Una ciudadanía común, fraterna y solidaria
||por JESÚS PUENTE, profesor de instituto, miembro del colectivo Juan de Mairena||
La deriva de la situación en Cataluña abona las peores expectativas manejadas hace pocos meses. La apuesta por el referéndum, ilegitimo e ilegal, hecha por el decididamente rupturista nacionalismo catalán, con el gobierno de la Generalitat a la cabeza, lleva consigo el propósito de imponer a la sociedad catalana su opción independentista, so capa de una consulta presentada como un democrático bálsamo de Fierabrás, capaz de devolver a Cataluña el robado ‘derecho a decidir’.
En realidad el propósito es el de provocar un conflicto institucional que resulte en el enfrentamiento con el Gobierno de España. Tal enfrentamiento se busca como única salida al escalamiento del conflicto por parte de las élites que dirigen el ‘procés’ al verse sus consecuencias como positivas para sus intereses, el cuanto peor mejor. Tras la reforma del reglamento que elimina los debates para acelerar los trámites –signo inequívoco de calidad democrática–, el guión previsto parece pasar por forzar una convocatoria ilegal por la mínima en el Parlamento de Cataluña. Producida esta, se entrará en una escalada de contestación irresponsable a las medidas que el Gobierno de España desarrolle para evitar el referéndum.
Las presiones a ayuntamientos y funcionarios, la amenaza de utilización de los ‘Mossos d’Esquadra’, son datos que llevan a pensar en el intento de conseguir bien la suspensión de la autonomía, bien el conflicto entre fuerzas de seguridad, o las dos cosas. De llegar a este punto, el conflicto estaría servido para las siguientes elecciones autonómicas, con las banderas de la lucha contra la ocupación, la independencia, etc.
El problema es que tras ese enunciado aparentemente épico para los secesionistas, se esconde la concreta fractura de la sociedad catalana, con riesgo real de enfrentamiento civil. El problema es que hay una parte de la sociedad catalana que opta por la secesión abrazando los planteamientos étnicos del discurso del nacionalismo dominante desde 1980: “Cataluña contra España”, “España nos roba, pagamos demasiado para lo que recibimos”, eslogan este último impulsado por ricos y empresarios que pretenden reducir su escasa tributación.
DIVISIÓN SOCIAL
Pero pese a esta situación, todos los indicadores, desde las elecciones de 2015 a la práctica totalidad de las encuestas, ponen de manifiesto la división de la sociedad y la no existencia de una marea social independentista que hiciera irremediable la secesión. Lo que indican los resultados electorales es que los sectores sociales más oprimidos y castigados por la crisis, los sectores sociales que se han movilizado y que han votado a la izquierda en Cataluña, no están a favor de la secesión, están en contra de la ruptura del demos común con los trabajadores, con los de abajo, del resto de España.
¿Cuál es el planteamiento de la izquierda transformadora, ejemplificada por Cataluña en Común, con la bendición de Pablo Iglesias? No enfrentarse de ninguna manera al discurso de ruptura de ese demos basado en la fraternidad entre los de abajo que existe en toda España. Aceptar el discurso nacionalista de la existencia, per se, de un sujeto soberano en Cataluña, y se supone que por extensión en el resto de las comunidades autónomas. Confundir rasgos culturales y lingüísticos diferenciados, con la existencia de comunidades políticas preexistentes, cuando esas presuntas comunidades políticas solo existen en el programa político nacionalista, nada más.
En consecuencia, Cataluña en Común propone una “república catalana que compartiría soberanías en un estado de carácter plenamente plurinacional” y en artículo publicado el 16 de julio, Xavier Domènech y Pablo Iglesias dan por buena la existencia de “un sol poble” en Cataluña, ignoran la unidad real de los de abajo en toda España, y sin ninguna claridad parecen defender un sistema confederal, a la vez que se apuntan a la convocatoria del 1 de octubre, pero como una movilización, no como un referéndum ilegal. Esa transmutación sin base alguna solo expresa confusión y miedo a hacer frente a los secesionistas.
Desgraciadamente, la historia de la izquierda en Cataluña es también la de su progresiva sumisión al discurso nacionalista, empezando por la aceptación del soberanismo, pasando por el olvido de la fraternidad común y el federalismo, finalizando con la aceptación del falso discurso del enfrentamiento entre Cataluña y el Estado. Tal cantidad de cesiones, tal colonización mental, la ha dejado inerme frente a la ofensiva secesionista iniciada en 2010.
Las motivaciones de esa ofensiva fueron las de frenar las movilizaciones sociales contra las políticas neoliberales del gobierno de CiU, más duras aún que las del PSOE y las del PP, tapar la marea de escándalos de corrupción de CiU por décadas –en todo similares a los del PP–, y conseguir un encaje fiscal más injusto e insolidario.
A partir de ahí, y ante la incapacidad de la izquierda para combatir ese discurso, la marea secesionista ha ocupado los espacios que otros abandonan, dejando a Ciudadanos sobre todo, y en menor medida al PP, la representación de las mayorías que se oponen a la ruptura del demos común, como demostraron los resultados de las elecciones de 2015. Con un 77 % de participación, la más elevada en unas autonómicas en Cataluña, y además del 47 % de los secesionistas, Ciudadanos quedó segundo con el 18 % de los votos, el PSC tercero con el 13 %, CSQP –el precedente de Cataluña en Común– cuarto con el 9 %, y el PP quinto con el 8,5 %.
RIESGO DE FRACTURA
Sin embargo, y pese a la dificultad de la situación y al riesgo de fractura real de la sociedad catalana, pese a la confusión de la izquierda transformadora, hay que resaltar realidades tozudas.
La primera es que no existe ninguna opresión nacional en Cataluña. Se trata de una comunidad autónoma con un elevado grado de autogobierno, que ha sido gobernada la mayor parte de los últimos 37 años por los mismos nacionalistas que hoy promueven la secesión.
La segunda es que el ‘derecho a decidir’ no es un ningún derecho humano conculcado, es un alias del derecho a la autodeterminación. Ese derecho es propio de sociedades oprimidas y colonizadas, no es el caso de la catalana; ese derecho debe ser reclamado contra regímenes no democráticos, mientras que la legalidad estatutaria y constitucional están avaladas por decenas de elecciones, incluso plebiscitarias como las de 2015; ese derecho tiene legitimidad si existe una avalancha social, absolutamente mayoritaria, a favor de la separación de un estado preexistente, y la sociedad catalana está, como poco, dividida por la mitad en esta cuestión.
La tercera, y probablemente la más importante, las sociedades catalana y española forman un conjunto real, bien trabado y fraternal. No solo por los evidentes lazos familiares, culturales, políticos y económicos que sustentan esa fraternidad. Ese conjunto está basado también en experiencias comunes de resistencia social contra las élites de Cataluña y del resto de España, está basado en la lucha contra patronales como la catalana, tan xenófoba como amiga de criminales del estilo de Martínez Anido o Franco. Está basado en la llegada a Barcelona de centenares de miles de inmigrantes de toda España que constituyeron un demos común con los de Cataluña; ese demos se expresa en la CNT antes de la guerra, en la resistencia contra el franquismo, en las luchas obreras que dan lugar a CC OO, en la solidaridad popular contra la opresión nacional que el franquismo sí imponía en Cataluña.
¿Por qué razón romperlo? Para los que dirigen el secesionismo hay muchas y comprensibles razones, ¿pero, para la izquierda? ¿En qué programa, en qué discurso, en qué texto de los Comunes o de EUIA, está la defensa clara, tajante, de ese demos común? Esa ausencia, además de un tiro a los dos pies de los de abajo, es uno de los indicadores más peligrosos de la situación de subordinación de la izquierda al discurso secesionista.
El artículo de Domènech e Iglesias es fiel reflejo de la no consideración de esas realidades tozudas, también lo es de su incapacidad por presentar una alternativa movilizadora que una a los de abajo de toda España en torno a objetivos comunes contra enemigos comunes.
Con esos enemigos comunes, los que están en Cataluña, se está construyendo una unión sagrada. ¿A cien años de la Primera Guerra Mundial y de la revolución rusa, no hemos aprendido nada? Si esa unión sagrada se consolida, no solo se fracturará el demos catalán, lo hará el del resto de España, y acto seguido el PP y Ciudadanos llamarán a la unión sagrada del nacionalismo español, rompiendo cualquier posible alternativa de cambio, de lucha posible contra las políticas austericidas y antidemocráticas del PP, acabando con cualquier posibilidad de un proceso constituyente, que debe ser común y solidario.
La convocatoria del 1 de octubre no puede ser entendida como movilizadora de nada que tenga que ver con la izquierda, la fraternidad y la emancipación. Es un pulso para mantener la presión secesionista, un pulso irresponsable que puede provocar una división muy dura dentro de Cataluña, a la que seguirán otras iguales en el resto de España. Unirse pero solo un poco, sí pero no, apoyar una parte pero no todo, es solo confusión y oportunismo. Pero esa confusión, ese oportunismo desarman a quienes Cataluña en Común debe representar, les deja en un limbo en el que solo entra el discurso de Ciudadanos y del PP.
Es hora de romper con esa situación, la izquierda en Cataluña y en el resto de España tiene la obligación de levantar la bandera de la unidad y la fraternidad de los de abajo, la bandera de la república federal. Tiene que decir, alto y claro, que hay mucho más en común entre un trabajador de Fuerteventura y una trabajadora de Sabadell que entre esa trabajadora y la patronal catalana. Tiene que decir que el 1 de octubre no se pretende romper con el Estado español, se pretende enfrentar a la ciudadanía catalana entre sí, y con el resto de la ciudadanía española. Se pretende romper la vida y fraternidad común que, pese a los nacionalismos, existe en Cataluña, existe en España.
Esa tarea no solo corresponde a quienes parecen abandonarla, como Cataluña en Común o Podemos. Corresponde también a las gentes y colectivos, que desde posiciones y prácticas de izquierda, están en contra de la entrega de los sectores populares, atados de pies y manos, al secesionismo presidido por gentes como Mas o la familia Pujol. Hablar con claridad, llamar a la movilización contra el secesionismo, promover la fraternidad entre las clases populares de toda España, es hoy nuestra obligación.