Bailar es malo
Cuando estuve de regreso en casa a la noche no podía conciliar el sueño, una duda me retumbaba en la cabeza, debía solventarla para dormir plácidamente. Busqué en el diccionario de la RAE para asegurarme que el verbo bailar no tenía alguna acepción negativa. Nada. Más aún, observo con satisfacción que la entrada del diccionario tiene un último comentario: Que me quiten lo bailado: “para indicar que, sean cualesquiera las contrariedades que hayan surgido o surjan a alguien, no pueden invalidar el placer o satisfacciones ya obtenidos». A dormir, que me quiten lo bailado.
Para eso mismo se programó, muy acertadamente, a Pau Roca y Abu Sou para la sesión de música electrónica de El Muelle del Centro Botín el pasado sábado a la noche.
Vinilo tras vinilo fueron trenzando, con destreza y buen gusto, una infecciosa selección de música disco y house.
Todo ello desde la cercanía y una fuerte convicción de hacer bailar a más no poder a la audiencia. Los que lo bailamos, en mayor o menor medida, porque los que no, se mostraban distantes y apáticos. Quizás se sentían paralizados por las luces de colores, el reflejo de la ciudad flotando sobre la bahía o algún poderoso impedimento pseudointelectual que bloqueaba cualquier reacción hedonista del cuerpo.
Para gustos los colores pero, a sabiendas o no de lo que sonaba, era más que inevitable no dejarse llevar por un leve contoneo al escuchar estos percusivos y sensuales ritmos que invitan a la fiesta.
¿O es que aquí existe alguna tara sociocultural para disfrutar de la música electrónica de baile más allá de hits conocidos y sobrevalorados?
Cada día que pasa me confirma que algo pasa. Quizás no sea una cuestión de primer orden a nivel local, pero sí que es una pena para la diversidad y enriquecimiento musical de sus gentes.
En la primera ocasión que estuve en una de estas sesiones en la cafetería del Centro Botín pensé que el sitio era ideal para dar cancha a sesiones atractivas y variadas de música electrónica.
En plena euforia aquello me pareció Berlín como poco. Después de lo vivido el otro día sigo suscribiendo tal apreciación, es cuestión de persistir, seguir con este buen criterio de programación, ofrecer la opción a disfrutar más allá de los cómodos margenes autoimpuestos. Seguro que no llegamos a ser Berlín pero al menos en el intento no nos quitarán lo bailado.