¿Por qué se hicieron terroristas?
|| MARISA DEL CAMPO LARRAMENDI ||
No eran pobres. No eran marginales. No vivían en barrios dejados de la mano del estado. Eran muy jóvenes. Habían recibido educación pública. Las fotos utilizadas por la policía eran las del instituto. Parecían llevar una vida integrada y y se les podría suponer un futuro “normal” propio de clase media o trabajadora. ¿Qué les llevo a matar?
Nuestros esquemas mentales no encuentran una respuesta. Si estuviesen en la miseria o habitaran en suburbios problemáticos como los banlieu o hubieran vivido la guerra en Irak o Siria la explicación, que nunca la justificación, nos habría parecido más fácil. La explotación, la marginación, la violencia de la guerra son causas que consideramos “eficientes” para generar odio, resentimiento, deseos de venganza. Nuestros esquemas narrativos dominantes sobre la conducta humana así, al menos, parecen indicárnoslo.
Frente a esta refutación de nuestras concepciones y relatos del mundo solo nos queda recurrir a la excepción, a la locura, a lo irracional, a lo demoniaco: estos jóvenes eran particularmente susceptibles de ser adoctrinados, y el imán que cayó sobre ellos especialmente dotado para la persuasión criminal. Sin embargo, a poco que deseemos conocer más que tranquilizar nuestro ánimo, a poco que pretendamos entender por encima de acallar nuestra inteligencia, pronto nos daremos cuenta de que con la respuesta de la “anormalidad” tan solo hemos desplazado la pregunta: ¿por qué esos jóvenes eran especialmente sensibles a ideas que conllevan acciones monstruosas?, ¿por qué ese imán era tan seductor propagando teorías que desprecian hasta punto tan criminal la vida humana?
Podríamos argüir que aunque escolarizados, la educación pública sufre graves insuficiencias y recortes económicos que impiden la creación de necesarios grupos de apoyo y seguimiento escolar como ha denunciado un profesor estos días. También sería adecuado argumentar que una buena parte de la socialización de los individuos ya no se realiza fundamentalmente en la escuela y la familia sino que, junto a los siempre importantes grupos de amigos, han adquirido gran relevancia los medios de comunicación y las redes sociales. Cabría pues reivindicar más medios para los profesionales de la educación y más control sobre la propaganda violenta en las redes sociales o en la selección de los imanes. Sin embargo pensamos que hay un importante factor que se suele olvidar: el poder de las ideologías.
Existe un error fundamental en la concepción antropológica dominante. Para dicha idea de la “naturaleza” del ser humano, el hombre es un ser esencialmente económico – homo economicus –, esto es: un ser racional, guiado por el interés y por lo tanto capaz de hacer elecciones racionales basadas en la búsqueda del propio beneficio. Esta visión economicista del ser humano conlleva, entre otras muchas cosas, que la idea que se tiene de la normalidad, la integración o del modelo de madurez personal, buen ciudadano o vida feliz es aquella que nos prepararía para un trabajo, nos daría la oportunidad de conseguirlo y nos posibilitaría el acceso al consumo.
Esta visión del ser humano deja vacías de “poder” muy importantes áreas de nuestra psique: la identidad, el sentido de la existencia, la necesidad de reconocimiento, el miedo a la muerte, la presencia del otro, la amenaza del extrañamiento y la soledad, y otros deseos, temores y fantasmas que todos sabemos habitan en nuestro interior.
Por supuesto, la socialización dominante trata de llenar esos vacíos difundiendo principios éticos y códigos de conducta que, en general, podríamos considerar de raíz humanista. Sin embargo, no escapa a las mentes en formación, ni a las mentes ya formadas – o deformadas – que dichos valores chocan de forma frontal con la realidad cotidiana. Es difícil reclamar respeto, solidaridad y tolerancia a unos individuos que viven inmersos en un sistema que tiene la competencia y la maximización del beneficio como trama fundamental. La meritocracia, el medro social, la acumulación de posesiones y vivencias conducen de forma inevitable a la hostilidad, el individualismo posesivo y la atomización social.
Unos de los medios fundamentales de expansión de los Hermanos Musulmanes y de las organizaciones islamistas más radicales ha sido ocupar los vacíos asistenciales dejados por los estados fallidos, dictatoriales o corruptos del área de predominio del Islam. Ayudas médicas, espacios educativos, lazos comunitarios, sistemas de apoyo mutuo han compuesto una tela de araña tejida astutamente por el fascismo de corte islamista para atraer y capturar nuevos adeptos. Y cuando esto fallaba, claro, el puro y duro terror.
De la misma manera, en occidente, el vacío de valores, esperanzas e ideas fuerza que genera entre sectores juveniles una sociedad crudamente neoliberal donde vales el dinero que poseas, donde solo eres si tienes, donde el otro es un competidor, donde si no se logra ser el primero no se es nada, donde el reconocimiento pasa por las posesiones, donde la identidad se reduce a la marca de ropa, de coche o de móvil que tengas, ese vacío, ese hueco existencial, esa necesidad no cubierta de sentido, puede ser ocupado por ideas mito, simplistas, maniqueas, fuertemente cargadas de afectos primarios, cultivadoras del victimismo, que generan lazos de camaradería muy fuertes, que están “adornadas” de tintes “heroicos y épicos”, que prometen admiración y reconocimiento, que dotan de significado y transcendencia a una vida que de otra forma solo llevaría a la aburrida, adocenada y sumisa exstencia de sus mayores.
Necesitamos crear valores libres, igualitarios y fraternos, pero para ello debemos dar realidad a una sociedad más libre, igual y fraterna que los haga creíbles. Por desgracia las políticas deshumanizadoras de fomento de la competitividad y el individualismo posesivo dentro de los límites del imperio; y la geo estrategia militarista de control territorial y sobre las fuentes de materias primas más allá de las fronteras de las sociedades de bienestar occidentales son refractarias al enraizamiento y fructificación de valores fuerza humanistas. Más bien y por el contrario, generan por un lado cinismos, escepticismos y hedonismos egoístas; y, por otro, son caldo de cultivo para nihilismos primitivos, irracionales y criminales, en definitiva: fascistas.
Dejémoslo aquí aunque somos conscientes de que todavía queda mucho, pero que mucho que pensar, para responder a la pregunta que encabeza esta entrada.