Los años «tenebrosos» en los que se atacaban librerías
Esta semana, la librería crítica La Vorágine ha sufrido el ataque de algunos anónimos, que han pegado en sus paredes y cristales pegatinas con insultos como “Buenista. Asesino de mi pueblo”, “asesinos” o “robagallinas”.
La asociación que gestiona la librería ha respondido a estos insultos reivindicando su compromiso “ético” con el momento histórico en el que vive y por la lucha contra el fascismo.
La acción se produjo justo el día en que la librería acogió un encuentro de movimientos sociales para decidir acciones a favor de la convivencia y en contra del racismo y la xenofobia, como una manifestación el sábado 9 de septiembre a las 19.00 horas desde la Plaza Porticada y medidas de presión hacia el Hotel Bahía por acoger actos convocados por asociaciones xenófobas.
Y ha recibido muestras de apoyo de miembros de su comunidad, colectivos, representantes de partidos políticos como Podemos, Santander Sí Puede, Izquierda Unida, el PRC o el PSOE, además de por parte de organizaciones sociales y también, rompiendo tópicos, la CEOE, presidida por Lorenzo Vidal de la Peña.
Estos actos recuerdan tiempos pasados, cuando se atacaban sistemáticamente las librerías y espacios culturales alternativos.
Estos ataques tuvieron su punto más álgido en los años 60, durante la dictadura franquista, pero continuaron con bastante impunidad durante la transición de los años 80.
Bien lo recuerda el escritor y periodista José Ramón Sáinz Viadero, que dirigió entonces la Librería Puntal, que sufrió hasta 30 atentados, y que tenía otra librería, Puntal-2, en Torrelavega, y que fue atacada con una bomba de humo.
Sáinz Viadero recuerda para EL FARADIO los ataques constantes que sufría en su negocio. “Rompían todos los cristales… De hecho, fui declarado non grato por las compañías de seguros”, cuenta, recordando que ni siquiera el coche de su mujer, Vera, se salvó, y fue quemado por radicales de ultra derecha.
“Hemos vuelto a los años tenebrosos”, asegura al ver el ataque contra La Vorágine. Recuerda que en los años del franquismo había una gran censura por parte del Gobierno de Franco a todas las manifestaciones culturales, a lo que se unían también la vigilancia que la Iglesia Católica ejercía sobre los espectáculos.
«Hemos vuelto a los años tenebrosos»
Pero a nivel social había algunos grupos de ultraderecha que se dedicaron a atacar a los establecimientos, entidades y personas; siempre que estos desarrollaran “alguna actividad cultural que no comulgaba -nunca mejor dicho- con su manera de pensar”.
De estos ataques no se libró nadie. Librerías, salas de exposiciones, grupos de teatro, salas de cine, sindicatos y partidos políticos, periodistas y sacerdotes progresistas… “Todos ellos conocieron atentados por parte de quienes obraban con la mayor impunidad, porque formaban parte de la élite social y familiar de los grupos dominantes”.
ATACABAN LIBRERÍAS POR PROTESTAR CONTRA EL GOBIERNO O EXPONER CARTELES DE PELÍCULAS COMO JESUCRISTO SUPERSTAR
El ataque más antiguo contra una librería lo sufrió en los años 60 la Galería Sur, que en aquel momento era propiedad del novelista Manuel Arce.
En aquellos tiempos, éste había reunido a un centenar de intelectuales para enviar una carta conjunta dirigida al ministro Fraga Iribarne en la que se quejaban de la actuación de las fuerzas de Orden Público contra los mineros asturianos y sus mujeres, así como la falta de información imparcial acerca de dichos actos.
Tras la publicación de la carta, los escaparates de la librería, muy próxima al Gobierno Civil, fueron empapelados y Manuel Arce tuvo que retractarse de su firma.
Pero eso no se quedó ahí. “Después vinieron las librerías Horizonte, Hispano Argentina y Los Arcos, con ataques continuos hacia sus escaparates”. Sáinz Viadero recuerda que solo en el caso de Hispano-2 se detuvo al autor, que intentó quemar la librería, ubicada en la calle San Francisco, introduciendo algodón impregnado con gasolina.
El autor resultó ser un conocido ultraderechista e integrista católico. ¿El motivo? De este modo buscó expresar su indignación por la exhibición en el escaparate del libro de la película Jesucristo Superstar. Años después, ya en los años 2000, sería un cómico, Leo Bassi, quien recibiría las iras de un grupo de gente cuando fue a representar una obra de teatro sobre las religiones en la Facultad de Medicina, encontrándose con protestas, el rezo de un rosario a las puertas y zarandeos al público asistente.