Escuchar los mirlos

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“Llega a ser quien eres” prescribe Píndaro, poeta de la Grecia Clásica, en un poema dedicado a los atletas olímpicos, que se superaban a sí mismos a fuerza de esfuerzo. No quien quieres ser, sino quien eres. Bien podría ser el verso pindariano el lema de “El encuentro”, obra de Ramón Qu, de la que la Agrupación Escénica “Unos cuantos” han ofrecido dos funciones, el 29 y 30 de junio, en La Teatrería de Ábrego, inaugurando el ciclo “En compañía de…”.

La obra tiene tanto de original y enigmático en su planteamiento, como de lugares comunes en algunos momentos de su desarrollo, que son compensados y superados por otros momentos, en los que se definen la intención de autor y la tesis del texto, aplicable a la mayor parte de los mortales, a quienes representa el personaje Cualquiera, interpretado por Álvaro Amieva. El otro personaje, con el que aparentemente se encuentra, Extraño, que le insta, de entrada, a establecer unas reglas de juego, que regulen el encuentro, empezando por decidir quién quiere ser –si abogado, golfista, periodista…- es el guía, no exento de misterio, que le conduce hacia quien es.

Escena de El Encuentro

Hay un momento en la vida de Cualquiera, es decir, de todos, en que se deja de oír el “canto de los mirlos”, en el que lo que ocurre no es lo que se esperaba que ocurriera.

Quizá sí se llegó a ser quien se quería ser, en perjuicio de quien se es, al que del nido de su espíritu se le escaparon los sueños sin cumplir.

Entre el dejar de oír los mirlos y el regreso de sus vuelos sonoros, es cuando, solo Cualquiera consigo mismo, los tópicos hacen presencia en el escenario, en el repaso que va desde la niñez feliz y protegida, hasta la edad adulta decepcionante y a la intemperie, pasando por la juventud con sus ilusiones y locuras.

La obra remonta, tras la desaparición exterior de Extraño, que permanece en el interior de Cualquiera.

Los actores mantienen lo que suele llamarse un duelo interpretativo, sin que ninguno de los dos gane, ni siquiera a los puntos. Álvaro Amieva transita desde ese Cualquiera, que decide dejar de ser, es decir, de la sordera al canto de los mirlos, a escucharlos, como si cantaran por primera vez, con un más que pertinente trabajo actoral en el expresar los estados por los que pasa su ánimo. Juanjo Paredes imprime a su personaje, Extraño, un halo inquietante, desde su atuendo vampiresco, que contrasta con el convencional de Cualquiera.

Las respectivas réplicas mantienen un equilibrio estable entre la desesperanza superada, de uno, y las admoniciones y orientación, del otro. Un voz a voz entre dos actores aficionados (¿), que Paqui Vialda sitúa y mueve con naturalidad en un espacio escénico, diseñado y decorado por Marisa del Campo Larramendi, en el que están simbolizados el que se quiere ser –percha con distintos ropajes- y el que se es –el baúl. La música y la iluminación, controladas por Pati Domenech son elementos ambientales, que se compadecen con las vicisitudes existenciales que se dilucidan en escena.

No voy a descubrir el final, que tiene mucho de sorprendente, así como de eficacia teatral. Solo diré que en el verdadero encuentro solo hay un personaje, dicho sea por abundar en el enigma. Y que Isabel Tejerina, cofundadora de “Unos cuantos”, con una breve intervención cierra la función en redondo. Pero, ¿su personaje había dejado también de escuchar los mirlos? ¿Es otro Cualquiera?

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1 Comentario

  • Marisa del Campo Larramendi
    3 de julio de 2017

    Gracias Fernando Llorente por tu atención y palabras. Solo decir que los tópicos del monólogo de Cualquiera están buscados y subrayados con toda intención.
    Felicidades por tu buen ojo teatral.

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