Hay poesía en tu barrio
Hay poesía en los barrios, quizás no la veamos con la claridad de un premio o de un certamen literario, pero hay poesía en los barrios; tal vez no siga la métrica de las convenciones académicas y se aleje del estilo de los recitales, pero hay poesía en los barrios. La veo escrita en el rostro del vecino que cierra rápido la puerta de casa porque no le apetece tropezarse con nadie, porque no le apetece caer en los tópicos y las frases hechas, o porque simplemente no le apetece. Esa es poesía intimista, la que se escribe para uno mismo, la que huye, la que no se quiere compartir. Tiene un elemento antisocial de insumisión ante el mundo que está al otro lado de la cerradura por donde miran quienes no tienen suficiente con su vida y necesitan hablar de los demás. También en ellos hay poesía. En la mirilla que busca en el rellano algo que llene esa soledad sin retorno más allá de la puerta que te separa de un mundo que se aleja. De las voces y murmullos, de los labios de quienes están a dos palmos de tu boca y no alcanzas a rozarles con tu voz.
Cuando te encuentras a la salida del ascensor a dos jóvenes abrazados como si no hubiera un mañana. También en ellos hay poesía; en su búsqueda descolocada que solo quiere alcanzar lo que antes solo era una imagen hecha de miradas de otros y construidas por otros. En ese instante también hay poesía. En quien mira, en quien rehúye, en quien busca, en quien no le importa una mierda lo que pase a su alrededor. Es un tipo de poesía que se desnuda, que es desnudada.
Y es que, aunque no lo parezca, hay poesía en esa madrugada en la que se cruzan quien vuelve y quien sale, quien se acuesta y quien se levanta. Porque hay poesía en “las paredes que hablan” y comparten confidencias, suspiros, jadeos, y silencios. Pero también hay poesía en los gritos, discusiones, en las heridas que se abren cada vez que cruzamos el umbral y recibimos otra bofetada en la cara, en las mismas heridas que se cierran en falso cada vez que salimos de nuevo maquillados con el “no pasa nada”. Es una poesía dura que no nos gusta, es una poesía de desgarro cotidiano, también de denuncia cuando decidimos romper ese silencio forzado: Porque no toda la poesía nace de algo hermoso.
Hay poesía en quien levanta la persiana del quiosco donde compras el periódico, una poesía de madrugón y café solo, una poesía de legañas y bostezos, de buenos días mecánico. De panadería y olor a pan recién hecho que se pega a la piel como primer recuerdo donde acudir cuando el día se tuerza. Una poesía donde no están puestas ni las aceras por donde dejas caer tus pasos de camino al trabajo o a donde sea. Y vas pensando en mil cosas a la vez, en ninguna en concreto, en poder dormir un poco más, o en acostarte antes la próxima vez. Es una poesía de lo cotidiano, de foto, más o menos fija, que se repite cada día y en la que solo nos fijamos cuando algo cambia. Cuando por culpa de la crisis cierran la tienda de toda la vida, o cuando dejas de ver a esa persona con la que te tropezabas desde hace años e intercambiabas un saludo disimulado que fue cogiendo confianza hasta convertirse en un “buenos días” cómplice de una calle vacía. ¿Qué habrá sido de ella? Te preguntas, ni siquiera sabía su nombre. Y aun así la echas de menos. Porque la vida también está hecha de pequeñas certezas que nos acompañan y, cuando faltan, a la certeza la va sustituyendo el vacío. Eso también es poesía, una poesía existencialista, pero de ese existencialismo que surge de existir en aquello que nos rodea y permanece ahí cuando decidimos volver.
Hay poesía en los barrios donde bajas la basura a deshoras (o no) y pisas la mierda de perro del vecino. Bueno, quizás esa poesía sea difícil de ver, pero está ahí. Es una poesía sucia llena de mala ostia, como la que surge tras el despertador, o descubrir que te han puesto otra multa por aparcar el coche sobre la acera. La que nace de las prisas, de llevar a los críos al cole y llegar con la lengua fuera al trabajo, o cualquier otro sitio. Es una poesía hecha de lugares comunes que por separado te pueden sacar un poco de quicio, pero que todas juntas te dan la vida, porque formas parte de ellas. Y entre ellas rebuscas estados de ánimo, personas que vienen y van, palomas y gatos, vecinos y perros. Hay poesía en la anciana pareja del quinto sin ascensor, que llevan toda la vida, incluso en quien me robó la bicicleta, porque quizás la necesitaba más que yo. Y es que hay poesía en los barrios, tanta como miradas que los habitan. Tan solo hay que mirar.
Nota: Los días 18 y 19 de septiembre, dentro de las actividades de la Surada Poética, organizada por la Librería La Vorágine, de 19.30 hrs a 21 hrs en La Sede de la Asociación de Vecinos de Cueto, y de la mano del poeta Vicente Gutiérrez Escudero, se realizará un Taller gratuito de poesía. El día 6 de Octubre en la librería La Vorágine se realizará esa primera descarga de la Surada en la que los “poetas de barrio”, que hayan participado del taller , podrán recitar sus poesías junto a los poetas Alberto Muñoz y Gonzalo Escarpa, cerrando el evento la música y el flamenco de Arrayán.