución como el Ateneo de Santander dedicada, según sus fines, a la promoción de la cultura, de los valores cívicos y de la convivencia, cediera sus locales para actos del grupo considerado xenófobo y defensor del franquismo Alfonso I. Así lo denunció La Asamblea Cántabra por las Libertades y contra la Represión (LIBRES) y, gracias a ese gesto, gracias a esa denuncia, el Ateneo de Santander ha decidido no volver a acoger más actos de esta asociación.
Y es que hay verdades tan revolucionarias que no hay engaño que las resista. Ni aunque venga disfrazado de Hazte Oír, Alfonso I, o de informe del ICASS, que negó la protección de un menor, “Samuel”, y ha perdido la batalla gracias a que hubo quien reivindicó esa verdad tan revolucionaria y universal de que “ningún ser humano es ilegal”.
Gracias a personas y profesionales anónimas, como su abogada, a medios comprometidos, como El Faradio, al apoyo de Cáritas o a plataformas ciudadanas como Pasaje Seguro & Cantabria con las Personas refugiadas que han elaborado y enviado al Gobierno de Cantabria un protocolo, asesorados por la Fundación Raíces, para que algo así no ocurra de nuevo. Y del que, por cierto, aún no han recibido respuesta.
Y todo ello, muchas veces, se hace frente a leyes, demasiadas veces, injustas. Porque si una ley es injusta, es lícito no acatarla nos lo recordaba El principio de desobediencia civil de Thoreau ya en 1849. Quizás no sean malas coordenadas para ver hacia donde podemos cambiar estos tiempos…