Patria, una lectura
Entre los títulos de las obras publicadas por Fernando Aramburu, no figura en la solapa de «Patria”, editada por Tusquets, “El artista y su cadáver”, editado por Tusquets en 2002. Será porque “Patria” pertenece a Tusquets Andanzas y “El artista…”, a Tusquets Marginales, y se comprende que las colecciones de una misma editorial sean muy suyas. De vez en cuando releo unos u otros de los breves textos -93 en 172 páginas- que integran “El artista…”, que vieron la primera luz editorial en publicación de la Universidad del País Vasco. Son la escritura de una poética de la vida cotidiana, expresada en prosa por un poeta que prefirió no serlo.
¿Que a qué viene ahora traer a colación una escritura, que expertos y críticos consideraron como de iniciación y tanteos literarios, cuando se acaba de publicar “Patria” que, según críticos y expertos, está destinada a ser la consagración literaria de su autor, después de una sucesión de títulos entre uno y otro trabajos? Pues, porque, si con “Patria”, Fernando Aramburu ha encontrado su estilo definitivo, las señas de identidad de su escritura, en la apreciación de una lectura, la mía –cada quien tiene la suya-, sale ganando el estilo con el que el escritor estaba buscando estilo. Y he vuelto, una vez más, a “El artista…” para comprobarlo. Y lo he comprobado, renovando las sensaciones placenteras producidas por la sencilla belleza de sus historias.
Por el contrario, la lectura de las 642 páginas de “Patria”, paradójicamente, me ha resultado tan ligera como tediosa, ambos extremos debidos a la misma causa: la repetición excesiva de situaciones y parlamentos en las mismas, de modo que los personajes devienen previsibles en cada una de sus muchas apariciones cada uno de ellos. A mi lectura le habrían sobrado unas cuantas decenas de páginas, con lo habría resultado aún más ligera, y menos tediosa.
Por otro lado, tanta extensión no se compadece con una profundización en el tema y en los personajes, más allá de evoluciones personales, más en la línea del deseo que de la realidad.
Quizá ocurre que de lo narrado en torno, más a los terroristas que al terrorismo, sus causas y sus consecuencias en personas y familias de Euzkadi, así como en los modos y maneras de las tácticas y estrategias de ETA se han tenido suficientes noticias, incluso a veces con imágenes, por lo que “Patria” lo que añade es un modo literario, que no es poco, ya.
Un modo, por el que en ningún momento de tantas páginas pierde el relato un equilibrio, no solo narrativo, sino también emocional, y aunque esté a punto de caer en el empalague del pastelón, cuando del perdón, y sobre todo de la reconciliación se trata, no cae, solo se asoma al borde de la tarta, sin meter la pluma en el merengue.
En cuanto a lo formal, la obra se estructura en 125 breves capítulos de similares extensiones –en este aspecto remite a “El artista…”. En ellos es de señalar un demonio en el manejo de los tiempos, tanto históricos como biográficos, en los que el antes, el mientras y el después quedan cumplidamente diferenciados y relacionados, a la vez. Como ocurre también con los tiempos verbales, cuyas primera, segunda y tercera personas se simultanean en las alocuciones de un mismo personaje o se compadece en una misma noticia, la tercera del narrador con la primera de personaje al que el narrador se refiere. Semejante juego temporal alivia, en parte, el tedio de la lectura.
Sin embargo, siendo, la obra, abundante, en lenguaje sencillo, familiar, incluso vulgar e incorrecto, si sale de boca de terrorista o de familia de terrorista –“sería”, por “fuera”, por ejemplo-, elevado a rango de literario, cuando es el narrador el que cuenta, el texto se ve frecuentemente asaltado por una suerte de aquellos ablativos absolutos, que traducíamos de textos latinos quienes tuvimos la suerte de seguir varios cursos de latín en nuestro bachillerato. Del mismo modo, no deja de resultar chocante el empleo, siempre en boca del narrador el empleo de desusados participios de presente, como “esperante” o “masticante” o “fotografiante”, por ejemplo.
De igual modo, el narrador abusa de preguntas retóricas, dirigidas, tanto a sí mismo como al lector, tantas que contribuyen a neutralizar el alivio en el tedio gracias a los juegos verbales. Preguntas gratuitas, que el texto responde como si no se hubieran formulado. Preguntas que, a mi lectura, no crean estilo, al menos bueno. Ya sé que hay otras lecturas, estaría bueno, y que también he leído (por ejemplo, la de José-Carlos Mainer, cuya crítica se limita a contar las novela, y a asignarle un “centenar de capítulos, cuando suman 125. La trata de memorable, eso sí).
“Patria” no es un libro prescindible, claro, ninguno lo es. Pero tampoco es un libro necesario. Lo que sí considero imprescindible es el respeto a las lecturas que lo tengan por imprescindible. Como lo es “El artista y su cadáver”. Para este lector.
Roberto R
Un amigo me regaló Patria en enero.La leí en una semana, con ganas. Ahora se la he prestado a una amiga. No había leído nada de Aramburu. La primera mitad me pareció llevadera. La segunda muy cerca de lo insoportable. Como no tengo el ejemplar conmigo, no puedo precisar el punto de inflexión, pero es hacia la mitad.
Entiendo con dificultad el éxito editorial de Patria y agradezco tu crítica. Creo que todo lo que había visto hasta ahora era en tono laudatorio. Sólo he encontrado un personaje creíble en la novela, el de Arantxa, según Mainer «quizá el mayor y mejor de todos» Creo que lo ocurrido en el País Vasco, y en el resto de España, en relación con Eta, merece una novela mejor.