Oda al humor de Churchill
“Sinceramente le tengo miedo”, le dice el rey Jorge VI –adecuadamente interpretado por Bob Mendelsohn- a Wiston Churchill (Gary Oldman) en dos de las escenas de’ El instante más oscuro’. Esto parece imposible a la luz de los matices interpretativos del primer ministro británico, que durante las dos horas de película desprende golpes cómicos constantes. Precisamente es esta comicidad, aportada por Oldman (y por el guionista) al personaje, lo que hace funcionar un film encasillado dentro de la comercialidad del Hollywood clásico, pero que aúna no pocas virtudes.
La primera de ellas es la brutal interpretación de Gary Oldman, que a buen seguro le valdrá el tan ansiado Oscar, a pesar de la excepcional actuación de otro de los favoritos al premio, James Franco en The Disaster Artist (una película muy recomendable).
En segundo lugar, el factor temporal se ha aliado con el director Joe Wright (Orgullo y prejuicio, Anna Karenina, Hanna), ya que su film resulta un complemento perfecto a Dunkerke, obra maestra del género bélico que el dudoso Christopher Nolan ha estrenado este mismo año.
Mientras la segunda aporta la visión de los soldados desde la playa de la ciudad que da nombre a la película, en los instantes previos a la evacuación; El Instante más Oscuro narra la historia de una decisión complicada, la de batirse en retirada para proteger Gran Bretaña ante un posible intento de invasión por parte del ejército Nazi.
La otra gran virtud de este largometraje es la fuerza visual. Especialmente interesantes son los planos secuencia desde el exterior del coche de Churchill cuando se dirige desde Downing Street hacia la cámara de los comunes. En ellos, y sin necesidad de cambios de plano, se retrata el estado de la sociedad inglesa en aquellos “instantes más oscuros”, empleando un acertado travelling de izquierda a derecha.
Pero no todo son aciertos, ni mucho menos, en el nuevo film de Wright. Esa vocación de blockbuster hollywoodiense lleva a un guión endulzado en el que el rigor histórico brilla, a ratos, por su ausencia. No hay mención alguna al avance del ejército Ruso, que en aquel momento tenía todo a favor para ganar la guerra, y se centra excesivamente en un posible arranque de buena voluntad de los americanos para recuperar Europa. Además de este detalle, resulta irremediable no poner en duda algunas de las escenas, demasiado redondas como para tener visos de realidad.
El resultado es una película equilibrada, con luces y sombras, donde brilla con luz propia Gary Oldman, destaca la resolución técnica y su capacidad para emocionar, especialmente con la escena del discurso final de Churchill. Este tipo de escenas, muy vistas en la historia del cine americano, suelen cojear a la hora de conectar con el público. Sin embargo, resulta imposible evitar que un escalofrió recorra tu cuerpo al escuchar el “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” en boca de un gigante de la interpretación como Oldman.