El delito de preguntar
–– ¿Es usted inocente? ––preguntó.
––Sí ––dijo K––. (…) ––Soy completamente inocente.
––Bien ––dijo el pintor, bajó la cabeza y pareció reflexionar. De repente subió la cabeza y dijo:
––Si usted es inocente, entonces el caso es muy fácil.
La mirada de K se nubló, ese supuesto hombre de confianza del tribunal hablaba como un niño ignorante.
––Mi inocencia no simplifica el caso ––dijo K, que, a pesar de todo, tuvo que reír, sacudiendo lentamente la cabeza––. Todo depende de muchos detalles, en los que el tribunal se pierde. Al final, sin embargo, descubre un comportamiento culpable donde originariamente no había nada.
––Sí, cierto, cierto ––dijo el pintor, como si K estorbase innecesariamente el curso de sus pensamientos––. Pero usted es inocente.
––Bueno, sí––dijo K
––Eso es lo principal––dijo el pintor.
No había manera de influir en él con argumentos en contra; a pesar de su resolución, K no sabía si hablaba así por convicción o por indiferencia. K quiso comprobarlo, así que dijo:
––Usted conoce este mundo judicial mucho mejor que yo, yo no sé más que lo que he oído aquí y allá, aunque lo oído procedía de personas muy distintas. Todos coinciden en que no se acusa a nadie a la ligera y que el tribunal, cuando acusa a alguien, está convencido de la culpa del acusado y que es muy difícil hacer que abandone ese convencimiento. (…)
Lo que el pintor acababa de decir no le pareció a K tan descabellado, todo lo contrario, coincidía con lo que le habían contado otras personas. Incluso parecía otorgar muchas esperanzas. Si los jueces se dejaban influir tan fácilmente por sus relaciones personales, como el abogado había manifestado, entonces las relaciones del pintor con los vanidosos jueces eran muy importantes y de ninguna manera se podían menospreciar[1]”.
En la novela de Kafka el protagonista se ve inmerso en una “pesadilla” judicial en la que no alcanza a saber si quiera los motivos de su particular “proceso”. Y quizás ese sea uno de los problemas. Tal y como nos muestran los fragmentos, la maquinaria burocrática y de poder puede llevar, a quien la padece, a perderse en un laberinto indescifrable, a verse en una situación de indefensión donde la verdad acaba diluyéndose tras la saliva de un escupitajo. Y así van adquiriendo cada vez más protagonismo esos “detalles”, de los que habla el texto, capaces de encontrar un comportamiento culpable donde originariamente no había nada.
Y, quizás, ese sea el problema; Si la presunción de inocencia se sustituye por la presunción de culpabilidad. Si en un acto universitario, abierto al público, el derecho de admisión se convierte en una decisión arbitraria, de etiqueta[2] que excluye a determinadas personas, olvidando un principio democrático irrenunciable: Que democracia y libertad de expresión implican articular y encauzar el conflicto y la diferencia dentro del espacio público, mediante el reconocimiento del “otro”. Qué no se puede juzgar a alguien por su apariencia, o por lo que creemos que va a hacer. Que no podemos renunciar a defender el derecho de alguien a expresar su opinión aunque estemos en desacuerdo. Y es que, precisamente porque estamos en desacuerdo, debemos defender sus derechos como si fueran los nuestros. Porque, si queremos construir una verdadera cultura cívico-democrática[3], lo son.
Porque ningún “tribunal”, de ningún tipo, siguiendo la metáfora kafkiana, puede acusar bajo convencimiento alguno, obligando al acusado a demostrar su inocencia. Es decir, “K” no tiene que demostrar su inocencia: “K” es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Y es que “K” ni siquiera debería estar procesado.
Tan acostumbrados como estamos a las penas de telediario, a los “tribunales populares” del (des) orden virtual, a los (pre) juicios paralelos, olvidamos que lo único que posee “K” son sus derechos. Unos derechos que deben ser protegidos, porque protegerlos es proteger la esencia misma de la ética y la praxis democrática. Unos derechos que jamás pueden verse intoxicados por cálculos políticos, por manipulaciones partidistas, por relaciones e interés alguno. Y las esperanzas de “K” no pueden depender de si encaja -o no- en la “sopa de letras” o en si conoce al “J” o al “P” de turno.
Hace cerca de cuatro años, en febrero de 2014, para un grupo de estudiantes de la Universidad de Cantabria y otros jóvenes activistas, comenzó un “proceso” a día de hoy inacabado. Un proceso en el que han sido ellos quienes han tenido que ir demostrando su inocencia. En un juicio que aún no ha empezado. Algo, sin duda, kafkiano.
Acciones programadas:
Lunes 23 de Octubre: Concentración en la Plaza del Interfacultativo, a las ocho de la tarde
Miércoles 25 de Octubre: Juicio a los miembros de Preguntar No Es Delito y convocatoria a asistir al juicio en una concentración a las 8.30 horas, como muestra de apoyo, en los juzgados de la calle Alta.
Huelga general estudiantil convocada por el Colectivo de Estudiantes y el Frente de Estudiantes y manifestación a partir de las 12 hrs, frente a la sede de Ministerios, en Vargas.
Notas:
[1] Fragmento de la novela “El Proceso” de Fran Kafka, págs 88-91
[2] En la página 18 de “La Sociedad Cortesana” Elias menciona como “La etiqueta (…) resulta (…) un índice muy sensible” y un instrumento de medición del valor del prestigio en el entramado de relaciones del individuo. Y así se construyen los pre-juicios.
[3] Evelyn Beatrice Hall, bajo el seudónimo Stephen G. Tallentyre, escritora británica conocida por su biografía “Los amigos de Voltaire”, fue quien acuñó la frase, que erróneamente se atribuye a Voltaire, «Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo,» una forma de plasmar en una frase el pensamiento del filósofo francés.
Pomar
De acuerdo con lo que dices, defenďerte significa mi vida
JOSE
Que buena reflexión, gracias por tu comentario Pomar…