La prisión permanente y el sentido común
||por JUAN MANUEL BRUN, abogado||
El sentido común, contrariamente a lo que señala la conocida frase, es el más común de todos los sentidos. Todo el mundo tiene su propio sentido común. El problema es que en los últimos tiempos demasiados políticos abusan de esta locución y sustentan en ella algunas de sus decisiones más importantes. No sabemos si con ello quieren imponernos a los demás su sentido común particular o aluden , implícitamente, a la existencia de una especie de sentido común promedio cuyo arcano sólo ellos saben descifrar.
Posiblemente todo empezó hace miles de años cuando el primer “homo marianus” ( o su variante de centro liberal, el “homo riveriensis”), haciendo uso de su sentido común, dictaminó que todo palo sumergido en el agua terminaba, indefectiblemente, por quebrarse. Dijo esto porque el homínido desconocía el efecto óptico provocado por la refracción. Seguramente, cuando sacó el palo del agua y vio que estaba intacto, pensó que aquello era cosa de magia o un milagro, por lo que el primer legado del sentido común fue dejarnos durante unos cuantos milenios en mano de sacerdotes y de hechiceros.
Los problemas políticos y sociales no se resuelven con “sentido común”, sino con la experiencia y el conocimiento acumulados a través del tiempo . Es fundamental, aparte de conocimiento y experiencia, que detrás de cada decisión política exista un sustrato ético e ideológico que permita dotar de coherencia y de sentido la acción gubernamental. Los partidos que esgrimen el sentido común como programa de gobierno lo que hacen es negarle a la política -y también en cierta manera, a la vida- su complejidad, reemplazando la ética, la ideología, la experiencia y el conocimiento por algo tan fútil como lo que a uno le parece en un determinado momento que es “lo más lógico y natural” ( “lo más lógico y natural ”, otra frase política perversa).
La ética implica convicciones firmes y una dirección y objetivos claros. No es fácil vivir conforme a la ética, por lo que tiene de restricción y por su componente viario. Tampoco es sencillo tomar decisiones en función de un determinado “corpus” ideológico; la ideología implica la existencia de unas ideas previas y de un sistema. Dos cosas que no vienen dadas de forma “lógica y natural”, sino que hay que trabajar muy duro en su consecución: tener ideas presupone capacidad de razonar, un espíritu libre y luego, capacidad lógica y orden para sistematizarlas.
El sentido común, sin embargo, es algo laxo, asistemático y en cierta medida arbitrario; es utilitarista y en él los intereses triunfan sobre las convicciones y los fines sobre los principios.
El último ejemplo de aplicación a la política de este sentido común tan peligroso lo estamos viendo con la prisión permanente revisable. Tanto Ciudadanos como el PP defienden que es de sentido común que alguien que ha cometido determinados delitos especialmente graves no pueda salir de la cárcel hasta que no esté reinsertado en la sociedad.
Detrás de este argumento hay una visión reduccionista de un problema muy complejo que desatiende además los requerimientos éticos que en materia penal y penitenciaria impone una sociedad democrática: ¿reinsertado para qué? ¿para ser un miembro útil de la sociedad, para trabajar en un súper, para no cometer nuevos delitos? ¿Quién lo evalúa, un psicólogo, un adivino, un señor de Google con un algoritmo que puede, a través de la estadística, aventurar si va a volver a delinquir o no?
Lo cierto es que cualquier sistema que se plantee para dirimirlo terminará siendo arbitrario o injusto, si no ambos. A nadie se le escapa que la junta que deba evaluar si el recluso es o no “apto” (de nuevo, ¿apto para qué?) tenderá a ser conservadora por temor a que si comete un nuevo delito los familiares de las víctimas y los medios de comunicación les culpabilicen a ellos de su comisión. Así, la prisión permanente revisable puede terminar acabando con dos de los pilares de la política penal y penitenciaria: la reinserción y la proporcionalidad entre el delito y la pena.
Un conjunto de decisiones adoptadas en base al sentido común desembocaría entonces en un conjunto de decisiones erráticas. Guiarse por él es como guiarse por el refranero, que se contradice constantemente a sí mismo: al lado de un refrán que dice que “a quien madruga dios le ayuda” hay otro que asegura que “no por mucho madrugar amanece más temprano”; entonces ¿ que debería uno hacer, levantarse a la siete de la mañana u holgazanear hasta mediodía?
Si “la esperanza es lo último que se pierde” pero también “quien espera desespera”, ¿que es mejor, vivir con esperanza o no esperar nada de la vida? De este modo, una cosa puede ser tan buena como su contraria. Y todo puede ser bueno o malo o las dos cosas a la vez. Todo depende. ¿De qué depende?, de según como se mire, claro.
Y así, guiados por el sentido común terminaríamos todos viviendo en una canción de Jarabe de Palo. Y no sé si la humanidad podría sobrevivir mucho tiempo a eso.
Fernando Díaz
Escrito confuso donde los haya.
Cuestiona la reinserción (“¿reinsertado para qué”?), para reivindicarla más tarde como pilar de la política penal y penitenciaria. Por cierto, el otro pilar (la proporcionalidad de la pena) es precisamente lo que trata de aportar y reforzar la prisión permanente revisable.
Atribuir la implantación de este medida a un criterio basado en el “sentido común” o en la arbitrariedad, no parece un argumento serio por parte del autor.
En todo caso, se centra exclusivamente, como suele ser habitual, en los derechos del penado, olvidando los de la sociedad.
JAVI GONZÁLEZ
«Dime de qué presumes y te diré de qué careces». Siguiendo la ocurrente exposición del autor, habría que recomendarle que hiciese un estudio comparado con otras democracias que a su entender le merezcan más respeto que el que muestra por la nuestra. Y se informe cómo se resuelve en ellos la cuestión los Macrones, Obamas, Camerones, Gentilonis y demás. Si en base a ello uno puede inferir que más allá de los Pirineos el sentido común también se nubla. Si le resulta jocosa la situación de los familiares de víctimas como las de ETA, Sandra Palo, Diana Ker, las niñas de Alcasser… Si en caso negativo, entiende que a muchos nos preocupe más la seguridad de ellas y las futuras víctimas ante una posible reincidencia. O si le molesta que nos hagamos caso del sabio refranero que determina «El miedo guarda la viña». Es muy fácil ejercer de «progre» y tachar de visceral a quien aboga por un trato penal sancionador que, so riesgo de dificultar la reinserción, imposibilite la vuelta por sus fueros de los indeseables. Claro que igual el autor es más pragmático y aboga por aquella sentencia de «El muerto al hoyo y el vivo al bollo». Y es que si en algo estoy de acuerdo con usted es en que el refranero es muy sabio. A algunos se les ve el plumero desde bien lejos.
Fernando Díaz
Una cosa es tratar este tema con cierta ligereza, que a mi no me parece adecuado, y otra es hacerlo además de forma confusa.
Lo que habría que hacer en este asunto es repasar varios conceptos que se manejan sin una mínima reflexión, como el arrepentimiento (cuya virtud en realidad solo tiene un valor psicológico, subjetivo).
Otro es la reinserción social. ¿reinsertarse en dónde? en qué parte de la sociedad y cómo. ¿en el contexto social de su banda?, en cuyo caso no tendría que ser reinsertado.
Y si un alto cargo que tiene un mal día y se lleva por delante a alguien una tarde, no tendría que pisar la cárcel ya que ya está insertado socialmente, es de hecho lo que ocurre con los políticos corruptos..
Luego, la pena tienen otro componente que es la retribución o pago, independientemente de la reinserción y del efecto disuasorio o no de la pena.
La proporcionalidad del delito y la pena: siempre se esgrime contra las penas importantes ante delitos horribles, pero nunca ante indultos a discreción por delitos graves. O por ejemplo, el objetivo escaso valor que tiene la vida humana (el mayor delito) en nuestro código penal.
El concepto “máximo cumplimiento de una pena”: como flagrante incumplimiento de la proporcionalidad del delito y la pena.
Otra de las consecuencias del buenismo inherente al fundamentalismo democrático que subyace en todo esto es la de desenfocar la responsabilidad del infractor y de la víctima.
Chustarramendi
Hacía tiempo que no leía un texto que expone un tema para acabar refutándose a si mismo. El problema radica en creer que la prisión es un método de reinserción y no una medida punitiva y de defensa social ante conductas sociópatas. Es como con los puticlubs, que son ilegales pero todos sabemos dónde están. La prisión no es precisamente un método de reinserción…pero queda fatal decirlo, pero lo cierto es que es un castigo y un sistema para aislar a individuos con comportamiento extremadamente peligrosos del resto de la sociedad. El resto son milongas.