25 de noviembre: No queremos ser valientes, queremos estar vivas y queremos ser libres
||por MARÍA DEL MAR SANGRADOR, activista feminista||
Cuando celebramos este 25N, Día Internacional por la Eliminación de las Violencias hacia las Mujeres, la información que está teniendo especial repercusión se refiere al juicio que se celebra en la Audiencia Provincial de Navarra por la violación múltiple ocurrida en los San Fermines de 2016. Su proyección mediática se ha debido al juicio público al que se está viendo sometida la mujer violada. El cuestionamiento del comportamiento de la mujer antes, durante y después de la violación, además de su valoración judicial, ha sido motivo de los artículos de opinión de periódicos y de los comentarios en las barras de cafés de todos los cuñados del país. La ola de indignación y solidaridad por parte del movimiento feminista no se ha hecho esperar.
No hay ningún otro crimen en el que la víctima tenga que probar, no que los acusados son culpables, sino que ella misma es inocente. No sólo hay que demostrar que ellos te violaron, sino que tú no querías que tal cosa ocurriese.
Este distinto tratamiento de la denunciante y de los acusados no constituye una excepción en nuestro país, sino que es lo común en estos casos de violencia sexual.
Porque lo que está inserto en nuestra cultura patriarcal, no es la protección de la integridad de la mujer sino la honestidad de su comportamiento reflejada en el hecho de que ella no hubiera provocado su propia agresión y se hubiera resistido lo suficiente. La violación viene a recordar a la mujer que el poder siempre lo tiene el macho y puede ejercerlo sobre aquellas mujeres que se lo merezcan. Se trata en definitiva de un acto de demostración de poder.
Otro de estos actos extremos de ejercicio de poder machista lo constituyen los asesinatos de mujeres que siguen con su particular y regular ritmo año tras año, formando ya parte de nuestra vida cotidiana.
Según fuentes oficiales hay hasta la fecha 44 asesinadas, sin que se atisbe el final de esta escalofriante realidad. Esta realidad que se compone de esos “buenos padres de familia” o esos “tipos a los que se les fue la mano”, y que les lleva a asesinar a su mujer y no a su jefe o al vecino de enfrente. Y ello es debido a que se creen en posesión de la mujer, que tienen un derecho de vida o muerte sobre ella.
Los anteriores son dos ejemplos de violencia extrema hacia las mujeres y en los que aparentemente más rechazo social existe. Hay sin embargo otras realidades que no concitan la misma oposición, en las que se van introduciendo matices, se difuminan los contornos, alimentando así la impunidad social y el silencio cómplice.
Según el Barómetro 2017 de ProyectoScopio elaborado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD), el 27,4% de los jóvenes entre 15 a 29 años señala que la violencia de género es una conducta «normal» dentro de la pareja, y cuando aluden a violencia de género se están refiriendo a agredir o a insultar.
Aparecen también nuevas formas de violencia, como el acoso cibernético que se está demostrando como un instrumento de control. Una de cada cinco mujeres sufre acoso a través de las redes sociales en España, según el último estudio llevado a cabo por Amnistía Internacional.
Ejercicios de poder, pedagogía de la crueldad al decir de Rita Segato, consistentes en violaciones, asesinatos, agresiones o insultos, son las manifestaciones de esta cultura patriarcal.
No se trata de una violencia entre “individuos”, no son hechos aislados, no tiene relación con las actitudes personales, que también. Se trata de una violencia estructural, que tiene que ver con la organización de la sociedad, con la asignación de roles a los géneros masculino y femenino, en el que éste tiene un papel desigual y subordinado y en el que la violencia machista es un mecanismo de control y sometimiento, de ejercicio de poder de los hombres sobre las mujeres.
Según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer 2015, el 12,5% de las mujeres de 16 y más años que viven en España han sufrido violencia física o sexual a lo largo de su vida.
Y entre los estremecimientos de los acontecimientos internacionales, hoy destaca el exterminio de la comunidad Rohingya, con el particular infierno que están sufriendo las mujeres objeto de violaciones masivas por parte de las fuerzas militares birmanas, librándose una limpieza étnica ante la mirada indiferente de la comunidad internacional.
Mientras no entendamos y combatamos esta organización patriarcal, ni los minutos de silencio, ni las leyes ni los pactos de estado podrán erradicar definitivamente la violencia machista hacia las mujeres.
Romper el silencio, denunciar, visibilizar la situación de opresión, tomar en definitiva el control sobre nuestras vidas constituye un paso fundamental. Porque no son ellas, somos nosotras. De esto va la campaña que en EEUU, actrices y otras mujeres con proyección pública están llevando a cabo, bajo el lema “A mi también”. Al romper el muro de silencio y exponer públicamente las situaciones de acoso y abuso al que se han visto sometidas, revelan lo sistemático y estructural del problema y como la agresión se vive en silencio, con culpa y vergüenza.
Organizarnos desde el movimiento feminista, tejer redes violetas, llevar a cabo prácticas transformadoras y acciones colectivas, construir en definitiva, comunidades vivas, en las que todas nos reconozcamos. Hacer que este 25 de Noviembre no sea una conmemoración más, sino una fecha de movilización y denuncia.
“Vivir individualmente y luchar colectivamente”, como decía Simone de Beauvoir.
Es también un buen momento, para que en Cantabria se impulse un espacio feminista común, democrático y plural desde el que se active y organice la huelga de mujeres del próximo 8 de marzo con el objetivo de alzar la bandera de un proceso constituyente con mirada feminista. Porque desde el feminismo hablamos de todo: de políticas laborales, violencias sexuales, del trabajo doméstico, de recortes y ayudas sociales, de identidades y cosificación de los cuerpos. En definitiva de cómo queremos organizar la sociedad y construir una vida libre e igualitaria que merezca ser vivida.
Carmen Mora
Carmen Mora alza su voz contra la VG en forma de relato.
Poeta y escritora de cuentos infantiles y miembro de la Asamblea de Mujeres de Cantabria.
Cinco sátiros.
Estoy leyendo el bello libro de Ramón Gener «El amor te hará inmortal» cuando se me ocurrió esta historia:
Una ninfa estaba en una celebración en una de las fiestas de Baco cuyos vapores etílicos la habían
afectado. No pasó desapercibido el hecho para unos sátiros que pululaban por allí, al verla perdida se ofrecieron a acompañarla, al principio se negó pero los cinco se las ingeniaron para rodearla y poco a poco la fueron conduciendo hacia el fin obsceno que pretendían.
La ninfa creyó al principio en su protección. Bromas, lisonjas, risas, sistemas de seducción. Ella, sólo quería ir a su morada para conectar con su gente pero los sátiros tenían en su perversa mente llevarla a otra morada.
La primera vez no les salió bien porque ya estaba ocupada pero la segunda la introdujeron con engaños en una cueva de pasillos y recovecos sin ningún miramiento. Los vapores del vino que había ingerido cada vez eran más intensos. Los sátiros se autodenominaban MANADA. Se la disputaron salvajemente sus hormonas estaban revolucionadas, se saciaron con el salvaje festín. Uno a uno la cogieron la cabeza y la obligaron a chuparles la verga, otros la penetraron en una orgía de chacales que ellos disfrutaron.
El cerebro fotográfico de la ninfa grababa en él imágenes que se sucedían de sus tatuados bustos que los obscenos y rabiosos sátiros exhibían jactanciosos como símbolos de poder. Lemas, figuras, alegorías sobre la violencia quedaron para siempre marcados en su mente a sangre y fuego.
Cuando pudo salir a duras penas de la cueva se dio cuenta de que la habían despojado de sus sistema de defensa, un artilugio con el que se comunicaba con su gente. La dejaron abandonada a su suerte.
Entonces la ninfa se lavó su maquillado cuerpo en un mar de incontenible llanto. Su mente la golpeaba constantemente con las imágenes de los torsos tatuados de los cinco sátiros y la palabra MANADA se hizo una pesadilla inacabada.
Los sátiros se vanagloriaban de su salvaje hazaña públicamente y ante otras manadas.
Ella, ahora junto a otras ninfas pide JUSTICIA al Olimpo de los dioses.