Debate sobre el Estado del Santander del 2018
Tres colegios de Santander se han tenido que unificar en uno sólo. La noticia corría el riesgo de pasar desapercibida en una semana en la que el descontrol en el funcionamiento del nuevo sistema del MetroTUS ha acaparado todo.
Pero es muy reveladora de uno de los grandes problemas de la capital de Cantabria:
la estadística dice que perdemos población, y las conversaciones con nuestros amigos y nuestro círculo dicen que muchos están fuera.
Eso lo teníamos asumido, pero es que empieza a haber menos niños: los hijos que no tuvieron los santanderinos que no están. Es imposible ser optimista con esto.
Sin gente no hay vecinos que paguen impuestos con los que se sostengan servicios, que creen empresas o que vivan en los barrios y mantengan sus edificios o hagan necesario construir servicios.
Claro que también se podría hacer al revés: construir servicios (guarderías municipales, más aparcamiento, espacios deportivos y verdes, espacios para el asociacionismo, los mayores o los servicios sociales que se convirtieran en un atractivo para quedarse en los barrios.
DEL DESCONTROL DE LA AGENDA AL DESCONTROL DE LA GESTIÓN
Si la legislatura pasada el equipo de Gobierno del PP empezó a perder el control de la agenda al abrirse un debate en torno al urbanismo que no quiso ver, que despreció (peor aún despreció a quienes lo promovían) y que le acabó estallando con la anulación del PGOU, en esta el descontrol se ha generalizado llegando a puntos claves de la gestión.
No pasa una semana sin que aflore un marrón que desvele un fallo de gestión en el equipo de Gobierno:
-desde el derrumbe de la calle del Sol que hizo aflorar las dos velocidades en la tramitación administrativa de las obras en Santander, y que llevó a muchos santanderinos a expresarlo abiertamente
-a la página Web turística con traducción automática en la previa de la cita más importante del Turismo, FITUR, y que se encargó apenas un mes antes de una feria que tiene fecha fija y conocida
-O el incendio que se llevó parte de la biblioteca del MAS, el Museo de Arte de Santander, y que nos ha llevado a saber que esta infraestructura cultural estuvo meses sin alarma de seguridad, sin que, nuevamente, parezca ser culpa de nadie
-Tampoco se enteró nadie de que no se respetó el permiso para actuar en la finca de Reina Victoria en la que se produjo una tala masiva que no estaba autorizada y de la que no se informó a la sociedad hasta que no denunció ARCA. Al igual que en Sol 57, lo que estaba pasando ante los ojos de todos no fue visto por los ojos que pagamos todos.
-Incluso en las políticas de empleo, hemos visto como las contrataciones de SANTURBAN –tenemos que recordar que eran contrataciones de personas en situación de desempleo—se hicieron de una forma que le ha valido el reproche de la Inspección de Trabajo, y con una defensa basada en mentiras.
-Sin olvidar lo más reciente, la indignación causada entre los usuarios habituales del MetroTUS en la puesta en funcionamiento del servicio: retrasos, falta de información entre los propios conductores y con unos intercambiadores que no han tenido en cuenta el novedoso fenómeno meteorológico de la lluvia en Santander, todo tras un importante gasto que ha aumentado la brecha entre el centro y el extrarradio y que amainará, pero porque los usuarios acabarán asumiendo los nuevos horarios.
La pérdida del control de la situación ha pasado al plano judicial: aparte de la anulación del Plan General de Ordenación Urbana (las últimas declaraciones abundan en que ya no es un drama pero las primeras fueron que no iba a costar dinero) vimos como toda la maquinaria municipal sólo sirvió para perder dos juicios contra un joven abogado santanderino, Miguel Gómez Cotera, cuyo trabajo puso de manifiesto la injusta forma en que se estaba aplicando el impuesto de la plusvalía en una capital que presume de rebajar presión fiscal, diga lo que diga el recibo del IBI.
¿PUEDE UNA CIUDAD QUE PIERDE POBLACIÓN DESPRECIAR LAS OPINIONES DE UNA PARTE DE LOS VECINOS QUE SÍ ESTÁN?
Esa falta de control de la agenda, vecinal, social y mediática, puede ser la explicación de las airadas reacciones del equipo de Gobierno a las críticas.
El mismo partido que enviaba notas de prensa para criticar a Amparo Pérez (está próximo su aniversario) como si de un partido de la oposición se tratase o que se acuñó el término plataformitis contra los vecinos críticos parece no haber aprendido de esos errores y falta de empatía o sensibilidad ante los vecinos barra contribuyentes.
Esta misma semana despachaba una petición de explicaciones de ARCA con un “sus opiniones están de más” (¿en serio pueden estar de más las aportaciones al debate público de un colectivo cuyo recurso hizo que la Justicia al más alto nivel anulara el Tribunal Supremo?) tras admitir que la institución no había funcionado de forma correcta (again) en la supervisión de unos trabajos. Desde la Concejalía de Medio Ambiente. Y la pasada se equiparaban homenajes a Amparo con actos convocados por ultras en los que hubo incidentes violentos. Desde la Concejalía de Policías.
Modos airados que además no parecen casar con el carácter cercano de una Gema Igual, más accesible en el trato personal, de ronda por los barrios, acostumbrada por sus anteriores responsabilidades al trato con múltiples colectivos, profesionales y vecinos y más rápida en las respuestas a las preguntas y críticas en redes sociales.
Es el mismo equipo de Gobierno que pinta como instalados en la radicalidad a los representantes de la oposición. Cualquier santanderino que conozca al profesor universitario Pedro Casares (PSOE), al farmacéutico José María Fuentes-Pila (PRC), al abogado Miguel Saro (IU) o al ingeniero Antonio Mantecón (Santander Sí Puede) convendrá en lo obvio: quien describa a un apellido con guiones o un profesor ataviado con su slam como extremistas no vive en la misma realidad que los demás santanderinos.
Modos propios de mayorías absolutas pero sin tenerla, aunque garantizada gracias al apoyo de unos tránsfugas, los ex de Ciudadanos (el partido que se presentó a la Alcaldía prometiendo el cambio y que luego no lo favoreció).
El argumentario con el que el PP cántabro trata de distinguir esta situación de la autonómica es que en lo municipal han pasado a ser no adscritos, pero obvia que esa diferencia, que se traduce en medios y dinero de los que sí disfruta Carrancio, no es cuestión de voluntad política sino de cómo están establecidas las normas en ambas instituciones. Dicho de otro modo, si los tránsfugas santanderinos no tienen grupo es porque el reglamento y la normativa se lo impiden. Y eso tampoco puede hacer olvidar los intentos de beneficiarles en el reparto en las comisiones, en el que tuvieron que acabar echándose atrás.
EL PROGRESO QUE VIENE DE FUERA
En Santander todo el proyecto se ha fiado a dos factores externos, el Centro Botín (hecho por una entidad privada sobre suelo portuario y municipal gracias a la agilidad administrativa municipal y autonómica) y que el Gobierno de Cantabria solucione el Plan General (como solucionó en su momento los realojos en El Pilón). En materia de empleo, la principal innovación la está aportando el proyecto de cowork puesto en marcha, sí, también, por el Banco Santander.
Lo de los factores externos se ha llevado al extremo con la continua adjudicación a empresas privadas de servicios municipales: desde el agua y las basuras hasta el jugoso contrato de los jardines, pasando por el fiasco de la seguridad en las playas o incluso los servicios sociales. Aquí no hay herencia recibida que valga.
Lejos de eso, el principal proyecto propio parece el asfaltado de calles y la acumulación de obras que, bajas temerarias y retrasos mediante, se reducen, como hemos visto en la reforma de la Plaza de las Estaciones, a que los meses de molestias acaban convirtiéndose en un cambio de cara, de asfalto y la construcción de una rotonda.
Más parece un intento de alimentar el motor de las hormigoneras (la vocación de echar una mano es manifiesta cuando se comprueba la tendencia a evitar las multas por retrasos por unos motivos que nunca son culpa de quien hace la obra) que podría resultar loable si en lugar de a cambiar las aceras y los asfaltados se destinara a políticas de rehabilitación y servicios complementarios, una fórmula que en ciudades como Lisboa está creando empleo y construyendo una ciudad atractiva. Para vivir y para visitar.
Algo aportará desde Madrid el ministro de Fomento, el exalcalde de Santander, quien de momento ya ha anunciado que recupera clásicos como la unificación de las estaciones (si lo consigue estará desautorizando a todos aquellos que lo prometieron en el pasado, de su partido y otros), o el rescate a la ampliación del MAS y al eternamente descuidado Palacio de Cortiguera –el edificio junto a la comisaría de Cañadío–, además de los fondos artísticos de su ministerio que llegarán a Gamazo o su papel en la llegada a la ciudad de eventos nacionales.
ES SANTANDER, ES 2018
El PP de Santander (que tenemos que recordar que está tan mezclado con la institución que no existe como partido) también se viene caracterizando por una tardanza en la reacción: lo hemos detectado en las mentiras en el currículum de la alcaldesa, el derrumbe de Sol 57, la Web turística que acabó retirando las traducciones automáticas o las explicaciones al incendio del MAS, por no hablar del incumplimiento de la Ley de Memoria Histórica en las calles con nombres que evocan (que ensalzan) lo que no deja de ser una dictadura.
Pero también se nota en las dificultades para incorporar en su propio relato a nuevos protagonistas de la ciudad: está claro que cada cual tiene sus afectos, pero también que una Santander en la que no se dé la misma legitimidad que a la Asociación Provida al activo movimiento feminista o las plataformas vecinales o sociales que no encajan en el esquema clásica de asociación (pensamos en las plataformas de los barrios pero también en gente como Las Gildas o Manifestaos por los Servicios Sociales) no será una Santander completa.
Tampoco parecen estar adaptándose muy bien al incremento de la demanda de más respeto al medio ambiente: en cada actuación urbanística se echa en falta el color verde (ejemplo, las Estaciones), pero es que a veces falta verde hasta en los parques (La Remonta), los carriles bicis le restan espacio a la acera frente a la tendencia en otras ciudades a que sean sobre la calzada y hay más facilidades al parking de los visitantes que al de los residentes.
Es cierto que la realidad, siempre la realidad, les ha ido llevando poco a poco a hacer algún guiño a quienes se preocupan por los refugiados o a los colectivos LGTBI. Y también la realidad es la que está demostrando que los discursos críticos se consolidan, como están confirmando las asociaciones de vecinos de Castilla-Hermida o Cueto, tomadas por los vecinos no oficialistas, o la programación cultural de La Vorágine o Sol Cultural.
Ese mundo, ignorado desde la Casona, al que a menudo se le ha quitado hasta la condición de santanderino, es hoy mayor, y forman tan parte de la ciudad como la Bahía. Si algo nos dice nuestro escudo, es que las dos caras son las esencia de la ciudad.
Dicho de otro modo, en Santander además de los Carabelas también suena Chebü, y, en una ciudad que no podríamos entender sin sus bares, tan santanderinas son las rabas como las palomitas a la pimienta.
Fernando Díaz
Como dices el problema de fondo es la concepción de fondo que tiene el PP sobre Santander: su cortijo (su finca diríamos por aquí).
Al estar convencidos de que la institución municipal es suya automáticamente piensan que la ciudad también lo es. Eso es lo que explica ese comportamiento altanero, soberbio y totalitario. Hay que pensar que deciden todo lo que aquí sucede desde tiempos inmemoriales, sin votos y con votos. Así que han tenido tiempo de crear una red clientelar lo suficientemente tupida para asegurarse pasar el rodillo sin problemas. De este forma hacen su santa voluntad, pero eso sí, democráticamente.