Al paso, al trote, al galope

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Este año se conmemora el centenario del nacimiento de Leonora Carrington, escritora y pintora surrealista británica, nacionalizada mexicana. Escribió un relato autobiográfico, “Memorias de abajo”, con el que la artista quiso exorcizar los demonios de su bajada a los infiernos, cuando quisieron entorpecer sus desbordadas ganas de vivir.

María Vidal (Foto: Aúreo Gómez(

A partir de ese relato, escrito desde lo más hondo de su dolida experiencia vital, desde el apasionamiento de quien ama la belleza y la libertad, desde la elegancia de quien desde niña quiso ser caballo, Pati Domenech compuso un personaje teatral, al que en distintos momentos de su existencia, dinámicamente articulados para ser representados, la actriz María Vidal exprime en el escenario, destilando sus esencias: unas, dulces; amargas otras; las más, ácidas; todas rebosando indomable vitalismo.

La obra se titula “La novia del viento”, que así bautizó a Leonora Carrington el pintor que la introdujo en ámbitos surrealistas, y con el que la pintora mantuvo una relación amorosa, no exenta de drama.

Con “La novia del viento”, Ábrego Teatro abrió en 2014 la IV edición de MUECA (Muestra Escénica de Cantabria), y con ella ha cerrado la III Muestra Internacional de Teatro MUJERES QUE CUENTAN, en La Teatrería de Ábrego, los días 17 y 18 de noviembre.

La obra tiene como punto de partida, en torno al que giran las peripecias vitales del personaje, un episodio penoso en la biografía de Leonora Carrington, y que marcó un antes y un después en sus trayectorias personal y artística: la estancia durante tres años en el manicomio santanderino del doctor Morales, psiquiatra reconocido, a pesar de, o precisamente por sus cuestionados, por atormentadores y destructivos, métodos para el tratamiento de enfermedades mentales, como el electroshock, en un alarde de abuso psiquiátrico.

Su padre la recluyó en un intento, fracasado, de domar el caballo desbocado que la artista tenía dentro, y reducir al paso de la sumisión a las “buenas” costumbres de una familia acomodada, el trote de sus sueños y el galope de su rebeldía. Una familia de mente pequeña y estrecha, a tenor del muñequito, su padre en escena, al que Leonora opone la hondura y la anchura de su sensibilidad.

El mundo surrealista, en el que se movió Leonora Carrington se recrea en el escenario con un conjunto de objetos, de los que actriz se adorna, y también se protege, cuando el personaje siente su ser a la intemperie, en una sucesión de escenas, entre una envolvente iluminación, que atraviesa la nebulosa que rodea su cuerpo y habita en su espíritu.

María Vidal, cuya menuda figura se agiganta en el escenario, ofrece una interpretación rebosante de fuerza y de una intensidad tal, que tensa la atención del espectador, cuando el personaje sufre, llora o, convulso, se agita; y la relaja, cuando ríe, canta, o desliza sus pies en delicados y armoniosos pasos de danza. Y, en fin, le conmueve, cuando evoca al caballo, que Leonora Carrington quiso ser y no fue, soñando al galope con las crines al viento.

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