El libro y la trascendencia
En algunos libros las notas marginales de algún lector son más interesantes que el texto. El mundo es uno de estos libros. George Santayana
Es la humana la única especie sobre la tierra que está abierta a la trascendencia, así como la única cuyos individuos, no es que estén sujetos a unas normas morales, sino que son sujetos de moralidad. Y ello es así porque la humanidad es la única especie sobre la tierra, a la que trasciende, que no sólo muere, sino que sabe que muere. Heidegger considera que la esencia misma del hombre es la trascendencia, esto es, que a sus individuos les constituye el afán de sobrepasar sus limitaciones, los límites espacio-temporales en los que se enmarca su condición de mortal.
Con mayor o menor acierto o torpeza gastamos una buena parte de nuestras energías emocionales e intelectuales en ser aceptados, es decir, admitidos en el espacio y el tiempo de otro, no sólo para mejor convivir mientras tanto, sino también para que, siempre a corto plazo, llegado el momento, sobrevivir de alguna misteriosa manera.
Y hasta entonces, entre esos límites, o quizá mejor entre sus márgenes es donde los humanos sobrevivimos a las pequeñas muertes que se suceden en la existencia abriéndonos a pequeñas trascendencias, saliéndonos de nosotros mismos, en una suerte de alienación existencial, que nos conduzca a espacios brumosos, tan inciertos como fascinantes, fascinantes por inciertos, con la pretensión, más o menos determinada, no sólo de estar, sino de permanecer, de seguir siendo, pues la aceptación de lo inevitable no suele ir acompañada por la resignación. El amor, por ejemplo, se vive en los márgenes de trascendencia de unos amantes que tratan, desde la primera mirada, de ocupar los del otro y ocultar los propios. El amor es una forma de hacer quiebros a lo finito con la aspiración secreta de acceder a lo infinito.
La lectura y la escritura son otras. Leer y escribir son actividades que sacan al hombre de sí mismo y lo trasladan a otros ámbitos de realidad, sin dejar de ser ellos mismos y sin salir de este mundo en el que lee y escribe. Y el libro es el espacio en el que escritor y lector confluyen, en el ejercicio de sus respectivas soledades, en un encuentro del uno con el otro, y de cada uno consigo mismo, pues, paradójicamente, lo que en el hombre hay de trascendente se asienta en su centro, no sale de su interior, como la trascendencia del libro se oculta en sus páginas hasta que estas se abren para que las palabras vuelen sin abandonar el nido. Si desde su corazón el hombre se abre a la trascendencia, al libro lo trasciende la palabra, que es su esencia misma. Pero no la palabra que es morada del ser, como quiere Heidegger, no la palabra que ambiciona inefables cielos, sino la palabra que mora en el hueco que en la soledad de escritor y lector se hace el silencio, ese vacío en el que el ser se funde con la nada; ese margen en el que ambos se trascienden, el uno mirando el mundo –en el principio fue la mirada. Dios miró y vio la Nada de donde trascendió el Universo- y contando lo que ve –interpretándolo-, y el otro cotejando su propia mirada que quiere ver un mundo mejor, o simplemente distinto, en el que instalarse, y que está en este para en él saberse y sentirse mejor emocional, intelectual y moralmente, si el libro es tan bueno como el mundo que expresa, si conjuga valores éticos y estéticos.
Para llevarnos a tierras lejanas no hay mejor fragata que un libro. Emily Dickinson
Ese es el margen en el que el libro encuentra acomodo junto a otras formas de sobrepasar las pequeñas muertes. Dicho de otro modo, el libro contiene ofertas de universos en los que el lector se adentra después de que el escritor, tras haberlos creado y recorrido, los ha abandonado para aumentar la oferta al lector que, necesitado, acepta gustoso y agradecido. Por eso, en la ficha de todo libro, junto a la sinopsis y el nombre del autor, deberían figurar las anotaciones al margen y los nombres de todos sus lectores, que forman parte de la memoria emocional del libro en esos cementerios vivificadores que son las bibliotecas.
Si la trascendencia es la esencia misma del hombre, en el libro halla uno de los márgenes para su realización: al hombre y al libro los habitan esos seres vivos que son las palabras en las que el escritor y el lector se trascienden, porque una de ellas nombra a la muerte. Y así, el libro trasciende el tiempo. Todos los tiempos.