Rugidos amables

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Cuando uno asiste a un espectáculo de cabaret, acude con unas expectativas, que rara vez, si alguna, no se ven satisfechas. Si el espectáculo de cabaret tiene como escenario el de una sala de teatro, que, a diferencia de los locales propiamente de cabaret, tiene la barra fuera, y no se abre hasta finalizada la función, entones en las expectativas se abre un hueco a la curiosidad.

Una escena de la obra

Así se presentó este espectador en La Teatrería de Ábrego, en la tarde-noche del sábado, 14 de octubre, para presenciar “Leona”, función anunciada como cabaret, con la que la actriz María Miguel, creadora de la misma, y dirigida por Jesús Almendro, abrió la III Muestra Internacional de Teatro MUJERES QUE CUENTAN, el viernes, día 13.

María Miguel ya había inaugurado la pasada primavera la III Muestra Internacional de Teatro Unipersonal SOLO TÚ. Y lo hizo con la función “Amorodioamor”, de la que, en alguna medida, “Leona”, conserva el tema principal, el del amor/desamor, y la soledad, que con frecuencia le es inherente, tras una búsqueda, en la que los acercamientos se alternan con los distanciamientos; la flor, que se espera, se confunde con el cactus que se recibe; la sintonía se enreda en malos entendidos; las ilusiones se ahogan en la decepción.

El recorrido que cubre el personaje, que interpreta María Miguel –y los que le acompañan, y que también hace suyos-, va de Asturias a Valencia, pasando por Madrid, en lo geográfico; de la fabada a la paella, untando en el cocido, en lo gastronómico; de la jota asturiana a la valenciana, pisando la baldosa del chotis, en lo festivo; de la juventud a la madurez, transitando una edad de nadie, en lo biográfico; de los sueños a la realidad, mal asumiendo el engaño, en lo emocional.

Podría haber sido otro el periplo, otros los lugares para una peripecia existencial, en la que entre la alegría y desenfado externos y las carencias y vacíos internos, íntimos, se emiten rugidos, más de desahogo y voluntad de seguir, que de agresividad, por si sirvieran para que el adentro se compadeciera con el afuera, en forma de armonía del personaje con su vida.

Cuando “Amorodioamor” escribí: “Quizá otro día vuelva María Miguel para contarnos si se vieron y hablaron, y qué se dijeron, y que decidieron hacer de sus vidas, Greta y Albert, los personajes”. Y no tardó en volver, con “Leona”, para confirmar que Greta seguía esperando la llegada de un Albert, que se habría ido, si es que alguna vez hubiera venido.

Argumento de no poca importancia, que María Miguel argumenta de modo amable y divertido, tratando de quitar herrumbre al hierro, en busca de la complicidad de un público, al que prácticamente desde el principio conquistó con un saber hacer escénico, por el derroche de un caudal de registros expresivos, que fluye como un torrente de riqueza gestual y elocuencia corporal, que canta y baila con el apasionamiento de una leona, que ruge sin demasiado convencimiento, para animarse a sí misma, y animar a los espectadores. Y los animó sin desfallecimiento. Pero también les inquietó, cuando preguntó por el porqué de su sentimiento de su soledad. Del de su personaje. ¿Solo?

¿Cabaret?, sí. Y teatro.

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