Ruta de la seda, teñida de sangre
La celebración de Halloween se transformó en la gran manzana neoyorquina; en un suceso de terror. Pero esta vez, muy real. Un asaltante, heredero macabro de los atropellos masivos que ha visto el planeta desde julio de 2016; estrelló una furgoneta contra varios viandantes en el Bajo Manhattan. La policía metropolitana, pudo reducir al autor, al cual identificaría como Sayfullo Saipov, de nacionalidad uzbeca.Porque cobra importancia esta vez la etnia del ya considerado “terrorista doméstico” o “lobo solitario”? (Dejó una nota redactada en un árabe parco, su afiliación al autodenominado “Estado Islámico”). Todo ello es debido a su país de procedencia, la República de Uzbekistán.
La cual fue una de las 5 regiones de mayoría musulmana, integradas en la Unión Soviética y que obtuvo su independencia, en 1991. El fin del dominio del Kremlin, no se tradujo en la adopción de un régimen democrático. Uzbekistán es la república más poblada de la zona. La presencia de ciudadanos de su etnia en otras regiones, se usó como factor desestabilizador y de asalto, por su primer presidente post independencia (Islam Karimov, fallecido a fines de Agosto de 2016).
Karimov, quien gobernó el país con puño de hierro durante un cuarto de siglo, no era ningún novicio. Como muchos otros, procedía de la nomenclatura soviética y fundó un partido “atrapalotodo” (Partido Liberal Democrático), como heredero del poder vertical del difunto PCUS. En las primeras elecciones, celebradas en 1991, si bien permitió acceder a partidos opositores a los comicios (Erk-Libertad, Adolat-Justicia, Birlik-Unidad), arrasó en dichas elecciones, tachadas de fraudulentas por distintos observadores internacionales.
Lo mismo ocurrió en los escasos comicios parlamentarios celebrados, con el auspicio de una ley de emergencia (2007, 2009) y los referendos presidenciales, a los cual Karimov, acudía como único candidato. Es más, en 1992, declaró proscritos a todos los partidos citados anteriormente. El ocaso y desaparición de esos grupos seculares, dio paso a un fenómeno nuevo, a la par que de consecuencias impredecibles: El auge del Islam militante, como indicaría el autor paquistaní Ahmed Rashid, en su obra “Yihad”.
El valle de Fergana, una región otrora básica para la economía del país, dependiente de los cultivos de algodón, vio nacer al denominado Movimiento Islámico de Uzbekistán. Dirigido por un joven imam, Tahir Yuldashev y un ex sargento del ejército soviético, Juma Namangani (el cual adoptó postulados integristas, tras servir en un batallón aerotransportado en Afganistán), el grupo optó desde sus inicios en derrocar de forma violenta al régimen de Karimov; al cual tachaban de ilegal e impío.
La guerra civil en el vecino Tajikistan, les permitió obtener un santuario, desde donde se desplazarían al lodazal afgano, siendo “invitados” del régimen talibán. Junto a MIU, también actuaba otro grupo, el Hizb ut Tahrir, o “Partido de la Liberación”, el cual es una secta panislamista, aunque en sus postulados, abogaba por derrocar al régimen por medios pacíficos. Nada de esto hizo que Karimov, distinguiese entre unos y otros.
La ley parlamentaria, acerca de estatus religiosos, firmada a raíz de un triple atentado en Tashkent, la capital del país en la primavera de 1999, dio paso a los juicios sumarísimos y desapariciones forzadas de numerosos opositores tanto islamistas, como seculares. El propio embajador de Reino Unido, Craig Murray, acusó al régimen de haber hervido vivos a dos opositores. Dicha afirmación, le costó el puesto. La intervención de EEUU en Afganistán, tras el 11-S y la muerte de Namangani en combate contra ese país, no evitó una sangría dentro del país.
En Marzo de 2004, en el quinto aniversario de los atentados sufridos en la capital, un triple ataque con coches bomba contra el parlamento y las embajadas norteamericana e israelí, dejaron un saldo de 42 muertos y 122 heridos. En 2005, los sucesos en la ciudad industrial de Andijan, en los cuales el ejército sofocó una revuelta popular contra la corrupción y clanes gobernantes del país, causaron entre 196 y 1.027 muertos (la cifra nunca pudo ser confirmada).
El factor de que EEUU diese un toque de atención a Tashkent, se tradujo en el cierre de la base conjunta de la OTAN en Karshi-Khanabad. Tampoco la muerte por un ataque con drones, de Tahir Yuldashev en territorio tribal afgano, frenó la fuerza del MIU. Es más, dicho grupo acabó uniéndose a Al Qaeda y los talibán, admitiendo sus nuevos líderes que su principal objetivo era “la expulsión de infieles americanos de Irak, Afganistán y Palestina; así como derrumbar el régimen impío de Islam Karimov”.
Ni tan siquiera los aires de la “Primavera Árabe” ayudaron. Los integristas uzbecos, se trasladaron e hicieron fuertes en Siria, a través de su terrible guerra civil. Es más, hasta en el país del levante se ha fundado un grupo contratista de origen uzbeco; que entrena a integristas los cuales desplazan por todo el globo. Y es aquí, junto al poder en las redes del temido DAESH, donde se ven los reflejos de la mal llamada “Guerra contra el Terror”.
Conflicto que lleva abierto 16 largos años, sin visos de fin a corto plazo. Lo que empezó como un conflicto localizado, ha dado pie a no menos de 72 movimientos insurgentes. Unido a ello, Sayfullo Saipov es un triste heredero de las políticas uzbecas. Represivas, tejidas en redes clientelares y nepotistas, en un estado, donde la población menor de 30 años es del 72% y el paro juvenil roza el 80% de la población activa, nos hallamos ante un caldo de cultivo perfecto para la captación en redes fundamentalistas o movimientos apocalípticos.
Tal cual lo fueron los hermanos chechenos Yojar y Tamerlan Tsarnaev, autores del atentado del maratón de Boston en 2013. La desaparición física de Islam Karimov, no ha dado pie a un cambio en las políticas del país. De los últimos atentados suicidas (Moscú, Istanbul, Berlín) acaecidos entre 2016-2017, cinco de los terroristas, eran de origen uzbeco. No es esto, ni mucho menos un comentario crítico ante los migrantes o refugiados de dicho país.
Pero la realpolitik migratoria y de “aceptar dictadores benévolos” por parte de la Unión Europea y Estados Unidos, se traduce en un odio infinito de unas sociedades; que se ven desamparadas. Niza, Berlín, Londres, Barcelona, Nueva York. Mismo modus operandi. Misma problemática sin atajar, desde el surgimiento del mal llamado “Nuevo Orden Mundial”.