Santander Music 2017: esto ya no hay quien lo pare
Llegamos el jueves al recinto de la Magdalena y lo primero que nos vino a la cabeza es que son ya unos cuantos años (¿Nueve, ya? No puede ser. No, en serio, ¿tan mayores somos?) repitiendo el consabido ritual: aparcar el coche en el parking de la playa del Camello, coger todo lo que nos pueda hacer falta durante la noche —cada vez cargamos con más cosas, a este paso el año que viene vamos a necesitar un sherpa— y no poder evitar una sonrisita al escuchar música de fondo y ver un montón de grupos de gente hablando, pasándoselo bien y haciendo tiempo para entrar al Santander Music.
Esto, que puede parecer una bobada, es una de las grandes noticias de la edición de este año: esto sigue hacia delante. Cada vez un poco mejor, mejorando lo que se puede pulir, no descuidando lo que hasta ahora funciona bien y, además, extendiendo cada vez más los tentáculos del festival a lo largo de la ciudad.
JUEVES
El encargado de inaugurar la novena edición del festival fue M. Ward, una de las joyas de la corona de la americana actual. Todo un lujo de maestro de ceremonias que nos regaló sus melodías y sus loops como aperitivo de lo que iba a venir a continuación.
Y es que los siguientes que pisaron el escenario de la Magdalena fueron las satánicas majestades de Muriedas, Los Deltonos. Y cómo lo pisaron, rediós. No soy objetivo, porque lo mío por estos chavales es auténtica devoción, pero es que, aunque no te guste el rock americano, cuando ves a un grupo que suena tan bien, tan sólido y con tanto carisma que podría ser una banda de cualquier bar de carretera de Misisipi, pues claro, se te van las rodillas y cuando te quieres dar cuenta estás bailando como un redneck pasado de bourbon. Punto muy a favor de la organización, por cierto, porque ya era hora de poder difrutar de ellos en un escenario grande y a una hora decente.
Tras el huracán americano, era hora de ver a los que, para la gran mayoría, eran el plato fuerte del jueves. Y no creáis que me resulta fácil escribir sobre un concierto de Sidonie. Porque nunca sé muy bien si son unos caraduras o unos genios.
Está claro que esta gente sabe lo que se hace: son ya muchos años arrastrando a mucha gente, haciendo temas que acaban entrando en las listas de los más escuchados y haciendo muchos conciertos cada año en los que el público se lo pasa muy bien. Pero es que todo sabe a plastiquete. Da la sensación de que todo está absolutamente medido, desde el orden de las canciones hasta el más mínimo gesto. Mucha pose, muchas caritas, muchos guiños, pero nada de alma y, peor aún, nada destacable, a nivel musical. Eso sí, la mayoría del público se fue del concierto con una sonrisa en la cara.
Tras los catalanes, llegó el momento de Nothing but Thieves. Los británicos sacaron lo mejor que tienen: una ristra de señores guitarrazos y un vozarrón como la copa de un pino. Y una cosa os voy a decir: para qué más.
Para cerrar la noche, Roosevelt sacó su cóctel de electrónica y tropicalismo para poner a bailar a los valientes que aguantaron hasta última hora.
VIERNES
Decíamos al principio que una de los grandes aciertos del Santander Music es que ha abierto el festival a toda la ciudad. Por los tres escenarios repartidos por toda la ciudad (calle Hernán Cortés, calle del Sol y Tetuán), a lo largo del fin de semana han pasado grupos que han acercado el festival a la gente de la ciudad. Sen Senra y Pianet, el viernes, fueron los encargados de animar el ambiente en los escenarios de Hernán Cortés y la calle del Sol, respectivamente.
Ya en la Campa de la Magdalena, los encargados de abrir la jornada fueron los vecinos Shinova. Los vascos son uno de los grupos que está copando los carteles de los principales festivales indies de este año. Como muy acertadamente me apuntó alguien, «unos Izal de mercadillo». Pero quedaos con su nombre, porque huele a que van a ser el próximo grupo de moda.
Tras el calentamiento, llegaba el primer plato fuerte de la noche, Triángulo de amor bizarro. Instrumentos al diez mil, intensidad en vena, y la voz de Isa bailando por encima de todo. Un concierto que es, básicamente, una patada en el pecho. Los gallegos son uno de los grupos más en forma de la escena nacional, y lo demuestran en cada concierto que dan.
Y después de recuperarnos del bofetón que acabábamos de recibir, llegaba el momento más esperado del festival. Y había cierta tensión en el ambiente, porque frente a un grupo como Los Planetas no suelen darse opiniones intermedias: o los odias o te vuelven loco. Los granadinos dieron un concierto muy emotivo, desde el comienzo con Islamabad hasta el cierre con De viaje.
A lo largo de las casi dos horas de concierto, tuvieron tiempo para hacer una primera parte enfocada en los paisajes más ruidistas de sus últimos discos y, a partir de ahí, regalar al público una segunda parte en la que se centraron en su cara más pop y algunos de sus temas más conocidos, e incluso algún regalito para los más fans (que levante la mano quien consiguió aguantar las lágrimas con José y yo).
Después de la descarga planetaria, el siguiente plato del menú era otra de las golosinas del cartel de este año: The Vaccines.
Y no tenían una papeleta fácil, pero después del señor conciertazo de los granadinos, los londinenses optaron por sus temazos guitarreros, divertidos y bailongos. Y qué bien cuando se ponen frenéticos y no te dejan respirar entre canción y canción, el antídoto perfecto para salir de la burbuja en que nos habían encerrado Los Planetas.
Por último, Delorean cerraron la jornada del viernes con su electrónica ambiental, cargada de sintetizadores, que en poco recuerda ya a su última visita al festival.
SÁBADO
El sábado volvía a plantearse como una jornada muy completa, ya que el menú del festival volvía a empezar con las Vermú Sessions, en esta ocasión protagonizadas por Melenas y Bigott.
Ya en el recinto de la Campa, Anni B Sweet, abrió la noche intentando caldear el ambiente bajo la llovizna. Tras la malagueña, llegaba uno de los platos fuertes de la noche: Lori Meyers.
Y los granadinos, a pesar de las inclemencias del tiempo, dieron un concierto muy serio para presentar su último disco, En la espiral, que, evidentemente, alternaron con su ristra casi interminable de temazos ya prácticamente atemporales. Mención especial a los visuales, totalmente espectaculares.
A continuación llegó el momento de Belako, que volvían al Santander Music, dos años después. Y, aunque la lluvia no lo puso nada fácil, ellos no se dejaron impresionar, sacaron toda la artillería y, como hicieron Triángulo de amor bizarro el viernes, se dedicaron a poner a prueba la resistencia de los amplificadores. Una buena forma que desprenderse un poco de la caladura que llevaba a estas alturas el personal.
Y, como cierre de esta edición del festival, La Casa Azul puso el broche perfecto. Guille Milkyway consiguió convertir la campa en una pìsta de baile gigante, a las órdenes de su ristra de temazos.